Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 10

Transcurrieron varios en los que Pablo se propuso encontrársela lo menos posible, tenía que tranquilizarse antes de que las cosas se le fueran de las manos. Se negaba a reconocer todo lo que se le pasaba por la cabeza al pensar en ella.

Por otro lado, Candela había ido a un par de entrevistas de trabajo y estaba pendiente que la llamaran en cualquier momento. Se había dado cuenta que desde la noche en que le había dicho lo que pensaba, Pablo no se había vuelto a cruzar en su camino y aunque no quiso darle importancia, muy dentro de ella, sabía que era culpa suya.

Una noche después de acostar a los niños, Candela había pensado en organizar algo para ellos al día siguiente cuando volvieran de clase. Casi todo estaba en el altillo de la despensa, ella misma lo había guardado ahí para que no estuviera al alcance de cualquiera. Salió fuera al pequeño cobertizo a buscar la escalera. Poco después, estaba subida en el punto más alto de la misma y casi de puntillas.

—¿Es que quieres partirte el cuello?—Pablo la sorprendió y Candela estuvo a punto de caerse si él no hubiera sujetado la escalera.

—¿Y tú quieres matarme de un infarto?—el muchacho al recordar que ella padecía del corazón, se paralizó. Pero no pudo evitar entrar de esa forma cuando vio que en cualquier momento podría caerse desde tan alto—¿A qué has venido?—Candela se bajó rápidamente con las manos vacías.

—A nada en realidad, pasaba por aquí, te vi y…—la puerta de la despensa se cerró de golpe.

—Dime que no se acaba de cerrar la puerta—farfulló Candela.

—Pues si quieres no te lo digo, pero sí. ¿Por qué?—al ver la cara de preocupación de la chica, supo que algo iba mal—¿Qué pasa?

—La puerta sólo puede abrirse desde fuera…—susurró—Está rota…—se volvió hacia él con ese fuego en los ojos que Pablo había descubierto que le calentaba la sangre—¿Has sido tú, verdad?

—¿Qué? ¡Claro que no!—dejó de mirarla y se acercó a la puerta para intentar abrirla—Es imposible que haya sido yo, he estado ahí todo el tiempo—señaló a la escalera—¿Por qué nadie me ha dicho que la arreglara?

—Pues…¡No lo sé!—fue también a la puerta y se puso a pensar en la manera para salir de allí, pero no la halló. Así que comenzó a dar golpes en ella—¿Hay alguien ahí?

—Dudo mucho que la hora que es ya, haya alguien despierto—se apoyó en la pared mientras resoplaba—Me da que de aquí no salimos hasta mañana.

—No digas eso, claro que saldremos antes—golpeó nuevamente la puerta—Alguien me escuchará.

—Suerte con eso—se fue a una esquina y se sentó en el suelo estirando las piernas. Bastante tenía él con haberse quedado encerrado justamente con ella teniendo en cuenta lo confundido que estaba—Déjalo ya Candela, nadie puede ayudarnos.

—Me sorprende lo tranquilo que estás para estar encerrado sin posibilidad de salir cuando quieras—le reprochó.

—Estoy acostumbrado a estar encerrado—confesó casi sin querer—Creo que de todos los lugares en los que he estado, este está entre los más decentes.

Candela no supo a qué se refería, pero tampoco le importaba demasiado y no le respondió. Durante un rato más siguió golpeando la puerta hasta que le dolieron las manos, cuando se dio por vencida, fue hasta el rincón opuesto al que se había sentado Pablo e hizo lo propio, desde ahí podía ver el exterior.

Poco después, la bombilla que alumbraba la despensa, se fundió para desesperación de la joven, el lugar estaba casi a oscuras de no ser por la luna llena que reinaba en el cielo aquella noche.

El destino parecía que estaba jugando con él. ¿Por qué tuvo que seguirla cuando la vio fuera yendo a por la escalera? Pablo no tenía respuesta para esa pregunta, sólo lo hizo sin pensar, y ahora estaría allí encerrado con Candela durante horas. Y para terminar de desesperarse, todo estaba a oscuras salvo ella, que estaba iluminada por los rayos de luna que atravesaba la pequeña ventana. Afortunadamente, Candela no podía verlo a él y nunca supo que Pablo no le había quitado los ojos de encima desde que ella se había sentado ahí. Absolutamente todo estaba en su contra esa noche, pero tenía que mantenerse fuerte para no terminar pensando tonterías otra vez.

—Deberías intentar descansar—le sugirió Pablo—Poco más podemos hacer hasta que amanezca.

—Dudo mucho que pueda hacerlo—Candela se resignó y parecía más tranquila—Pablo yo…quería disculparme por mi actitud del otro día. No era para tanto y sé que sólo querías ayudar…Lo siento.

—No te preocupes por eso, está todo bien.

—Es sólo que se me hace raro que alguien salga en mi defensa, por así decirlo—confesó—Al igual que tú no estás acostumbrado a la amabilidad de la gente, yo tampoco estoy acostumbrada a eso, y te lo agradezco.

Volvieron a guardar silencio y Pablo recorrió el rostro de Candela con la mirada mientras ella tenía la vista clavada al otro lado de la ventana. Cuanto más la contemplaba, más inquieto se sentía, estaba peor de lo que él pensaba. Decidió cerrar los ojos para dejar de verla, aunque ni así lo consiguió, ya que era capaz de verla hasta con los ojos cerrados.

Las horas pasaban, Candela lo supo porque la misma luna que antes la iluminaba a ella, ahora lo hacía con Pablo, el cual parecía dormido. No se había dado cuenta que él estaba en manga corta y allí dentro hacía algo de fresco. No dudó en quitarse la chaqueta que se había puesto cuando salió a por la escalera, y tratar de taparlo con ella aunque sólo fuera un poco.




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