Auren no levantó la vista cuando el chico nuevo entró.
No lo necesitaba. Lo sintió antes de que la puerta se abriera del todo. Un cambio sutil en el aire. Un aroma nuevo, diferente al de cualquier humano en ese aula. Era más cálido, más vivo, con una energía que zumbaba debajo de la piel. Como electricidad. Como furia contenida.
Cuando por fin lo miró, porque no pudo evitarlo, se encontró con unos ojos marrones profundos que lo escudriñaban como si ya supieran algo de él.
No bajó la mirada.
No se movió.
Pero sintió algo. Una punzada en el pecho. No exactamente miedo. Pero tampoco simple alerta.
Era hambre. O algo parecido a la hambre.
Y eso lo hizo apretar la mandíbula.
Leo Varen.
Eso dijo la profesora mientras él se acercaba a su mesa, con una seguridad casi animal. Tenía esa sonrisa fácil que a Auren le molestaba sin razón. Esa forma de ocupar espacio sin pedir permiso.
Y ahora iba a sentarse a su lado.
Genial.
El banco crujió un poco cuando Leo se acomodó.
Deara se sentaba a la derecha, Auren en el medio y Leo en la izquierda.
Ni una palabra.
Ni un saludo.
Solo un breve cruce de miradas.
Auren sintió que su garganta se tensaba.
El olor del chico era más fuerte de cerca.
No solo humano. No solo sudor ni perfume barato.
Bosque, tierra mojada... y luna.
—Bien —dijo la profesora, interrumpiendo sus pensamientos—. El proyecto de este trimestre no se hace solo en clase. Van a trabajar por grupos de tres, y deberán reunirse fuera del horario escolar al menos dos veces por semana. Quiero que se involucren realmente. Observen, recojan datos, elaboren hipótesis, presenten resultados. Quiero compromiso.
Auren escuchaba a medias. Sentía la sangre en sus venas agitarse. Algo en Leo perturbaba su equilibrio, esa calma que había aprendido a forzar durante años. Lo miró de reojo.
¿Qué eres?
Deara, sentada al otro lado de la mesa, parecía completamente desprevenida. Sonreía.
—Podemos hacerlo en mi casa si quieren —sugirió, entusiasmada—. Mi mamá no va a estar la mayoría de tardes, y tengo espacio.
Auren asintió sin decir nada. Lo haría por ella.
Leo también asintió.
—Me parece bien —dijo, su voz grave pero tranquila—. ¿Hoy les va bien?
Deara lo miró como si le acabaran de regalar una constelación entera.
—¡Sí, claro!
Auren apretó los puños bajo la mesa. No sabía si por la forma en que Deara lo miraba, o por cómo Leo lo ignoraba tan fácilmente. Como si no sintiera lo mismo.
Como si no hubiera una tensión mordiéndole los huesos a los dos.
El timbre sonó. La clase terminó.
Auren se levantó sin esperar a nadie y salió al pasillo.
Pero podía sentirlo detrás. El calor del cuerpo de Leo. La forma en que sus pasos eran firmes y medidos. Lo odiaba.
O… quería entenderlo.
Y no sabía cuál de las dos cosas era peor.