Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 11

Pablo por fin había terminado de trabajar el Sábado. Esa noche acudiría a casa de Rosario y trataría de alejar los pensamientos que lo habían rondado en los últimos días.

Hacia las ocho de la tarde llegó al hogar de su gran amigo el Flaco, y tanto Rosario como sus hijos, le dieron una cálida bienvenida. Un poco más tarde, llegaron los hermanos de la mujer, Mario y Andrea. Una vez hechas las presentaciones, la velada transcurrió con normalidad.

—¿Y cómo es la vida después de pasar tantos años en prisión?—Pablo no esperaba una pregunta tan directa de alguien a quien apenas conocía como era Andrea.

—Al principio bastante rara, cuesta un poco adaptarse—esa chica era una versión más joven de Rosario. Guapa, morena, agradable…y sin ningún tipo de filtro.

—¿Llevas mucho tiempo fuera?

—Casi dos meses—había olvidado que en su juventud había sido una persona muy sociable, pero ahora era todo lo contrario.

—Andrea—su hermano le llamó la atención—Deja ese tipo de preguntas, no es el momento.

—Está bien, ya me callo—le sonrió de forma coqueta y Pablo comprobó que esa chica no le hacía sentir nada a pesar de ser preciosa y estar ligando descaradamente con él.

Después de la cena, Rosario había buscado a alguien que cuidara de sus hijos y les propuso salir a tomar algo por ahí.

—Llevó años sin salir de noche…Desde que encerraron a Eduardo—hizo una mueca triste al recordarlo—Y si tengo que hacerlo, prefiero que sea con vosotros para evitar habladurías.

—Es muy buena idea—su hermana la apoyó—Venga chicos ¿Qué decís?

—Yo nací listo—añadió Mario.

—Id vosotros, yo no tengo muchas ganas.

—No seas aguafiestas, venga, di que sí—la joven entrelazó su brazo con el de él sin ningún tipo de reparo—Lo pasaremos bien, seguro.

—Ven aunque sólo sea un rato Pablo—Rosario conocía la razón por la que quería volver a casa tan pronto.

—Vale, iré. Pero no me quedaré mucho, no quiero que se me haga tarde.

Los cuatro subieron al coche de Mario, en el asiento de atrás iban Andrea y Pablo, ella seguía intentando que el joven le prestara algo de atención sin éxito. Pablo se sentía un poco incómodo por la manera de actuar de la chica.

Llegaron a un local en el que ya había mucha gente dentro, pero no les importó y accedieron hasta llegar a la barra. Estaban muy apretados, pero eso no impidió que los tres hermanos disfrutaran de su salida. Tiempo después, Andrea volvió a la carga y con una tonta excusa se pegó a su pecho.

—Perdona, es que alguien me ha empujado—le sonrió con picardía—¿Eres muy serio, no?

—No sé, lo normal—quiso alejarla de él, pero no era fácil.

—¿Estuviste en la cárcel por traficante como Eduardo?

—No, no fue por eso—estaba perdiendo la poca paciencia que tenía.

—¿Entonces? No pareces un tipo peligroso—recorrió el torso de Pablo con sus dedos.

—Maté a un hombre, así que un poco peligroso, sí que soy—la dejó con la palabra en la boca y se marchó, ya estaba cansado de estar allí.

 

Escuchó golpes, pero no sabía muy bien de dónde venían y quiso ignorarlos, pero no pudo. Reconoció la voz de Lidia y parecía desesperada.

—¡Candela abre la puerta por favor!—la chica la golpeaba con fuerza—¡Necesito ayuda!

—¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?—preguntó mientras se levantaba para abrirle. Cuando vio su cara de pánico, supo que se trataba de algo grave.

—¡Lo he matado Candela! ¡Yo…lo he matado!—se echó a sus brazos totalmente inconsolable.

—¿Qué? No estoy entendiendo nada. A ver, trata de tranquilizarte y cuéntame qué pasa.

—Yo…no quería…yo…—Lidia era incapaz de formar apenas una frase sencilla—Ven…—la agarró del brazo y la llevó hasta la puerta que daba a la calle—Lo he matado…Está muerto.

A un lado de la carretera, estaba el cuerpo de un chico que Candela no conocía inconsciente con una gran brecha en la cabeza.

—Lidia…¿Tú has hecho esto?—le susurró despacio.

—Sí…—se agarró de su brazo mientras temblaba violentamente por el estado de nervios en el que se encontraba—Él llevaba días insistiendo en que me volviera a escapar, y yo no quería hacerlo…Hace un rato me escribió y me convenció para verlo aquí fuera. Hablamos un poco y luego él…—rompió en llanto de nuevo—Quiso besarme a la fuerza…comenzó a tocarme. ¡Le dije que parara, te lo juro! ¡Yo no quería que hiciera eso, ni tampoco di pie a nada!—Candela la abrazó con fuerza, debía ser horrible pasar por semejante situación—Me asusté…Sólo quería quitármelo de encima…Así que agarré una piedra y le di con todas mis fuerzas en la cabeza—sollozó—¡Yo no quería matarlo!

—Lo sé, cariño—ella misma estaba a punto de echarse a llorar junto a la chica—Esto no es culpa tuya. ¿Me oyes?—acunó su rostro entre sus manos—No pasa nada, tranquila, lo voy arreglar.

—¿Qué vas hacer?

—Hay que llamar a la policía—Lidia empalideció al escuchar la palabra «policía»—Tienen que hacerse cargo de él.




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