Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 22

Diez años después…

—¡Flaco, ha llegado tu señora y toda tu estirpe!—gritó Pablo desde el foso donde seguía revisando uno de los coches averiados que había llegado esa misma mañana.

—¡Ya voy!—respondió desde el almacén de repuestos.

—Es la hora del almuerzo. ¿Por qué no vienes a casa? He hecho comida de sobra.

—Quizá otro día. Gracias Rosario—volvió a meter la cabeza bajo el coche.

—Ya estoy aquí…Pero bueno. ¡Qué agradable sorpresa!—Eduardo besó a su mujer y a sus cuatro hijos—Deja eso para más tarde, ven a comer con nosotros.

—Gracias tío, pero hoy no me viene bien, ya se lo dije a Rosario.

—Pero Fideo, comer tienes que comer. ¿No? Venga, vente—su amigo seguía insistiendo.

—Ya comeré después lo que sea. No los hagas esperar.

—Está bien, como quieras. Si cambias de opinión, eres más que bienvenido—Pablo asintió y vio marcharse a su único y mejor amigo rodeado de su gran familia.

Desde la muerte de Candela, no volvió a ser el mismo y tras muchos meses sumido en un duelo que dudaba mucho que pudiera superar, tomó la decisión que debía dedicar todo su tiempo y esfuerzo en algo que lo mantuviera ocupado. De ahí nació su pequeño negocio, un taller mecánico. Invirtió todo lo que su abuela le había dejado y aunque le costó mucho arrancar, no le iba del todo mal. No se haría millonario ni mucho menos, pero le servía para mantenerse a sí mismo y despejarse de todo pensamiento intrusivo.

Años más tarde, su buen amigo el Flaco salió de la cárcel, y no dudó ni un instante en darle trabajo. Él y Rosario tuvieron otro hijo antes de salir libre. Un año más tarde, Eduardo le pidió matrimonio a su mujer y se casaron inmediatamente. Y hacía pocos meses habían tenido a la tan ansiada niña que tanto deseaban después de tres hijos varones. Pablo los adoraba a todos, en parte eran también su familia. Pero cuando convivía con ellos, se hacía más latente lo sólo que estaba.

Durante todos esos años, conoció a algunas mujeres, incluso tuvo algo poco serio con un par de ellas, pero como él ya sabía, las relaciones físicas no lo llenaban en absoluto. Él quería más y eso ya lo encontró en Candela, no existía otra persona en el mundo como ella.

Al terminar la jornada, Pablo se lavó las manos y se cambió de ropa para volver a casa, pero a mitad de camino su estómago le recordó que no había almorzado, así que se acercó a un local de comida rápida. Tras hacer su pedido, se sentó en una mesa a esperar su comida.

Mientras estaba ahí, observaba a los niños jugar en el espacio destinado para ello, pero había un niño rubio allí parado que no se relacionaba con los demás. Más tarde, el mismo pequeño pasó por su lado cabizbajo y se le cayó un cochecito de juguete del bolsillo.

—Ten—Pablo lo había recogido y se lo devolvió—Es muy chulo. ¿Te gustan los coches?

—Sí—contestó tímidamente—Gracias—pero se quedó ahí parado.

—A mí también me gustan mucho. Incluso tengo un taller mecánico.

—¿De verdad?—los ojos azules del niño lo miraban sorprendidos—¡Qué guay! A mí me gusta desmontar mis coches de juguete, mezclarlos y crear otros nuevos.

—Parece divertido—el pequeño había pasado de ser taciturno a mantener una conversación con él en poco tiempo.

—Pero no los tengo aquí, los tengo en mi casa que está en otra ciudad—le explicó—Ahora estoy aquí porque mamá y yo hemos venido a visitar al abuelo. Es la primera vez que vengo porque el abuelo no quiere que vengamos, pero no sé por qué. ¿A qué es raro?

—Bueno, tendrá sus razones. Deberías volver con tu madre, puede que se preocupe si no te ve.

—Está ahí y viene hacia aquí—el niño la saludaba de lejos.

Pablo no podía verla porque estaba de espaldas al mostrador, pero imaginó que a esa mujer no le haría gracia que su hijo estuviera hablando con alguien que no conocía.

—Alan, te dije que no te separaras de mí, cielo—escuchar esa voz hizo que a Pablo se le paralizara el corazón—Y también te digo siempre que no hables con desconocidos—cuando la madre de Alan descubrió quién estaba hablando con su hijo, se quedó en shock—Vámonos Alan—agarró al niño de la mano y se alejó de allí todo lo rápido que pudo.

—¿Qué pasa mamá? ¿Estás enfadada?

Pablo dudó unos segundos de su estabilidad mental, porque lo que acababa de ver, no era posible. Se olvidó de la comida y fue tras ellos para comprobar si estaba loco de remate o no.




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