Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 28

Pablo despertó al día siguiente totalmente descansado y feliz. Ya casi había olvidado lo bien que se sentía al hacerlo…Pero no le duró demasiado la alegría porque cuando se dio la vuelta, la otra parte de la cama estaba vacía y fría.

Se puso un pantalón rápidamente y salió de la habitación buscando a Candela por toda la casa, pero no logró dar con ella porque hacía un buen rato que se había ido.

—Otra vez. ¡Me lo has hecho otra vez!—gritó enfadadísimo. No había caminado ni dos pasos cuando escuchó que alguien lo llamaba por teléfono, se acercó hasta la mesa y se dio cuenta que no era el suyo. Era el de Candela, se le había olvidado, la que estaba llamando era Lidia—Buenos días—respondió de mal humor.

—Em…hola. ¿Podrías pasarme a Candela por favor?—hacía años que no hablaba con él, pero una pequeña parte de ella se alegraba que esos dos hubieran pasado la noche juntos.

—Me encantaría poder hacerlo, pero se ha largado y se dejó el móvil aquí.

—¿Y no sabes dónde puede haber ido?

—No, no lo sé. Imagino que irá en dirección a tu casa a recoger al niño. Al parecer, es lo único que le importa—le colgó la llamada de la forma más maleducada.

Se fijó en el fondo de pantalla, en él aparecían Candela y Alan en primer plano, realmente se parecían mucho. Los dos eran rubios y tan sólo se diferenciaban en el color de sus ojos, el niño los tenía azules mientras que los de ella eran ámbar…Un color único para una mujer única.

Aunque Pablo ya había descubierto su secreto, no podía dejar de pensar de dónde había salido Alan y por qué todos creían que eran madre e hijo. Averiguaría eso, igual que encontraría a Candela y le pediría explicaciones sobre su abandono.

Lo primero que hizo fue avisar al Flaco que tal vez no se pasaría por el taller aquel día porque tenía asuntos que resolver, obviamente no le dio detalles pero su amigo podía imaginárselos perfectamente.

Más tarde, puso rumbo a casa de Lidia para encontrarse con Candela y hablar con ella claro y directo, porque al parecer con todo lo que había pasado la noche anterior, no se había dado por enterada que su situación había cambiado y bastante. Se llevó otra decepción porque ella no estaba allí tampoco.

—No puede habérsela tragado la tierra Lidia.

—Ya lo sé, a mí también me parece raro, más sabiendo que no tiene donde más ir—ella también estaba preocupada porque ya no sabía que más decirle a Alan cuando despertara—Quizá haya ido a casa de su padre, es lo único que se me ocurre.

—Es posible…¿Me darías su dirección?—Lidia lo observaba en silencio sin saber qué hacer—Por favor.

—A lo mejor Candela no quiere verte y no quiero meter la pata, Pablo. No sé si debería dártela.

—Escucha Lidia, yo…—no sabía muy bien cómo explicárselo—Han pasado cosas que no sabes y necesito hablar con ella, no te lo pediría si no fuera importante.

—Está bien, te la daré y que sea lo que Dios quiera—encontró un pedazo de papel y se la escribió.

—¿Ha llegado ya mamá?—Alan apareció en el salón restregándose los ojos.

—Aún no Alan, pero no creo que tarde.

—¿Qué le has hecho? ¿Dónde la tienes?—el niño se plantó frente a él sin ningún temor.

—Pero Alan ¿Qué dices?

—Desde que llegamos aquí y nos encontramos con este hombre, mi madre está muy rara. ¡Por su culpa!—lo señaló—Y aunque ella me dijo que no eras un hombre malo, yo sí lo pienso.

—Alan…—respiró hondo y se puso a su altura armándose de paciencia—Yo tampoco sé dónde está, pero hay algo en lo que ella tiene razón, no soy un hombre malo—él también pensaba lo mismo de sí mismo durante mucho tiempo hasta que Candela le mostró que no lo era.

—No creas que porque sólo soy un niño voy a dejar que le hagas daño. Como ese hombre le hacía a mi primera madre—Alan rompió en llanto mientras lo miraba furioso.

—¿A qué te refieres?—Pablo tuvo que admitir que ese niño tenía agallas y defendía a su madre a muerte.

—Antes de tener esta mamá, yo tuve otra madre, la que me llevó en su barriga—se limpió la cara torpemente—También tuve un padre, pero yo nunca le llamé «papá». Ella era muy buena, me quería mucho y me cuidaba de él para que no me hiciera nada—Lidia le pasó un pañuelo para que pudiera sonarse la nariz—Ese hombre le gritaba mucho y le pegaba muy fuerte todos los días. Casi siempre tenía que ir al hospital y cuando volvía me sonreía y me decía que no pasaba nada. Pero el último día que pasó algo así… Ella ya no volvió a casa y a él se lo llevaron a la cárcel—el pequeño se recompuso y enfrentó a Pablo—No voy a permitir que tú se le hagas a ella, no voy a perder otra madre.

—Yo jamás podría hacerle nada de eso a tu madre—miró a los ojos a ese pobre niño, que muy en el fondo sabía que estaba asustado—Uno no daña a la gente que ama Alan, te lo prometo. Nunca haría algo malo en contra de Candela, confía en mí por favor.

El niño lo observó detenidamente. No se parecía en nada a su padre y lo poco que había hablado con él había sido amable. Además acababa de decir que amaba a su madre. ¿Y si ella tenía razón? ¿Y si él es un hombre bueno?

—Pablo—Lidia llamó su atención—Ve a buscarla, yo me encargo de Alan.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.