Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 8

Esa noche, entró al dormitorio de las niñas para que se metieran en la cama, pero en cuanto puso un pie ahí, todas ellas la miraban expectantes esperando una historia para dormir.

—¿Qué historia nos contarás hoy?

—¿Hoy? Pues no sé, no había pensado ninguna…¿Qué os parece si esta noche sois vosotras la que me contáis una historia a mí?

—¡Sí, será divertido!—exclamó Camila.

Después de media hora de una disparatada historia narrada por aquellas alocadas niñas, Candela las arropó a todas, dio las buenas noches y salió de la habitación. Volvió a mirar la hora, era tarde y Lidia se había vuelto a escapar. Definitivamente las promesas de una adolescente no sirven para nada. Resignada, salió a la puerta para esperar a que la chica se dignara a volver, se llevaría una buena reprimenda.

Dejó la puerta entreabierta y se sentó en el bordillo mientras esperaba. En aquel momento Candela había tomado una decisión, esa sería la última vez que la encubría. No quería llegar a ese punto porque Lidia le había prometido en varias ocasiones que sería la última vez, pero tenía que  hacerse cargo de sus actos.

Una hora más tarde, apareció una moto a toda velocidad deteniéndose en la esquina, Lidia bajó de ella de forma violenta y la moto se puso en marcha pasando de largo. Candela se quedó mirándola y se dio cuenta de la extraña forma de caminar de la muchacha, así que avanzó unos metros para encontrarse con ella.

—¿Estás bien Lidia?

—Estoy súúúúúper bieeeeeen—la abrazó y su aliento la delató.

—¿Has bebido?—le sujetó la barbilla para mirarla a los ojos.

—Nooo…para nada…Estoy un poco mareada…Debe ser por la moto—hablaba arrastrando las palabras.

—Baja la voz, tenemos que entrar y si te ven así se nos cae el pelo a las dos—la sujetó por la cintura y caminando lentamente, consiguieron atravesar la puerta de la calle y entrar.

—¿Sabes que te quiero un montón?—Candela le puso una mano en la boca para que nadie pudiera oírla.

—Lidia, por lo que más quieras, cállate—susurró mientras intentaban atravesar el jardín.

—¿Qué está pasando aquí?—alguien habló desde la oscuridad, las habían descubierto.

—¡Pablo!—gritó Lidia emocionada—¡Qué bien que estés aquí tú también!

—¿Está borracha?—se dirigió a Candela.

—¿Tú qué crees? Tenemos que entrar antes que la vea alguien.

—Déjame a mí—tomó el cuerpo de Lidia en brazos—¿Dónde la llevo?

—A mi habitación—Pablo las había salvado, de esa forma tardarían menos en ocultarla, había sido una gran ayuda—No sé que voy hacer con esta niña—llegaron al improvisado dormitorio en poco tiempo—Déjala sobre la cama.

—¿Ya nos vamos a dormir? Pero si es muy pronto…—se quejó como una niña pequeña.

—Más te vale que te duermas guapa porque estoy muy decepcionada de ti. Me hiciste una promesa, y no sólo no la has cumplido, sino que mira en qué estado vienes. ¿A ti te parece normal Lidia?

—Estoy disfrutando de mi juventud. No es mi culpa que tú no lo hagas y estés así de amargada. Hay vida fuera de aquí ¿Sabes?—golpeó el colchón con rabia—No eres nadie para decirme lo que tengo que hacer.

—No se lo tengas en cuenta, no sabe lo que dice—Pablo decidió intervenir, las palabras de aquella chica le habían dolido a Candela, no había más que mirarla para saberlo—Ve a por café bien cargado y trae sal.

—¿Café con sal? ¿Para qué?

—Ya verás para qué. Trae también un cubo o algo así, lo va a necesitar.

Candela fue hasta la cocina para preparar el café. Pablo tenía razón, no debía hacer caso a Lidia, pero no podía evitar sentirse algo mal por su manera de dirigirse a ella. Hablaría con la chica cuando se le pasara el efecto del alcohol. Más tarde, Candela volvió a la habitación y él seguía allí.

—Te agradezco tu ayuda, si la libramos será gracias a ti. ¿Sería mucho pedir que nos guardaras el secreto?

—Puedes estar tranquila, no diré nada—le arrebató el café de las manos y se sentó junto a Lidia en la cama—Vamos, bébete esto.

—Sabe asqueroso—se quejó tras dar el primer trago.

—De eso se trata—le explicó Pablo—Sigue bebiendo—Lidia se lo bebió todo y no tardó mucho en conseguir el efecto deseado—Corre, trae el cubo—instó a Candela.

La muchacha vomitó todo lo que tenía en su cuerpo, mientras se sacudía, Candela le recogió el pelo y acariciaba su espalda con mimo.

—¿Te encuentras mejor?—notó que Lidia tenía frío y la ayudó a meterse en la cama.

—Sí…mucho mejor…Tengo sueño…—balbuceó cerrando los ojos.

—Ahora ya sabes para que sirve el café con sal—comentó Pablo.

—¿Cómo sabías eso?—sonrió sin querer.

—Una vez yo también fui joven y estúpido—tuvo que dejar de mirarla por su paz mental, así que fijó la vista en la pared—Son cosas que se aprenden con la edad.

—Supongo que sí—había notado su incomodidad cuando apartó su vista de ella—En serio, mil gracias por todo, te debo una.




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