La casa de Deara era un refugio cálido, lleno de luz y ruido de fondo que parecía contradecir todo lo que Auren sentía en su interior. Mientras Deara se movía de un lado a otro preparando las cosas para el proyecto, Auren dejó caer su mochila al suelo con cuidado.
Dentro llevaba una pequeña bolsa con sangre de animal, su único alivio cuando la sed comenzaba a apretar. No podía arriesgarse a beber de un humano. No, porque sabía lo que pasaría.
—¿Quieres algo? —preguntó Deara desde la cocina, con una sonrisa amplia.
—No, no te preocupes —respondió Auren, atento a su propio cuerpo.
Sentía la tensión del día pegada a la piel, y el aroma nuevo de Leo que todavía no podía sacar de su cabeza.
Unos minutos después, Deara regresó con un vaso de zumo para Leo, el que pidió.
—Aquí, es necesario hidratarse —dijo, y fue entonces cuando, sin querer, dejó caer un poco en la camiseta de Leo.
Él soltó una pequeña risa, Deara se disculpaba un poco aunque a Leo no le molestó y se quitó la prenda con naturalidad, revelando unos abdominales marcados y músculos definidos que hicieron que Deara se sonrojara ligeramente.
Auren, sin embargo, sintió algo distinto.
Una punzada en la boca del estómago.
Sus colmillos comenzaron a asomarse, tan ligeros que podría ocultarlos con facilidad, pero ahí estaban.
Su respiración se aceleró.
No había aún ojos rojos, pero algo dentro de él se agitaba como si quisiera salir.
El olor de la sangre de Leo, mezclado con la frescura del zumo derramado, era intoxicante.
Auren dio un paso atrás, sintiendo cómo la presión subía y el hambre amenazaba con romper su control.
—Disculpad —murmuró, con la voz un poco áspera.
Sin esperar respuesta, se metió al baño y cerró la puerta con cuidado.
Allí, con el agua fría corriendo sobre sus muñecas, sacó la bolsa de sangre animal y bebió con calma, dejando que el sabor familiar lo calmara. La sensación de ardor comenzó a disiparse, y los colmillos se retiraron como si nunca hubieran estado.
Respiró hondo varias veces.
Cuando salió, encontró a Deara mirándolo, con una mezcla de curiosidad y algo que podría llamarse admiración.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
Auren asintió, intentando recomponerse.
—Sí. Solo necesitaba un momento.
Leo lo miró desde el sofá, la camiseta nueva en mano, y le dedicó una sonrisa tranquila.
—Parece que tenemos que trabajar duro si queremos terminar este proyecto.
Deara se rió, aliviada.
—Sí, y no será en un día. Mejor que vayamos poco a poco.
Auren los observó, consciente de que ese “poco a poco” sería mucho más complicado de lo que imaginaba.