Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 24

Un par de días después, tomó la decisión de ir a ese lugar a primera hora de la tarde. Una vez allí, pensó que tal vez Lidia se había equivocado, aquello era un taller mecánico. ¿Qué tenía que ver con Pablo? Se acercó un poco más y el hombre que estaba ojeando algo en su móvil, la vio.

—¿Necesita algo señorita?

—Pues no sé si me habrán informado bien, pero busco a una persona—le explicó.

—Aquí sólo estamos dos, mi jefe y yo. Y por lo que veo, no es a mí a quién busca.

—Busco a Pablo. ¿Lo conoce?

—Ah, vale, ahora entiendo—el Flaco era conocedor de las aventuras esporádicas de su amigo—Sí, él es mi jefe y mi mejor amigo, le avisaré que está aquí—llevó unos dedos a su boca y silbó muy fuerte—¡Fideo, ven, te buscan!—gritó haciendo sonreír tímidamente a la muchacha—Puedes tutearme sin problema. Me llamo Eduardo pero todos me conocen como el Flaco. 

—Encantada, yo soy Candela—se presentó educadamente.

—¿Qué? Tú…eres…¿La muerta?—se le escapó sin querer—Perdón, no quería decir eso, lo siento.

—No importa, ya me voy acostumbrando a esa reacción—respondió resignada.

—¿Quién es?—a lo lejos podía escuchar la voz de Pablo—Ah, eres tú. ¿Qué haces aquí?

—¿Podemos hablar?

—Ahora no puedo, tengo trabajo que hacer—le dio la espalda y volvió por donde había venido.

—Puedo esperar a que termines.

—Tengo mucho trabajo, acabaré tarde—trató de disuadirla para que se fuera.

—No importa, esperaré fuera para no molestar—insistió.

—¿No tienes un hijo al que cuidar?—preguntó en tono irónico.

—Alan tiene quien lo cuide, no te preocupes por eso—sabía lo que estaba haciendo, pero no se rendiría tan fácilmente.

—Como quieras—gruñó y desapareció de allí.

A Pablo no volvió a verlo en mucho tiempo y tal y como le dijo, se quedó allí. El Flaco le dio conversación mientras trabajaba y le cayó muy bien Candela casi enseguida, podía entender a su amigo perfectamente, esa chica era una joya y sería muy tonto si la dejaba ir.

Tras disculparse con ella un momento, fue a buscar a Pablo que llevaba metido en la oficina un buen rato.

—¿Qué haces?—lo vio organizando las facturas del mes.

—Trabajar ¿No lo ves?—no estaba de muy buen humor.

—No me refiero a eso y lo sabes—le quitó la carpeta de las manos—Llevas años echándola de menos y ahora que es ella quien te viene a buscar, la ignoras. De verdad que no te entiendo. Lo poco que he hablado con esa chica me ha bastado para saber lo que vale.

—No quiero hablar con ella. No puedo…

—¿Por qué?

—No puedo tenerla ante mí sabiendo que está prohibida—confesó.

—¿Prohibida? Creo que no te sigo—Eduardo se rascó la cabeza sin entender nada.

—Hace unos días nos encontramos por casualidad. Bueno más bien, su hijo me encontró. ¿Sabes lo que eso significa? Candela tiene una familia y yo…simplemente no puedo soportarlo.

—Que tenga un hijo, no necesariamente significa que tenga una familia actualmente. ¿Se lo has preguntado al menos?

—No, no lo he hecho—admitió avergonzado.

—Si ha venido hasta aquí para hablar contigo, será por algo Fideo. Lleva esperando un buen rato la pobre.

—Déjala, ya se cansará.

—Como quieras, luego no te quejes cuando se vuelva a ir—salió de la oficina dejándolo solo.

El Flaco y Candela se quedaron hablando un rato más y poco después, era la hora de salida.

Sabía que no había más gente allí y a pesar de que no quería molestar más a Pablo, se atrevió a entrar en su despacho.

—¿Puedo pasar?

—Ya estás dentro—se odiaba a sí mismo por hablarle así, pero necesitaba poner una barrera entre ellos.

—Sé que no quieres hablar conmigo y lo acepto. Así que seré yo la que hable—aunque aparentaba serenidad, por dentro estaba hecha un flan—He venido principalmente a disculparme contigo por la forma en la que te traté el otro día. Tú tenías razón, es mi padre quién está detrás de todo esto, y de verdad que no sé qué debo hacer.

—¿Te lo ha dicho él?

—No, en realidad fue gracias a ti, sólo tuve que seguir las pistas. Fui al hospital y allí me confirmaron que «morí» hace diez años, después fui al cementerio y encontré mi tumba. Tan sólo recordar lo bizarro que ha sido me entran escalofríos.

—¿Dónde has estado todo este tiempo?—quiso saber Pablo.

—Creo que eso es lo que menos importa. Lo único que te puedo jurar es que yo no tenía ni idea de nada, de haberlo sabido, hubiera vuelto inmediatamente.

—¿No se te hizo raro que las personas de tu entorno no fueran a verte ni una sola vez? ¿En serio?

—Mi padre me dijo que dejó nuestra dirección y nuestro teléfono a la madre superiora. Lo único que pensé es que os habíais olvidado de mí, y no te voy a negar que me dolió sentirme ignorada por todo el mundo—le explicó—Aunque ahora entiendo por qué.




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