Pablo llegó a ese lugar que tan bien conocía, había pasado los últimos diez años de su vida allí. Al entrar se sintió extraño, la perspectiva del visitante era muy diferente a la del interno, desde fuera parecía un lugar menos deprimente de lo que en realidad era.
Después de pasar por el control con el correspondiente vacile de los funcionarios que tan bien lo conocían, llegó a la sala de visitas, donde los familiares esperaban ver a los reclusos. Se sentó en una de las mesas que estaban libres y espero pacientemente a que la persona a la que había ido a ver fuera a su encuentro.
—¿Tanto echabas de menos esto que has vuelto tan pronto?—su amigo el Flaco le palmeó la espalda enérgicamente—Fideo, mírate…Estás hasta más guapo desde que saliste de aquí.
—No lo echo nada de menos—se alegró al ver que el Flaco estaba igual que la última vez que lo había visto.
—¿Quieres uno?—le ofreció un cigarrillo—Es de los buenos, me han costado un ojo de la cara.
—Ya no fumo—hasta ese mismo momento no se había dado cuenta que el último cigarrillo que se había fumado fue el día del funeral de su abuela.
—¿En serio? Si que has cambiado Fideo…Rosario me contó lo de tu abuela, lo siento mucho tío.
—Gracias…¿Por qué dices que he cambiado? ¿Por no fumar?—se cruzó de brazos—Es absurdo.
—No sé, es la sensación que me da. Hay algo en ti diferente, pero creo que es algo bueno…Y si es así, me alegro por ti—le dio una calada a su cigarro mientras lo observaba de arriba abajo—¿Cómo te va con las monjitas? Como puedes comprobar, me tienen muy bien informado.
—No me quejo, son amables, me tratan bien, me dan comida, techo y gano un poco de dinero. Es más de lo que me había imaginado cuando salí de aquí.
—¿Sólo viven monjas ahí? Debe ser aburrido de narices.
—También hay niños, es una especie de orfanato no muy grande, no está tan mal.
—Supongo que entre rezo y rezo, habrás salido a algún lugar a conocer a alguien—le guiñó un ojo—Diez años es mucho tiempo Fideo…Te vendría muy bien. Yo si no fuera por los vis a vis con mi señora, estaría subiéndome por las paredes más aún.
—Por suerte yo no soy como tú, y la verdad no me interesa demasiado tu vida sexual.
—Vale, vale, no te pongas así—conocía de sobra el carácter complicado de su amigo—Pero un poco de compañía, nunca viene mal. Aunque no sé que me da que eres del tipo de persona a la que le gustaría tener una buena chica a su lado para algo serio—Pablo le lanzó una mirada poco amigable—Me callo mejor.
—He venido a verte a ti y que me cuentes como va todo, no a que me des consejos para conseguir novia, gracias.
—Ya sabes cómo es la vida aquí y poco hay que contar—suspiró exageradamente—Si lo que quieres escuchar es lo mucho que te echo de menos y la falta que me haces pues…sí—bromeó—Esto no es lo mismo sin ti Fideo.
—¡Qué tonto eres Flaco!—Pablo sabía del ácido humor de su ex compañero de celda y se relajó un poco—Ojalá te suelten pronto, necesito a un amigo de verdad ahí fuera.
—Creo que eso es lo más bonito que me has dicho nunca—le sonrió—Y te lo agradezco. Yo también quiero salir de aquí, me estoy perdiendo ver a mis hijos crecer, disfrutar de mi familia. Quiero darle a ellos y a Rosario una buena vida…A lo mejor le propongo matrimonio y todo.
—No te veo yo a ti casándote la verdad, pero si es así, cuenta conmigo para lo que sea.
—Gracias Fideo—sabía que tendría su apoyo para cualquier cosa que necesitara—Hablando de la reina de Roma—su rostro se iluminó y su sonrisa se agrandó—Hola cariño—se levantó para abrazarla.
—Hola amor—Rosario depositó varios besos en los labios de su chico—Hola Pablo—lo saludó.
—Hola Rosario—en ese momento, envidió a su amigo. Deseaba que alguien lo mirara como aquella mujer miraba al Flaco, y que estuviera en lo bueno y en lo malo como hacía ella—Será mejor que me vaya.
—Gracias por venir a verme—se chocaron la mano a modo de despedida.
—De nada tío, es lo menos que puedo hacer.
—Pablo, ven a casa un día de estos si te apetece despejarte un poco del trabajo—le ofreció Rosario.
—Claro. Nos vemos—se despidió de la pareja y recorrió por segunda vez en su vida el pasillo hacia el exterior mientras pensaba en qué momento el Flaco lo había calado tan bien.
—¿Tú no lo notas raro?—preguntó el Flaco a su chica.
—No lo conozco tan bien como tú. ¿Por qué lo dices?
—No sé, hay algo en su mirada que antes no estaba ahí. Le he preguntado por el trabajo y me ha dicho que allí sólo hay monjas y niños, y que está a gusto en ese lugar—le explicó—Y se ha puesto un poco tenso cuando le he sugerido que debería salir y conocer gente para…ya sabes que…
—Eres un bruto Eduardo—lo riñó—Pablo es introvertido y tímido, se ve a leguas y eso que no lo he tratado demasiado. No es ese tipo de hombre que busca sólo pasar un rato agradable—le informó—Además en ese sitio aparte de las religiosas y los niños, trabaja una chica que las ayuda con ellos.
—¿Una chica dices?—Eduardo abrió mucho los ojos debido a la sorpresa—A mí no me dijo nada de ninguna chica.