Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 16

Por la mañana Candela se encontraba muy bien y llena de energía, así que en cuanto recogió su habitación, llegó al comedor a desayunar con los chicos para luego acompañarlos a clase. Cuando regresó, había un chico parado frente a la puerta del convento, parecía algo confuso y se acercó a él.

—Hola. ¿Puedo ayudarte en algo?

—Traigo una carta certificada a nombre de Pablo Navarro pero…¿Esto es un convento, no?

—Así es, pero él trabaja aquí. Si quieres yo se la puedo dar.

—Me harías un gran favor, voy algo retrasado con las entregas. Si eres tan amable de firmar aquí—la chica lo hizo—Muchísimas gracias, que tengas un buen día.

Candela recogió el sobre y entró en busca de Pablo para entregárselo. Dio una vuelta por los jardines y al no encontrarlo, fue directamente hasta la casa.

—Buenos días ¡Por fin te encuentro!—ella le sonrió y Pablo se volvía a morir del remordimiento al verla—Vengo a traerte esto—le tendió el sobre.

—¿Para mí? ¿Qué será?—lo abrió con cuidado.

—No lo sé, no he querido abrirlo porque no es para mí—ella también tenía curiosidad—Lo he recibido porque el chico que lo trajo tenía prisa, espero que no te importe.

—No me importa, sé que eres una persona de confianza—comenzó a leer y Candela lo observaba expectante—Es una citación para ir al notario—siguió leyendo—¿Tú sabes si mi abuela hizo testamento o algo así?

—No tengo ni idea, pero supongo que sí. La casa era suya hasta donde yo sé.

—Pues según esto, soy heredero de todos sus bienes—se rascó la nuca—En unos días será la apertura del testamento…No entiendo nada.

—Eres su único familiar vivo, es lógico que lo poco o mucho que Adela tuviera, sea para ti. Deberías ir a averiguar.

—Pero yo no quiero nada…

—No lo quieres, pero lo necesitas—lo interrumpió Candela—Y no me digas que no porque es así. No pierdes nada por ir, pero tú mismo—se quedó un poco más, y al ver que él no iba a decir nada más, se marchó.

—Espera…—ella se detuvo.

—¿Qué pasa?

—Lo de las pulseras…¿Fue cosa tuya?

—Sí, les estoy enseñando a los niños a hacerlas.

—No, no me refiero a eso—entró por la bolsita para enseñársela—Sino a esto.

—Ah, cierto, lo había olvidado. Eso es cosa de Camila, le hacía ilusión y…—la ponía nerviosa cuando la miraba de esa manera.

—La que está deshecha me imagino que sí—las sacó de la bolsa y se las mostró—¿Y esta?

—Bueno, le ayudé un poquito, no es nada—explicó quitándose importancia.

—Te doy las gracias entonces. A ella ya se las daré cuando la vea—le dio la pulsera y extendió su muñeca izquierda—¿Me ayudas a ponérmela?

—Claro—la tomó y la ajustó a la medida de su muñeca—¿Así está bien o está muy apretada?

—Está bien—murmuró mientras sentía los dedos cálidos y ágiles de Candela sobre su piel. Esa sensación superaba y por mucho a todo lo experimentado la noche anterior. Le hacía sentir demasiado con tan sólo el roce de sus dedos. Pablo la observaba mientras ella seguía concentrada en la pulsera.

—Ya está—le soltó la mano y él sintió frío por un instante—Te dejo que sigas con lo tuyo—el móvil de Candela sonó—¿Qué pasa tío? Una sorpresa…¿Dónde? ¿Aquí, en la puerta? Voy enseguida.

Fue con paso ligero hasta allí, Pablo la siguió de lejos, tenía curiosidad. Candela abrió la puerta y no había nadie. En ese momento, un coche dobló la esquina y paró justo delante, no podía ver nada porque los cristales estaban tintados. Una de las puertas traseras se abrió y una persona muy querida para ella salió.

—¡Lidia!—la chica se le echó encima para abrazarla—¡No sabes cuánto me alegro que estés aquí!—volvió a abrazarla—Te hemos echado mucho de menos.

—Y yo a vosotros. ¿Estás bien?—se preocupó.

—Estoy bien, y ahora que estás aquí, mucho mejor—Ángel y Óscar también bajaron del vehículo—Tío—Candela fue hasta él—Muchas gracias por haberla ayudado, no sabes lo importante que es esto para mí.

—Te prometí que lo haría—le frotó el brazo con cariño—Queríamos darte la sorpresa.

—Es la mejor sorpresa que me han dado jamás—no podía evitar sonreír, estaba muy feliz—Muchas gracias también a ti Óscar por traerlos hasta aquí.

—De nada, un placer—él también sonreía al verla tan contenta.

Pablo observaba la escena desde lejos, y por supuesto que se alegraba que Lidia estuviera de vuelta y que Candela abrazara a su tío por la emoción. Pero no le había gustado nada la sonrisita que le había dedicado ese tipo que al parecer era policía. Al fin y al cabo era hombre y había convivido años con muchos otros, y sabía perfectamente lo que ese policía pretendía con ella. No quería ver más, así que se fue de allí antes que alguien lo descubriera, ya saludaría a Lidia más tarde.

Después de hablar un rato más, Ángel y Óscar se marcharon mientras que Lidia y Candela iban charlando de camino al despacho de la madre superiora.




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