Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 6

Al día siguiente, tras acompañar a los niños a clase, Candela se recorrió media ciudad en busca de trabajo, pero no le fue muy bien. La frase más escuchada de aquel día fue «Ya te llamaremos si sale algo» Era demasiado frustrante porque no tenía tiempo para esperar a que su viejo teléfono sonara.

Mientras cruzaba el jardín que llevaba al edificio principal, vio a Pablo a lo lejos regando el pequeño huerto que tenían las hermanas con diversas hortalizas. Cada vez que coincidía con él, creía haberlo visto antes, pero no se le ocurría dónde. Siguió su camino y se dirigió al despacho de la madre superiora para informarle de cómo le había ido el día. Para Candela, aquel lugar no era un simple convento u orfanato, era un hogar para ella y tenía la confianza de contarle sus inquietudes, logros y fracasos a cualquiera de las religiosas que allí moraban.

Cuando tocó a la puerta, y entró como siempre hacía, se encontró con alguien de su pasado al que no esperaba ver en un lugar como aquel.

—Tío Ángel…—se quedó helada al verlo—¿Qué haces tú aquí?

—Me alegro mucho de verte—la abrazó con cariño. Al principio ella no supo cómo reaccionar, pero finalmente le devolvió el abrazo—¿Cómo estás?

—Estoy bien…supongo—hasta ese día, no se había percatado de lo mucho que necesitaba un abrazo suyo y lo bien que la hizo sentir—Eres la última persona que esperaba encontrarme aquí. ¿Has venido a hacer una donación o algo?

—No en esta ocasión—la invitó a sentarse en la silla junto a él—Mi idea no era encontrarme aquí contigo.

—Era imposible que supieras dónde estaba, no lo sabe nadie…—su tío y la madre superiora se miraron sin decir nada—¿Alguien me explica qué pasa?

—Hija, tu tío siempre supo dónde estabas—confesó la religiosa—Un día vino a hablar conmigo y me hizo prometer que si alguna vez sucedía algo contigo, se lo haría saber.

—Ahora entiendo por qué tanta consideración conmigo…Imagino que habrá sido generoso con las donaciones ¿No?

—Candela, no es lo que piensas—la mujer quería explicarse.

—¿Ah, no?—se levantó hecha una furia—Lo primero que hizo mi tío cuando me escapé de casa y lo busqué, fue ofrecerme dinero—escupió con rabia—Dinero que no he tocado, ni pienso tocar. Desde ese momento, la imagen que tenía de él se cayó a pedazos—lo miró con una tremenda tristeza—Él ha sido la única persona que se ha preocupado por mí desde que tengo recuerdos y que yo pensaba que me quería más que nadie…

—¡Por supuesto que te quise, y lo sigo haciendo Candela!—quiso acercarse a ella, pero la chica retrocedió para que no lo hiciera.

—Acudí a ti en ese momento porque me sentía perdida y asustada. Quería hablar contigo como siempre lo habíamos hecho…Pero lo único que se te ocurrió fue darme dinero cuando yo sólo te quería a ti…

—No me digas eso…Sé que no estuve a la altura, no supe reaccionar…

—Da igual tío, no merece la pena hablar del pasado—miró a aquel hombre a sus ojos dorados. Ella lo seguía queriendo como lo había hecho siempre, pero lo que había pasado años atrás, le hizo demasiado daño—Lo único que te pido es que no vuelvas más por aquí.

Salió del despacho a punto de derrumbarse. Recordar aquellos días no le hacía ningún bien y volver a ver a su tío hizo tambalear todos los cimientos que había asentado desde entonces. Salió fuera dispuesta a tomar un poco de aire y tratar de serenarse, no podía echar por tierra todo lo que había construido en los últimos seis años.

—Candela por favor, perdóname—Ángel la había seguido—Yo jamás quise hacerte daño, es lo último que se me ocurriría hacer. Me equivoqué, lo reconozco…

—Si quieres que te perdone, yo te perdono para que te vayas tranquilo—se dio media vuelta para alejarse de él.

—Escúchame—la agarró del brazo—Te propongo que vengas conmigo ahora. No tienes por qué pasar ningún tipo de necesidad ni preocuparte por nada. No tienes que seguir caminando sola.

—No te necesito… ni a ti, ni a nadie—no pudo retener sus lágrimas por más tiempo.

—Claro que necesitas a la gente que te quiere—Ángel la miraba con ternura—No eres más que una niña, déjame ayudarte.

—¡No soy una niña!—gritó llamando la atención de terceras personas que se acercaron a ver qué estaba pasando—Por si no te has dado cuenta, ya he crecido y por supuesto que de aquí no me muevo.

—Hablas exactamente como lo hacías cuando eras pequeña—se le escapó una sonrisa que la hizo enfadar mucho más—¿Sabes? En parte me alegro que ya sepas la verdad, así podré dejar de verte a escondidas.

—¿Qué? Eso no es cierto ¿No?

—Sí que lo es. ¿Cómo crees que descubrí dónde estabas? Siempre he querido saber de ti, pero no interferí porque te conozco tanto que sabía que te molestaría si lo hiciera. Iba a venir hoy antes que me llamara la madre superiora porque me enteré de lo que te pasó. Y ya sé que no tengo ningún tipo de autoridad sobre ti, pero insisto en que vengas a casa conmigo.

—Eso no va a pasar—sentenció Candela—Vete, por favor, sigue con tu vida que yo seguiré con la mía.

—Sigues siendo tan terca...—le acarició el brazo—Voy a venir diariamente si es necesario para verte, quiero que recuperemos lo que teníamos antes y que dejes de mirarme como si fuera un extraño para ti—la chica torció el gesto—Y me da igual que me pongas caras—se acercó hasta ella y le dio un tierno beso en la frente—Te quiero, aunque tú a mí no me quieras mucho ahora mismo—Candela no respondió y lo vio dirigirse hacia la puerta de la calle.




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