Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 23

Tuvo que correr porque ellos le sacaban bastante distancia, pero logró llegar a su altura.

—No puede ser verdad—Pablo se plantó ante aquella mujer observándola detenidamente. Al niño no le gustaba que se acercaran tanto a su madre y se interpuso casi empujándolo.

—¡Déjala en paz, vete!—quiso apartarlo de allí—Ya no me caes bien.

—Dime que no estoy soñando…Que eres real—no podía apartar sus ojos de ella.

—No sé de qué hablas. Vamos cariño—tomó de la mano al pequeño y retomaron la marcha.

—¡Candela, espera!—gritó sin moverse de su sitio.

—Cielo, ve y comprar algo de agua. ¿Vale?—señaló una tienda cercana.

—Pero mamá…—se quejó el niño.

—Con lo que te sobre puedes comprarte lo que quieras—le sonrió y le invitó a entrar—Parece que de repente te acuerdas de mi existencia ¿No? Debes haber estado muy ocupado los últimos diez años de tu vida.

—¿Pero qué dices? Yo pensaba que tú estabas…—era incapaz de pronunciar esa palabra.

—¿Qué estaba qué Pablo? No sé porque te comportas tan extraño, parece que hayas visto un fantasma.

—Aún lo estoy dudando—murmuró—Aquel día, hace años, cuando te pusiste tan mal, nos hicieron creer a todos que tú habías…muerto.

—¿Qué? ¡Claro que no! Desde luego como excusa, es de las malas.

—¡No es ni una excusa, ni te estoy mintiendo!—Pablo perdió los pocos papeles que le quedaban—Hay una tumba con tu nombre en el cementerio. Puedes ir a verla cuando quieras.

—Estás fatal de la cabeza Pablo. Necesitas que alguien te ayude—le partía el alma verlo tan perturbado, al punto de pensar que estaba muerta.

—Si no me crees, ve al cementerio y verás que no miento…—la miró a los ojos y vio que ella no lo creía, eso lo desanimó muchísimo—¿Por qué crees que tu padre no quiere que vengáis a verlo?

—¿Cómo sabes tú eso?—Candela se sorprendió, era imposible que él pudiera saberlo.

—Tú…hijo me lo contó. Si no me crees, está bien, pero trata de investigar por tu cuenta. No dejes que te vuelvan a mentir—le dolía la desconfianza de Candela hacia él, pero la entendía. Si a todo el mundo le habían hecho creer que ella había muerto, a saber qué le habían contado para que estuviera tan enfadada con él—No te preocupes, no te molestaré más. Pero hazte un favor a ti misma y averigua que pasó.

Pablo se dio media vuelta a pesar de no querer hacerlo. Era lógico, habían pasado muchos años, incluso ella había sido madre. ¿Cuántos años podría tener Alan? ¿Siete u ocho? Eso quizá fue lo que más le desconcertaba. Candela había estado con otro hombre y había formado una familia, él jamás se atrevería a meterse en medio de ellos.

Aún no se había recuperado del susto cuando escuchó su voz y la vio. Estaba aún más hermosa que cuando era una inocente muchacha, los años le habían sentado estupendamente, ya no parecía tan frágil como antaño…Y se volvió a enamorar de ella por segunda vez… Pero él ahora no tenía cabida en su vida y por más que se muriera de ganas, no la buscaría.

 

—Ten mamá, tu agua—Alan había llegado a su lado—¿Ya se ha ido ese hombre?

—Sí, ya se ha ido—Candela no dejaba de pensar en lo que Pablo le había dicho. ¿Y si era cierto?

—¿Lo conocías? ¿Cómo sabía tu nombre?

—Nos conocimos hace muchos años, sólo que no lo había reconocido—le explicó.

—Entonces ¿No es un hombre malo? A mí me caía bien, pero no me gustó ni cómo te miraba ni cómo te hablaba.

—No…no es un hombre malo—suspiró al recordarlo—Venga, vámonos a casa del abuelo, seguro que nos está esperando.

Candela estuvo pensativa todo el camino. Allí estaba pasando algo, lo que Pablo dijo de su padre tenía lógica. Ángel siempre se opuso a que su hija fuera a verlo, normalmente era él quien los visitaba a ellos. No quería dar nada por sentado hasta no tener más información, de momento guardaría silencio, ya se inventaría alguna excusa para alargar su estancia en la ciudad.

Cuando vio a Alan junto a Pablo, se le paró el corazón. No esperaba volver a verlo, casi no había cambiado nada, su mirada seguía siendo tan intensa como siempre y a pesar de llevar diez años sin verlo, aún conseguía ponerla nerviosa como cuando no era más que una cría.

Ella no lo había olvidado ni un solo día. Aunque quería odiarlo por haberla dejado sola, era imposible. Pablo viviría en su corazón para siempre.

 

—Abuelo, ya estamos en casa—Alan entró corriendo en busca de Ángel que se encontraba en su despacho.

—¡Qué alegría verte, hijo!—abrazó a su nieto—¿Y tú madre?

—Está sacando las cosas el coche, ahora viene—se sentó en el sillón—Oye abuelo ¿Sigues teniendo ese juego de carreras en tu ordenador?

—Por supuesto que sí, sé lo mucho que te gusta.

—¿Y puedo jugar ahora?

—Claro que sí, todo lo que quieras—Ángel dejó al niño jugando y salió fuera en busca de su hija—Al final te has salido con la tuya, has venido.




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