Corazones imperfectos (2024)

CAPÍTULO 29

—Hija…—acababan de descubrir a Candela en la entrada de la casa—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—Eso no importa…—se acercó hasta ellos quedando en medio de los dos—Hay cosas que parecen no cambiar, pasen los años que pasen—miró primero a Ángel—Si estoy aquí es porque sé el cariño que sentís el uno por el otro—quiso bromear para rebajar la tensión que reinaba en aquellas cuatro paredes—Y lo que también sé es que jamás podríais llegar a un buen entendimiento, cada uno de vosotros por sus propias razones—pasó de observar a su padre a hacerlo con Pablo—Esta es mi guerra, no la tuya. Agradezco que siempre hayas querido ayudarme pero no es necesario.

—¿Cómo no quieres que me meta si este hombre ha destrozado tu vida?—no entendía por qué seguía protegiendo a Ángel.

—Porque es algo que ya no tiene remedio por más que discutamos una y otra vez—respondió totalmente resignada—Quiero estar tranquila, sin mentiras ni sorpresas desagradables. Vivir una vida en la más absoluta de las monotonías.

—Pero eso es demasiado gris y triste para ti—Ángel intervino sintiéndose todavía más culpable después de escuchar sus palabras—Te mereces una vida llena de colores, alegrías y…amor.

Pablo y Candela se miraron de soslayo y a él no le pasó desapercibido. Entre esos dos existía algo demasiado grande, tanto, que ni siquiera ellos eran conscientes aún de eso. Puede que aquel hombre no fuera merecedor del amor de su hija, no era de su agrado y ya se lo había hecho saber.

Pero había algo que no podía negar, Pablo había luchado por ella desde que lo había conocido. Recordaba lo que había hecho cuando estuvo detenida y cuando le contó lo que Candela pretendía hacer con su vida. Se preocupaba por ella porque la quería de verdad.

—Es mejor que te vayas a tu casa Pablo—la intervención de su hija interrumpió sus pensamientos—No tienes nada más que hacer aquí.

—¿Disculpa? Me iré cuando cumpla lo que he venido hacer. Buscarte.

—Ya me has encontrado. ¿No me ves?—se señaló a sí misma de arriba abajo—Así que puedes marcharte.

—Tenemos que hablar y lo sabes—Candela desvió rápidamente la mirada de él.

—Será mejor que os deje solos—les dijo Ángel, pero nadie lo escuchó ni vio como se iba del salón.

—Igual no estoy preparada para eso…por ahora—Candela se sentía algo incómoda.

—¿Te arrepientes?—quiso preguntarle de forma directa, la muchacha negó con la cabeza sin atreverse a mirarlo—¿Te avergüenzas de lo que pasó anoche?

—No, no es eso…—la chica se estaba empezando a agobiar por el interrogatorio al que la estaba sometiendo.

—¿Entonces, qué pasa?—se acercó hasta ella y pudo sentir que estaba temblando. Tomó su mano para tratar de tranquilizarla.

—He escuchado lo que habéis estado hablando mi padre y tú—confesó con timidez.

—Hemos hablado de muchas cosas…

—Me refiero a la parte donde has hablado sobre lo que sientes…por mí.

—Sé que no ha sido la mejor manera de enterarte—se disculpó—Me hubiera gustado decírtelo de frente, mirándote a los ojos—le alzó la barbilla para hacerlo—Todo lo que has escuchado es totalmente cierto, incluso diría que me he quedado corto…Quizá no soy el hombre que mereces o con el que alguna vez habías soñado. Pero lo que sí soy es el que siempre te ha querido incluso más allá de la muerte—acarició sus mejillas con las manos—Y lo seguiré haciendo siempre, pase lo que pase.

Candela se había quedado sin palabras, jamás creyó escuchar algo así por parte de Pablo. Sólo podía contemplarlo y rezar por que aquello no fuera un sueño. Enterró la cabeza en su pecho y se abrazó a él sin decir nada.

Por su parte, Pablo la envolvió en sus brazos con fuerza, ahora que la tenía junto a él, nadie más volvería a quitársela.

—Ya que no has dicho nada, he de suponer que no te desagrada lo que te he dicho ¿No?

—Es que no sé qué decir—Candela se sonrojó haciendo reír a Pablo—Tú ya lo has dicho todo.

—Me gustaría saber qué piensas tú, cuáles son tus sentimientos, no sé…—Candela lo sorprendió dándole un tierno y largo beso—Vale, creo que ya me va quedando claro—añadió algo aturdido.

—Tenías razón, tenemos que hablar—se alejó un poco para tomar aire—Pero no aquí ni ahora.

—Me parece bien, podemos ir a casa, allí nadie nos va a interrumpir.

—Antes tengo que tener una pequeña conversación con Alan. Tengo que explicarle por qué ya no podemos vivir en nuestra casa y que tenemos que buscarnos otro sitio para vivir…

—Me parece bien. Pero no es necesario que lo hagáis. Vosotros ya tenéis una casa donde vivir, la mía. Una vez te dije que mi casa era la tuya y por supuesto que también la de Alan. No hay más que hablar.

—No es tan sencillo. Hay cosas que tengo que contarte sobre Alan. Además está mi trabajo y…

—Haz lo que tengas que hacer y después me cuentas todo lo que quieras—la besó en la frente—Te espero en casa y más te vale no volver a desaparecer o iré a buscarte al mismísimo infierno.

Candela sonrió y suspiró feliz. No sabía exactamente si lo suyo con Pablo sería flor de un día o para siempre, pero merecía la pena arriesgarse por última vez. Tuvo la intención de despedirse de su padre, pero finalmente no lo hizo. Necesitaba tiempo para pensar qué debía hacer con él.




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