Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 2. Nuevos territorios.

La lluvia caía suave sobre el parabrisas mientras Leo miraba por la ventana del auto familiar. Las gotas resbalaban como pensamientos que no podía atrapar. Su padre conducía en silencio, la mandíbula apretada como siempre que estaban cerca de algo nuevo. Su madre revisaba mensajes en el móvil. Y su hermano menor, Luka, dormía en el asiento de atrás, con los audífonos puestos y la cabeza apoyada contra el vidrio.

Nueva ciudad, nueva escuela, nuevas reglas.
Leo odiaba empezar de cero. No porque le costara encajar, eso se le daba bien, casi demasiado bien, sino porque todo lo nuevo significaba adaptarse y controlar lo que era.

Porque Leo Varen no era exactamente normal.

No desde que cumplió catorce y su cuerpo empezó a cambiar de formas que no tenían nada que ver con la pubertad. No cuando la luna llena quemaba en la piel. No cuando los sentidos se volvieron tan agudos que podía oler el miedo ajeno. Sus padres lo habían preparado desde siempre, pero vivir con la maldición era otra cosa.

—Recuerda, hijo —le había dicho su madre antes de salir— no somos monstruos, somos guardianes. Los nuestros protegen, no matan.

Pero él no estaba tan seguro de eso.

Había cosas que sus padres no contaban. Secretos que flotaban en las conversaciones interrumpidas y en las miradas entre ellos. Especialmente cuando hablaban de esa vieja manada del norte… esa a la que decidieron abandonar antes de que él o Luka nacieran.

Leo no sabía exactamente por qué se habían ido.
Solo sabía que su padre nunca hablaba del pasado.

—Aquí es —dijo su madre, rompiendo el silencio.
El auto se detuvo frente a un edificio entre blanco y gris con grandes ventanales.

El instituto no parecía muy diferente a los otros. Pero algo en el aire era distinto. Más denso. Más frío.

Leo se bajó, se ajustó la chaqueta y entró.

Todos lo miraron.

Él estaba acostumbrado a eso. No porque fuera arrogante, sino porque lo sabía: tenía presencia. Algo en su forma de caminar, en su voz, en sus ojos… atraía. Como si el lobo debajo de su piel susurrara en cada paso.

Sonrió a una chica que se quedó mirándolo con la boca entreabierta.
Dio los buenos días al recepcionista.
Y se dirigió a su nueva aula con pasos firmes.

Todo iba bien… hasta que lo vio.

Estaba en el fondo del aula, encapuchado, con los codos sobre el pupitre y los auriculares puestos. Su aura era diferente. No humana. No lobo. Algo más frío. Más contenido. Más oscuro.

Por un instante, Leo sintió cómo el vello de sus brazos se erizaba.
Un murmullo silencioso recorrió su pecho. Como si el instinto, el verdadero, el salvaje, intentara advertirle de algo.

El chico levantó la vista.
Ojos verdes. Fijos. Penetrantes.

Leo sostuvo la mirada un segundo más de lo necesario.

Y luego parpadeó.

Se quedó fijo al lado del escritorio del profesor, cuando una chica enfrente comenzó a hablarle.

—Ese es Auren —le susurró la chica—. No te metas con él.
—¿Por qué?
—Porque no le importa nadie. Y porque podría matarte con la mirada.

Leo sonrió con una ceja arqueada.
Interesante.

La profesora entró y anunció:

—Tenemos un nuevo compañero. Leo Varen. Te sentarás con Auren y Deara. Para el proyecto de biología.

A Leo le pareció que el chico del fondo no se movía ni un milímetro.
Pero algo en sus ojos… algo cambió.
Como si, de repente, esa mirada tranquila estuviera conteniendo un fuego que no quería arder.

Leo se dirigió a su asiento, sintiendo cómo el aire se espesaba a cada paso.
Se sentó.

Auren no lo saludó.
Leo tampoco.
Pero por dentro… algo ya se había encendido.




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