Pablo la vio irse y esta vez no la detuvo. Tal y como le dijo, le dio el recuerdo que merecía, que ambos merecían. Sólo que él además del recuerdo, se quedó con otra cosa que dudaría un rato más. Cuando estuvo en condiciones para poder irse, no dudó dónde debía acudir, a casa del Flaco.
Él y Rosario siempre se alegraban de su visita, aunque no fuera con tanta frecuencia como a ellos les gustaría.
—¿Qué te ha pasado en la mano?—señaló la mujer—¿Estás bien?
—No, nada importante, no te preocupes.
—¿Te lo ha hecho ella?—el Flaco trató de no reírse—Merecido sin duda por imbécil.
—¿Te quieres callar?—murmuró bajito.
—Mi Rosario lo sabe, no tengo secretos con ella—la aludida sonrió.
—Gracias. Y no, ella no me ha hecho nada—«Que te pueda contar» pensó—He sido yo mismo sin querer.
—Venga, vayamos a cenar—les indicó Rosario—Después os dejaremos hablar de vuestras cosas.
Una vez la cena terminó, los hijos del Flaco dieron las buenas noches y se fueron a dormir, y Rosario se fue hacer lo propio con su bebé.
—Va, suéltalo—comentó Eduardo.
—¿El qué?—Pablo lo miró de reojo.
—Es obvio que algo ha pasado. ¿Por qué si no has venido a mi casa? No sueles hacerlo a menudo. Pero antes que me lo cuentes, tengo una duda. ¿Ella no había muerto? ¿Por qué aparece ahora de la nada?—si algo era el Flaco, era curioso.
Pablo respondió a todas y cada una de sus preguntas, y le contó todo lo que había pasado con Candela y lo que ella acababa de averiguar.
—Ese tío es un grandísimo hijo de puta. ¿A qué esperas para sacarla de esa casa?
—Ya te dije lo que había, tiene su familia. No me toca a mí, no esta vez.
—Entonces se lo has preguntado. ¿Ella te lo confirmó?
—No le pregunté nada…no hubo tiempo—confesó con timidez.
—¿Cómo que «no hubo tiempo»?—analizó a su amigo de arriba abajo—¿Te la has…?
—¡No!—lo interrumpió antes que terminara de formular la pregunta—¡Por supuesto que no!
—A ver Fideo, no sería la primera vez que te tiras a una tía en el taller, no tiene nada de malo.
—Candela no es una tía cualquiera como tú dices, y lo sabes—al único que le había confesado todo lo ocurrido con ella y lo que le hacía sentir era el Flaco y por ende a su señora también—Pero…
—¿Pero…?
—Estuvo muy cerca de pasar—Pablo se frotaba la cara desesperado mientras su amigo se reía a carcajadas.
—Fideo, te admiro—Eduardo le palmeó la espalda—Ojalá yo tuviera tu temple y tu auto control, de verdad, te felicito por ello. Yo soy incapaz, y si no me crees, puedes preguntarle a Rosario.
—No hace falta, siempre lo has gritado a los cuatro vientos muy orgulloso. Además, tus hijos son la prueba de ello.
—Pero también te digo que ya no estoy hecho un chavalín—se levantó del sofá—Y tú tampoco.
—Flaco, me sacas doce años, es evidente que no lo eres. Pero incluso estando en prisión, jamás perdiste el tiempo.
—Es que cuando encuentras a tu mejor amiga, tu compañera de vida y la mujer que te llena todos tus vacíos, no hay que dejarla escapar porque no abundan amigo mío. Posiblemente si no hubiera conocido a mi señora, seguiría metido en aquel mundo turbio y quizá ya hubiera muerto. Rosario y mis hijos son lo mejor que me ha pasado en la vida—suspiró totalmente enamorado—Así que no seas tonto, búscala, pregúntale lo que necesites saber y sé feliz con ella. Deja de perder el tiempo. ¡Espabila!
—Es hora de irme. Gracias por todo y buenas noches—Pablo salió por la puerta sin dar réplica a Eduardo.
Cuando su amigo se fue, no tardó mucho en reunirse con su mujer que estaba acostando a su bebé.
—Rosario, te tengo noticias muy frescas—se metió en la cama con ella.
—Lo he escuchado todo—lo besó—Cuando quieres, eres todo un romántico—lo volvió a besar y los dos se demostraron su amor durante toda la noche.
A la mañana siguiente, Candela estaba en la cocina tomando su segundo café del día y eso que aún eran las ocho y media. No había pegado ojo en toda la noche después de lo que había ocurrido con Pablo el día anterior. Mentiría si dijera que no le había gustado, era lo más bonito y a la vez lo más excitante que había experimentado nunca. Si sólo con un beso se había sentido así, no quería imaginar que hubiera sido de ella si aquello hubiera ido a más.
Una pregunta rondaba por su cabeza desde entonces…¿Le hubiera gustado que eso hubiera sucedido? La respuesta era un sí rotundo, pero quizá se arrepintiera más tarde, o quizá no, eso nunca lo sabría.
—Buenos días hija—Ángel la sacó de sus confusos pensamientos—¿Estás bien? Nos extrañó mucho a Alan y a mí que te fueses a dormir tan temprano ayer, ni siquiera habíamos llegado de nuestro paseo.
—Me dolía mucho la cabeza, pero ya estoy mejor—se terminó el café y lavó la taza—Tengo buenas noticias para ti, Alan y yo nos vamos de tu casa, así dejarás de sufrir.