Después de la misa de la mañana, Pablo fue a buscar a la madre superiora a su despacho.
—¿Puedo pasar Madre?—pidió permiso.
—Sí, por supuesto. ¿Qué necesita?—aún recordaba el episodio de la noche anterior.
—Verá…Quisiera pedirle disculpas por mi comportamiento de anoche. No debí faltarle el respeto de esa manera, estaba algo alterado.
—No se preocupe, lo entiendo. Espero que sea la última vez que pase algo similar, o me veré en la obligación de despedirlo.
—No volverá a ocurrir, se lo prometo—ya se iba cuando la mujer habló de nuevo.
—Sé todo de usted Pablo, y comprendo que lo que está pasando con Candela le haga revivir su propia historia—confesó la religiosa dejándolo de piedra.
—¿Usted…lo sabe?
—Sí. Lo de su hermana, lo de su paso por prisión durante diez años…todo. Sólo lo sé yo, puede estar tranquilo, no quiero que nadie lo juzgue todavía más. Por eso le pasé por alto el episodio de anoche. Ahora puede irse—le abrió la puerta.
A lo largo de la mañana, todas las hermanas le contaron a los niños que Candela se había ido de viaje para que no se preocuparan por su ausencia. Lidia no había pegado ojo en toda la noche y no tenía ánimos de levantarse de la cama. Estaba muy preocupada por Candela. ¿Estaría bien? No debía haberla dejado sola.
Cuando por fin tuvo fuerzas para ponerse en pie, caminó hasta el baño para asearse y escuchó como las niñas hablaban sobre dónde habría ido de viaje Candela. ¿Les habían dicho que estaba de viaje? Eso sólo podía significar una cosa, ella se había entregado a la policía para salvarla. Quería confesarlo todo para que pudiera salir libre, pero le aterraba que a ella se la llevaran a otro lugar lejos de la gente que quería. Lidia se debatía entre su propia libertad o la de Candela.
Aquella misma noche, Pablo volvió a comisaría. Cuando llegó, Ángel y otro hombre que supuso que sería su abogado estaban hablando.
—Buenas noches ¿Hay alguna noticia?
—Candela ya ha visto al juez y como ella misma se declaró culpable, el procedimiento se salta varias etapas y lo más probable es que ingrese en prisión muy pronto—explicó el abogado.
—Pero eso no puede ser ¿Cómo va a ir a la cárcel si no ha hecho nada?
—Ella no dice lo mismo—intervino Ángel—Lo único bueno de todo esto es que el chico sigue vivo, y lo malo es que es menor de edad y Candela no. Eso complica las cosas—un funcionario fue a buscar al abogado y ambos entraron al despacho.
—¿Te han dejado pasar?—quiso saber Pablo.
—Sí, he podido verla un par de veces y todo gracias a ti—le puso una mano en el hombro—¿Qué sabes del capitán Hernández para que te tema tanto?
—No puedo entrar mucho en detalle, pero digamos que tengo información sobre él que le perjudicaría mucho.
—Entiendo—Ángel analizó detenidamente al chico mientras hablaba con él—¿Por qué estás tan convencido de la inocencia de mi sobrina?—se percató que su rostro se relajó al mencionarla.
—No lo sé, pero su forma de actuar, de desviar la mirada, de hablar, me hace pensar que no está diciendo la verdad. Lo demás es un presentimiento que tengo, me baso en eso, nada más.
—Yo mismo no podía haberlo explicado mejor—sonrió con tristeza—Conozco a Candela desde que nació, la he visto crecer y siempre fue demasiado buena, hasta con quien no lo merecía—suspiró—Mi pobre niña…No puede terminar en una sucia celda.
Pablo no dijo nada más porque él se sentía exactamente igual respecto a la muchacha.
Tiempo después, el abogado volvió, habían descubierto nuevas pistas sobre el caso.
—Hay novedades—informó el hombre—Tras analizar el arma, en este caso, la piedra que supuestamente usó Candela para defenderse, han encontrado restos de piel que no pertenece ni a ella ni al chico agredido. Están barajando la hipótesis que incluiría que hubo una tercera persona involucrada.
—¿Eso significa que mi sobrina es inocente, no?
—No exactamente, Lo bueno es que podremos retrasar o paralizar el proceso para que Candela ingrese en prisión mientras investigan eso, aunque no puedo prometer nada.
—Al menos hay esperanza—murmuró Pablo para sí mismo.
Esa noche no pudo verla, Hernández no estaría allí hasta la mañana siguiente, y no ganaba nada quedándose. Se despidió de los dos hombres y se marchó.
No sabía cuando se había quedado dormida, era su segunda noche allí y el cansancio la venció. Al abrir los ojos, encontró al capitán observándola con una sonrisa perversa en los labios.
—¿Ya se ha despertado la princesa?—se burló—No sé que les das a esos hombres, pero no te dejan ni a sol ni a sombra ¿Eh?
—¿Qué hace aquí?—no le gustaba nada lo que ese tipo acababa de insinuar.
—Hacerte compañía, nada más. Sí que debes ser muy amiga del Fideo, porque estás siguiendo sus pasos. Sólo que él sí mató a una persona, mientras que el tuyo aún vive.
—¿Qué está diciendo? ¿Está hablando de Pablo?—avanzó con lentitud hacia la puerta de la celda.