Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 20

Lidia estaba a punto de volver al convento. Se había ido sin que nadie la hubiera visto, pero esta vez no se escapó para verse con sus amigos, tenía algo que arreglar.

La tormenta la sorprendió en mitad del camino, y por más que corrió se empapó de arriba abajo. Ya casi estaba llegando cuando divisó a lo lejos a una persona en el portón principal. Conforme se fue acercando, supo quién era.

—¿Qué haces aquí con el tiempo que hace?

—¿Te has vuelto a escapar?—Pablo la miraba con gesto serio bajo su paraguas—Pensé que tu promesa duraría un poco más.

—No es lo que crees, tenía algo que hacer—le explicó—Ahora dime tú ¿Qué te trae por aquí?

—Tengo que hablar con Candela—llevaba días huyendo de ella y se estaba empezando a sentir mal.

—Se fue a trabajar hace horas. De hecho esperé un rato para poder irme yo también, y por la hora que es, no creo que haya vuelto aún.

—Allí no está. Así que debe haber vuelto temprano. ¿Serías tan amable de ir a comprobarlo?

—¿Para qué quieres verla? Aunque ella no dice nunca nada, lleva días muy triste y por más que he intentado que me lo cuente, no quiere hacerlo—escaneó el rostro de Pablo en busca de algo que delatara que él era el culpable—A lo mejor tú tienes algo que decir al respecto.

—Lidia, es importante. Por favor, ve a buscarla—la chica bufó y entró mientras farfullaba algo que Pablo no entendió.

La muchacha miró por todos lados, pero Candela no estaba en ninguna parte. Salió de nuevo para informar a Pablo.

—Tal y como te dije, no está aquí.

—¿Estás segura de eso?

—He mirado en su habitación, en la de los niños, en la cocina y dudo mucho que haya salido a pasear con la que está cayendo. Tiene que estar en el curro, seguro.

—Gracias Lidia, vuelve dentro, vas a pillar una pulmonía.

—Si la encuentras, déjate de tonterías, cuéntale lo que sientes antes que sea tarde, y cuida de ella, se lo merece.

Pablo se quedó pensando en las palabras de Lidia y tenía razón. Debería hacer eso sin importar lo que piense el resto de la gente.

Volvió por el mismo sitio que había venido hasta el restaurante por si se cruzaban por el camino, pero eso nunca sucedió. Llegó al local y comprobó por segunda vez que ella no estaba ahí. Cuando se marcharon los últimos clientes, se decidió a entrar.

—Disculpa ¿Te puedo hacer una pregunta?—se acercó a uno de los chicos que estaba recogiendo—¿Está Candela por aquí?

—No, no está. De hecho hoy no ha venido a trabajar y es bastante raro que no haya avisado ni nada.

—Vale, gracias por la información.

Pablo salió a la calle y comenzó a desesperarse. ¿Dónde podía estar? Si se fue al trabajo y nunca llegó…Eso significaba que algo le había pasado. «Otra vez no por favor» Ese pensamiento se repetía en bucle en su cabeza. Era inevitable revivir la noche en la que asesinaron a Sofía y con el paso del tiempo, su angustia aumentaba igual que en aquella ocasión.

Recorrió la zona una y otra vez por si había pasado algo por alto o encontraba una pista que pudiera ayudarle a encontrarla, pero no hubo suerte. Tuvo que volver a casa porque no se le ocurría que más hacer y era demasiado pronto como para poder denunciar su desaparición.

Una vez allí, se cambió de ropa y ni se molestó en meterse en la cama, sería incapaz de conciliar el sueño sabiendo que Candela podía estar en peligro. Tiempo después, escuchó ruidos cerca de la puerta principal, y la idea de que fuera cualquier animal callejero la descartó enseguida, parecía más humano.

Fue hasta la cocina, sacó del cajón un cuchillo por si tenía que defenderse y se acercó sigilosamente a la puerta, la abrió poco a poco y vio a una persona sentada en los escalones de la entrada de espaldas a él, no parecía peligrosa. Encendió la luz del porche y la persona se puso en pie al instante y dio la cara.

—Yo…no quería molestar—se limpió las lágrimas de los ojos—No…no sabía dónde ir…

—¿Dónde estabas? ¿Qué te ha pasado?—tuvo que reprimir sus ganas de abrazarla para comprobar que en verdad era ella—Entra por favor.

Candela entró lentamente bajo la atenta mirada de Pablo que por fin podía respirar tranquilo y dejó el cuchillo sobre el mueble de la entrada.

—Perdón, lo estoy mojando todo…

—No te preocupes ahora por eso. Quédate aquí, voy por algo de ropa seca para que puedas cambiarte.

Pablo desapareció escaleras arriba dando gracias a Dios porque Candela estaba bien, al menos físicamente, porque no tuvo más que mirar sus ojos que habían perdido su brillo, para saber que algo grave estaba pasando.

Candela había estado horas caminando bajo la lluvia tratando de asimilar que el hombre más importante de su vida hasta la fecha, era su verdadero padre. El sueño que había tenido de niña, se había hecho realidad. Era demasiado cruel haberlo descubierto ahora y de la peor manera.

Mientras pensaba en todo eso, llegó sin querer a casa de Pablo. Sabía que él no quería saber nada de ella, así que simplemente se había sentado allí para sentirlo cerca sin tener que molestarlo. Y ahora estaba allí, dentro de su casa con la ropa que le había prestado en las manos.




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