Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 7

Un nuevo día había llegado y Pablo debía ir a pintar una parte de la pared de la capilla. No esperaba encontrarse con nadie pues ya hacía unas horas que se había oficiado la misa de la mañana.

—¿Qué haces aquí Camila?

—Cumpliendo mi castigo—la niña se puso de pie con desgana—La Madre me ha impuesto una penitencia por haberme escapado de mi habitación.

—No puedes volver hacer algo así. Estaban todas las hermanas muy preocupadas por ti.

—Lo sé, Candela me lo ha explicado. Yo no quería preocupar a nadie, sólo quería darle mi regalo a mi amiga—hizo un mohín triste.

—¿Y se lo has dado?

—Sí, y le ha gustado mucho—respondió más animada—Aunque me ha hecho prometer que no cortaré más flores del jardín. Me ha dicho que cuando te gusta mucho una flor, arrancarla no está bien porque se marchita muy pronto y es un acto egoísta. Pero si te gusta de verdad, la riegas cada día, la cuidas y le prestas atención, la flor crecerá fuerte, bonita y la disfrutas durante mucho más tiempo—añadió—Así que le haré caso.

—Tiene mucha razón—miró a la pequeña y lo contagió de su energía al instante, después de pasar una mala noche era justo lo que necesitaba—Sigue con lo que estabas haciendo, yo tengo algo que hacer también así que, te dejaré sola.

—No importa, no estoy sola—señaló hasta un hueco donde estaba Candela ojeando un libro mientras vigilaba a Camila.

—¿Desde cuándo estás ahí?—no se había dado cuenta que ella también estaba en la capilla.

—Desde antes que tú seguro—cerró el libro y se acercó hasta ellos—Os habéis vuelto muy amigos por lo que veo—se cruzó de brazos y los miró a los dos.

—Sí, Pablo es muy bueno—le agarró la mano para sorpresa del chico—Aunque es un poco serio, porque nunca se ríe.

—Tengo cosas que hacer—le costó soltar la mano de la pequeña. Aquel gesto acompañado de esas palabras, hizo que su gélido corazón se derritiera un poco.

—Pero…—Pablo se fue hasta la pared del fondo junto al altar—¿Crees que se ha enfadado?

—No lo creo—ella lo observó mientras él estaba preparando todo para la pintura—A lo mejor es tímido por eso es así de serio y ha preferido irse.

—¿Y tú te has enfadado porque Pablo ahora es mi amigo también?

—Claro que no, no tiene nada de malo, además, yo nunca podría enfadarme contigo. Y ahora vuelve a cumplir el resto de la penitencia.

Candela volvió a su puesto de vigilancia desde donde podía ver a Camila y también a Pablo. La niña estaba en lo cierto, ese chico era muy serio, apenas hablaba con nadie y lo envolvía un aura misteriosa. A pesar de no haber empezado con buen pie, no podía decir que le caía mal y todo lo que Camila le contó sobre lo que hizo para ayudarla con su regalo, le hizo ganar puntos. Después recordó lo que Lidia le había dicho sobre él y Candela no pudo evitar sonrojarse, aunque no lo hubiera reconocido, ella también era consciente del atractivo de Pablo.

Por mucho que Candela habló en voz baja, lo había escuchado todo desde el fondo de la capilla. Una de las virtudes que había desarrollado en prisión era el oído, siempre debía estar atento a todo, incluso cuando dormía.

Ella nunca lo había presionado a que le contara nada, en cambio él sí que le había preguntado cosas sobre su pasado, aunque se arrepintió al instante al comprobar cuanto le dolía hablar de ello.

Acababa de terminar de dar la primera capa de pintura cuando volvió la vista a los bancos. Camila seguía arrodillada en uno de los bancos reclinatorios, en cuanto levantó la cabeza, lo miró y le sacó la lengua, su respuesta fue guiñarle un ojo, cosa que a la pequeña le hizo mucha gracia. Entonces giró la cabeza hacia su derecha, ahí estaba Candela con un libro en el regazo mientras miraba al techo. Le hubiera encantado saber qué estaba pensado justo en ese instante.

Y como si ella supiera que alguien la observaba, bajó la vista hasta el frente encontrándose con la mirada de Pablo. Aunque estuvieran algo lejos, podía sentir esos ojos clavados en los suyos haciendo que su piel se erizara. Agachó la cabeza y fingió estar muy interesada en el libro que hacía rato había dejado de prestarle atención.

Pablo volvió a experimentar la misma sensación que tuvo cuando la niña le había agarrado de la mano…multiplicado por mil con tan sólo mirar a Candela de lejos. Decidió salir a tomar el aire mientras la pared se secaba, realmente lo necesitaba.

Debía dejar de pensar tonterías, desde que había salido de la cárcel parecía otra persona y no sabía si estaba terminando de gustarle eso. Hacía mucho que Pablo no existía, sólo era el Fideo, un hombre que sobrevivió a un cruel infierno, que no podía sentir nada porque no tenía corazón, y así debía seguir siendo.

Camila acabó de cumplir su castigo y después de avisar a Candela, salió corriendo de la capilla dejándola sola. Recogió su libro y se disponía a salir ella también cuando alguien se cruzó en su camino.

—¿Por qué has vuelto?—preguntó con gesto de fastidio.

—Te dije que lo haría—Ángel sonrió al ver su cara, no había cambiado nada—¿Estás más tranquila hoy?

—Supongo…—se sentó en el último banco pegado a la puerta.




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