Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 19

Unas semanas después, todo parecía haberse calmado un poco. Candela estaba empezando a buscar una habitación en un piso compartido ya que no le daba el dinero para nada mejor, y no podía abusar más de la generosidad de la madre superiora, pero aún no se había decidido por ninguno.

Esa noche cuando salió del trabajo, tenía la sensación que alguien la estaba observando. Se detuvo varias veces y miró a su alrededor, pero no veía nada fuera de lo común. Siguió caminando despacio y trató de no alejarse demasiado de la zona central por si acaso tenía que pedir ayuda. Fingió buscar algo en su mochila, cuando volteó la cabeza rápidamente, descubrió lo que estaba pasando.

—¿Me estás siguiendo?—preguntó mientras se acercaba a él.

—No exactamente—después de todas las noches que llevaba cuidando de ella, lo había descubierto.

—Entonces ¿Qué haces aquí?—se cruzó de brazos.

—Lo que hago cada noche desde que empezaste a trabajar en ese lugar.

—¿Llevas todo este tiempo siguiéndome? ¿Por qué?

—Sinceramente, no tengo una respuesta para eso.

—Ahora entiendo por qué siempre aparecías de la nada…No es necesario que lo sigas haciendo Pablo.

—Para mí lo es—añadió con gesto serio.

Hacía tres semanas que se había ido del convento. Más de tres semanas en las que no había cruzado palabra con ella, conformándose con verla de lejos cada noche y asegurándose que estaba bien. Si algo había tenido durante esos días, fue tiempo para pensar y en lo único que pensaba era en Candela, día y noche.

—¡Ni siquiera me estás escuchado!—la chica le pasó una mano por delante de sus ojos.

—Perdona ¿Qué decías?

—Nada, vete a casa Pablo—farfulló resignada.

—No me cuesta nada acompañarte—Candela no quería perder más tiempo y aceptó que lo hiciera.

Hasta esa noche, la muchacha no se había dado cuenta lo mucho que lo había extrañado y ahora que sabía lo que llevaba semanas haciendo por ella, le hizo ilusión.

En momentos como ese, era cuando más se maldecía a sí misma por el hándicap con el que tenía que vivir. Quizás Lidia siempre tuvo razón y merecía experimentar al menos lo que era que alguien la hiciera sentir especial, aunque fuera tan fugaz como una estrella. Y como era ya tradición entre ellos, el único lenguaje que empleaban era el silencio que no disgustaba a ninguno de los dos.

—Ya has cumplido con tu cometido—comentó Candela—Puedes irte.

—Lo dices como si lo hiciera por obligación.

—¿Y no lo es?—preguntó mirándolo a los ojos.

—No, no lo es. Lo hago porque quiero y me quedo más tranquilo sabiendo que tú…estás bien—en efecto, había echado mucho de menos discutir con ella.

—Ya te dije una vez que no quiero que sientas pena por mí, ese es el verdadero motivo. Te da pena que esta «pobre niña tonta» le pase algo malo. Pero no tienes por qué preocuparte, me las arreglo siempre sola.

—Eso no es cierto—la pegó a su pecho para sentirla cerca—Créeme que lo último que siento por ti es pena—susurró con voz ronca prácticamente sobre sus labios.

Pablo hacía ya un rato que no sabía lo que estaba haciendo, había perdido completamente el norte, pero ya que había dado un paso al frente, llegaría hasta donde pudiera.

—Creo que no te estoy entendiendo—Candela no sabía que le estaba pasando, sintió un calor que la recorría de pies a cabeza haciendo que apenas pudiera respirar. No podía apartar su mirada de aquellos ojos que la hipnotizaron incluso antes de conocerlo…Le encantaría que la miraran así cada día de su vida.

Jamás habían estado tan cerca el uno del otro y mucho menos lo había imaginado ninguno de ellos. Sólo entonces ambos descubrieron que algo había nacido sin que se dieran cuenta.

—¡Suelta a mi sobrina maldito desgraciado!—Ángel había llegado y apartó de un empujón a Pablo de Candela.

—¿Se puede saber qué te pasa? ¿Estás loco o qué, tío?

—Que te lo cuente él mejor. ¡Vamos, díselo! ¡Dile lo que hiciste hace diez años!—Ángel había descubierto todo sobre Pablo y estaba fuera de sí—¿Te ha comido la lengua el gato? ¡Vamos, habla!—lo volvió a empujar violentamente.

—¡Ya basta!—Candela se puso ante su tío—¡No vuelvas a tocarlo! ¿Te queda claro?

—Así que el muy…te ha engatusado. Estaba claro que haría algo así—rio cínicamente—A ver si te quedan ganas de seguir defendiéndolo cuando sepas la verdad.

—Lo sé todo tío, y mucho antes que tú—Ángel eso no lo vio venir—Y no es asunto nuestro, así que no te metas.

—Es imposible que lo sepas y estés con él como si nada—la mirada de su sobrina no dejaba lugar a dudas, decía la verdad—Ni pienses que voy a permitir que sigas relacionándote con este tipo ¡Es un delincuente!

—¡Y yo no te permito ni que lo insultes ni que te metas en mi vida!—se alejó de su tío y se acercó a Pablo que no había abierto la boca desde que Ángel había llegado—Es mejor que vuelvas a casa, yo me encargo de él.

—Tu tío tiene razón, deberías hacerle caso—la burbuja que habían construido en pocos minutos, había explotado demasiado pronto. Jamás sería digno de ella.




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