Nada más llegar al taller, el Flaco lo miraba con una sibilina sonrisa en su rostro. El día anterior, su jefe y amigo no había puesto un pie en ese lugar, deseaba de todo corazón que las cosas hubieran ido bien.
—¿Por qué me miras con esa cara?—Pablo no podía evitar sonreír.
—No sé, dímelo tú Fideo. ¿Algo que contar?
—Algo—respondió misterioso.
—¿Algo…bueno?
—Algo mejor que bueno—le palmeó la espalda con entusiasmo.
—Me alegro mucho, te veo contento y eso es una novedad para mí—bromeó.
Pablo a lo largo de aquel día le contó a su mejor amigo, todo lo que había pasado con Candela, también le habló de Alan y de sus planes de futuro junto a ellos. El Flaco se sentía feliz por él, desde que lo conoció en prisión, nunca lo había visto tan feliz. Esa chica consiguió espantar todos sus fantasmas y demostrarle que podía ser merecedor de tener una buena vida.
Casi a la hora de cerrar, tal y como le prometió, Candela y Alan aparecieron allí en busca de Pablo. Eduardo fue el primero en verlos y se acercó hasta ellos con una enorme sonrisa en la cara.
—¿Puedo darte un gran abrazo?—le preguntó a la joven, ella asintió y el hombre se lo dio—No sabes cuánto te agradezco todo lo que has hecho por él.
—No hace falta Flaco—se le hacía rarísimo no llamarlo por su nombre—Pablo ha hecho más por mí, que yo por él, créeme.
—Y este chico de aquí, debe ser Alan—bajó la mirada hasta el pequeño que se aferraba a la mano de Candela un poco tenso—También me ha hablado de ti, y de lo mucho que te gustan los coches.
—¿Ah, sí?—el niño se sorprendió porque le hubiera hablado de él a ese señor de aspecto fiero que parecía amigo suyo.
—Por supuesto, y espero que vengas a visitarnos algún día para enseñarte todo esto. ¿Sabes? Tengo hijos más o menos de tu edad que también podrían venir.
—Para el carro ya Flaco—la voz de Pablo se escuchaba a lo lejos—Lo vas a asustar—bromeó mientras salía del foso donde estaba metido—Me alegra que estéis aquí—llegó hasta ellos pero no los tocó porque estaba lleno de grasa y aceite.
—¿Pensabas que no íbamos a venir? ¿O es que ya te estás arrepintiendo?
—Jamás podría arrepentirme—iba a decirle algo más, pero ni Alan ni su amigo les quitaban la vista de encima a los tortolitos—Iré a lavarme y cambiarme de ropa para irnos a casa.
Candela y el Flaco se quedaron hablando mientras él volvía. Un rato después, los tres abandonaron el taller rumbo a casa. En cuanto llegaron, se la enseñaron a Alan y le animaron a elegir una de las habitaciones, el niño se quedó con el dormitorio que había pertenecido a su hermana, pero ese dato sólo lo conocía él y se alegraba que lo hubiera hecho.
Más tarde cenaron mientras Alan y Pablo entablaban conversación ante la absorta mirada de Candela. No podía estar más contenta, aquellos dos se llevaban cada vez mejor y no dudaba que en un futuro llegarían a ser muy buenos amigos.
A la hora de ir a dormir, Candela acompañó a Alan hasta su nueva habitación. Era la primera noche que pasaría allí y temía que el cambio de vida tan repentino fuese contraproducente para el niño.
—¿Te vas a quedar hasta que me duerma?
—Lo haré si tu quieres cariño—le revolvió el pelo—¿Estás contento? ¿Te gusta estar aquí?
—Sí, es una casa muy chula y desde que hemos llegado no has dejado de sonreír ni un momento, eso es lo que más me gusta de todo mamá—se abrazó a su cuello—Si tú eres feliz aquí, yo también lo seré.
—Entonces todos lo seremos cielo—lo besó y lo metió en la cama—Dejaré la luz encendida y la puerta abierta por si necesitas algo ¿De acuerdo?
—¿Te puedo preguntar algo?
—Lo que quieras.
—¿Pablo y tú os vais a casar?
—Es un poco pronto para saberlo—el corazón de Candela dio un vuelco—No llevamos ni un día aquí.
—Pues a mí me gustaría mucho. Desde que estamos con él, siempre estás contenta y Pablo dejó de parecer tan serio desde que volviste con nosotros, creo que hacéis muy buena pareja.
—¿Cómo puede ser que siendo tan pequeño seas tan buen observador?
—Mamá por favor, que no soy un bebé. ¡Tengo ocho años ya! Me doy cuenta de todo.
—¡Uf sí, eres súper mayor!—le encantaba que Alan poco a poco fuera tan espontáneo.
—¡No te rías de mí, mamá!—se quejó entre risas.
—Nunca me reiría de ti, siempre lo haría contigo Alan. Y ahora duérmete, se está haciendo un poco tarde.
—Tengo otra pregunta—se incorporó quedando de nuevo frente a su madre.
—¿Otra? Vale hazla, pero será la última por hoy ¿Eh?
—Vale. ¿Crees que algún día Pablo querrá ser…mi padre?
—Pues…no sé, yo no puedo responder por él…
—Se lo preguntaría, pero no quiero incomodarlo. Porque una cosa es que me acepte y sea bueno conmigo, y otro que quiera que sea su hijo. Da igual, olvídalo, no debí preguntar—se acostó de lado y cerró los ojos—Buenas noches mamá.