Una mañana mientras Pablo y Eduardo estaban trabajando, un hombre mayor y elegante entró a pie al taller.
—Buenos días—el Flaco lo saludó educadamente—¿En qué puedo ayudarle?
—Hola, buenas. Vengo a buscar a Pablo. ¿Está por aquí?
—Sí, claro—le pareció bastante raro que ese hombre que parecía de alto postín, estuviera buscando a su amigo—¡Fideo!—gritó, y a continuación silbó emitiendo un sonido muy agudo—¡Te buscan en la puerta!
—Curiosa tu manera de irlo a buscar—se mofó. Pocos segundos después lo vio aparecer y cuando Pablo se dio cuenta de quién se trataba, torció el gesto.
—¿Qué haces tú en mi taller?—le preguntó de mala gana.
—Sólo quiero hablar contigo. Vengo en son de paz.
—Perdona que no te crea ni una sola palabra. A los mentirosos como tú, no se les otorga ni el beneficio de la duda.
—¿Quién es este hombre?—preguntó el Flaco.
—El padre de Candela—le explicó—¿Quieres hablar? Hablemos, ven—hizo que Ángel lo siguiera hasta su pequeño despacho, tras cerrar la puerta, se cruzó de brazos—¿Qué es lo que quieres?
—Quiero saber cómo están mi hija y mi nieto—Pablo se percató que frente a él estaba un hombre completamente distinto al que había conocido—No quiero molestarla, la conozco, no querrá ni verme.
—Ellos están muy bien, felices. Todos lo estamos. Y te agradecería mucho que dejaras a Candela en paz, ahora está contenta, tranquila, tal y como ella quiere. No voy a permitir que perturbes su vida—lo amenazó.
—No tengo intención de hacerlo. Me di cuenta tarde de la magnitud del problema que creé y sé que jamás me perdonará—Ángel suspiró con tristeza y miró a Pablo fijamente—Pero no sólo he venido a preguntar por ellos.
—¿Ah, no? No sé qué más tema de conversación puede haber entre nosotros.
—Me equivoqué contigo Pablo, me dejé llevar por mis prejuicios y eso no me dejaba ver que eras una buena persona, que siempre fuiste de frente, a diferencia de mí—confesó—Antes de saber que habías estado en la cárcel, me caías muy bien, hiciste de todo por mi hija e incluso me gustabas para ella, pero…
—Pero te enteraste que era un ex presidiario, un asesino y todo cambió ¿No?—la dureza de su voz hizo que Ángel agachara la cabeza avergonzado—Al menos debiste tomarte la molestia de seguir investigando por qué lo hice y descubrirías que tú mismo hubieras hecho lo mismo si te hubieran arrebatado a lo que más querías—escupió con rabia—Soy todo eso. Pero también soy el hombre que ama a tu hija con toda su alma y que haría lo que hiciera falta por ella. El que la apoya, el que la cuida y sobre todo el que siempre estará a su lado en lo bueno y en lo malo. Que te quede bien claro que no me la vas a volver a quitar.
—Mi intención no es esa, ya no Pablo. He entendido que Candela nunca fue feliz estando lejos de ti y por más que yo haga, sus sentimientos no van a cambiar.
—Me alegro que por fin te hayas dado cuenta.
—Quiero pedirte perdón por todo lo que te hice…Lo que pasó en el hospital hace años, fue una crueldad, y hacerte creer que ella estaba muerta fue aún peor. Sé que no lo vas hacer, pero quiero que tengas en cuenta que de ahora en adelante, quiero hacer las cosas bien.
—Agradezco las disculpas, pero el daño ya está hecho. ¿Algo más?—estaba siendo muy duro con Ángel, pero con todo lo que le hizo a él y a Candela, se lo había ganado a pulso.
—Sólo te pido un favor, cuida de ellos como yo ya no puedo hacerlo—sonrió con tristeza—Los echo mucho de menos.
—Ya lo hago, y si no tienes nada más que decir, puedes irte cuando quieras.
—Una cosa más y te dejo en paz. Dile a Candela que siempre esperaré su llamada, no importa el tiempo que pase. Ahora sí, me voy, no te molesto más.
Pablo vio marcharse a Ángel con paso lento, parecía que su arrepentimiento era sincero. El Ángel que él conoció era un hombre fuerte que no se dejaba intimidar por nadie, de mirada afilada y firme. El de ahora se le veía cansado, triste y se lo estaban comiendo los remordimientos, pero no por eso sentía la más mínima pena por él, se lo merecía.
En el hipotético caso que Candela lo perdonara alguna vez, tendría que aceptarlo aunque no fuera santo de su devoción, lo haría por ella sin rechistar.
Mientras tanto en el taller de costura, Candela y Alan seguían dando la última mano de pintura al que sería su despacho, era lo único que no dejó que nadie tocara, quería compartir esa experiencia con su hijo.
Estaban distraídos riéndose por una de las ocurrencias del pequeño, cuando una persona apareció ante ellos dando toquecitos en la puerta.
—Perdón, no pretendía asustaros—se disculpó—La puerta estaba abierta y entré.
—¿Cómo te has enterado que estaba aquí?—era la última persona que esperaba que la visitara.
—Gonzalo me lo dijo—hacía tiempo que Candela y su hermano junto a su esposa, quedaban al menos una vez por semana y ella les contó sus planes de futuro.
—Entiendo. Alan ¿Puedes ir a buscar un saco de basura para tirar todo esto cielo?