Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 27

Desde ese lugar hasta la casa de Lidia había una buena caminata, le vendría bien para terminar de despejarse y buscar a través de su móvil un lugar para que Alan y ella pudieran pasar la noche, pero no encontró nada, todo estaba ocupado. Tendría que abusar de la amabilidad de su amiga y pedirle prestado aunque fuera su sofá. Y por si fuera poco, comenzó a llover con fuerza.

—¡Genial!—gritó al viento—¿Falta algo más para coronar este grandioso día?

Y como si el destino se estuviera burlando de ella, un coche se aproximaba hasta ahí y paró a la altura donde se encontraba.

—Candela sube al coche—una vez más, Pablo apareció al rescate.

—Prefiero caminar—ni de broma se iba a ir con él después de lo que pasó la última vez que se vieron.

—¿Te has dado cuenta de que está diluviando?—iba casi al ralentí porque ella seguía andando como si nada.

—Ya sé que todos me consideráis una perfecta estúpida, pero hasta yo puedo darme cuenta cuando llueve.

—Nadie cree eso. Venga sube—estaba tratando de ser compresivo y paciente, pero ella no se lo estaba poniendo fácil.

—Agradezco el detalle, pero no lo necesito, buenas noches.

Candela se fue por una calle peatonal, era la única manera de deshacerse de Pablo. Se sentía demasiado vulnerable como para tener que fingir que no se moría de ganas de subir a su coche, echarse en sus brazos y que le asegurara que todo iba a estar bien. Que jamás volverían a separarse y que todas esas tramas y mentiras habían terminado para siempre

Ella sabía que nada de eso iba a pasar, como mucho discutirían un rato antes que uno de los dos acabara marchándose. Iba pensando en todas esas cosas cuando unas manos fuertes la levantaron del suelo y se la llevaban dirección al coche.

—¿Se puede saber qué haces? ¡Bájame ahora mismo!—forcejeó y golpeó su pecho, pero no sirvió de nada.

—Soy un hombre sensato y tú una mujer necia, hago lo que tengo que hacer—la metió en el coche y le puso seguro a su puerta.

—¡Esto es ridículo!—gritó al través del cristal.

—Tal vez si no te portaras como una niña, no tendría que hacer el ridículo.

—Quiero bajar—protestó.

—¿Lo ves? Eres igualita a una niña caprichosa. Me atrevería a decir que ya no tienes edad para hacer estas cosas—Pablo estaba conteniendo las ganas de reírse ante el comentario que acababa de soltar.

—¿Perdona? ¿Acabas de llamarme vieja?—lo miraba muy indignada. Él no respondió—Tú tampoco eres un niño ¿Sabes? Los años pasan para todos, también para ti.

—Para unos más que para otros—se estaba divirtiendo muchísimo haciéndola rabiar—¿Crees que he envejecido mal?

—¿En serio me estás haciendo esa pregunta en este momento?—no iba a decirle lo atractivo que seguía siendo. Esos años en los que no se habían visto, le habían sentado de maravilla.

—Es eso o seguir peleando por tonterías, tú misma—no le había pasado desapercibido la mirada que le había echado Candela al escuchar su pregunta. Había sido el mejor de los halagos sin pronunciar ni una sola palabra—Ya que tú no quieres opinar, lo haré yo.

—No me interesa tu opinión, sólo quiero salir de aquí—giró su cabeza para mirar por la ventana cómo seguía lloviendo. No sabía a lo que estaba jugando Pablo, pero no quería caer en él o se perdería.

—A ti todos estos años te han hecho madurar para bien—contempló su rostro de perfil. Estaba empapada y su pelo estaba enredado y mojado…Pero hasta estando hecha un desastre, era la mujer más hermosa del mundo para él.

—Gracias…supongo—volvió su vista hacia él—Ni si quiera te he dicho dónde voy. Tengo que ir a buscar a Alan, llevo muchas horas lejos de él y se pone muy nervioso cuando está sin mí.

—Lo entiendo perfectamente—Candela prefirió obviar lo que Pablo había dicho y siguió hablando como si nada.

—Alan no es un niño muy sociable, le cuesta mucho hablar con desconocidos, incluso con otros niños, y aunque Lidia es una persona de toda mi confianza, para él no deja de ser una extraña.

—Creo que tienes muy mimado a tu hijo, por eso es como es. Tienes que dejar que libre sus propias batallas, que se equivoque, que se caiga y aprenda a levantarse solo. Sobreprotegiéndolo no le haces ningún favor.

—Que sabrás tú sobre su vida, no tienes ni idea, así que no hables de lo que no sabes—le molestó mucho lo que había dicho sobre el niño y sobre ella—Déjame bajar, Lidia no vive muy lejos de aquí.

—Sé dónde vive y no está cerca—la había pillado en su mentira—Además, antes de llevarte ahí, tenemos que hablar.

—Ahora soy yo la que no quiere hablar contigo. Así que si me llevas a casa de Lidia, bien y si no, me bajo aquí mismo.

—Si no quieres que tu hijo se preocupe, deberías llamarlo—le sugirió.

Cansada de pelear con Pablo, se quedó callada y llamó a Lidia, que a su vez le pasó el teléfono a Alan. Mantuvieron una breve conversación en la que el niño se quedó tranquilo y prometió irse a dormir. Cuando colgó se dio cuenta que el coche estaba aparcado frente a la casa de Pablo y automáticamente supo que esa noche no iba a acabar bien.




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