Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 5. Preguntas que desatan secretos.

La tarde había caído con suavidad sobre la ciudad cuando Auren se levantó de la mesa en casa de Deara, cargando su mochila con esa calma tensa que parecía su escudo invisible.
Habían avanzado en el proyecto, pero el silencio entre él y Leo era pesado, lleno de palabras que no se atrevieron a decir.

—Me voy —dijo Auren, sin mirar a ninguno de los dos.

Deara le lanzó una mirada comprensiva, pero no le insistió. Sabía cuándo dejar que la tormenta pasara sola.

Una vez que Auren cerró la puerta detrás de él, Leo se quedó en el sofá, revolviendo entre sus pensamientos y observando a Deara, quien parecía más curiosa de lo habitual.

Después de un rato, Leo rompió el silencio, una sonrisa divertida asomando en sus labios.

—Oye, Deara… —empezó con cautela—. ¿Crees que a Auren le gustan los chicos? Es que me pareció raro cuando se fue al baño tras verme sin camiseta.

Deara lo miró sorprendida, se reclinó en el respaldo del sofá, cruzando los brazos.

—No lo sé con certeza —respondió—. Pero sabes que él no es muy dado a hablar de sí mismo.

—Claro —asintió Leo—. Pero entonces, ¿Qué crees tú?

Deara se quedó pensativa unos segundos antes de sonreír.

—Tengo un plan para averiguarlo —dijo con confianza—. Pero tienes que confiar en mí.

Al día siguiente, durante el recreo en el instituto, Deara se acercó a Auren con paso decidido.
El ruido de fondo de los estudiantes no les impedía mantener una conversación privada, en susurros cargados de complicidad.

—Oye, Auren —comenzó con una sonrisa traviesa—, ¿Te gustan los chicos?

Auren arqueó una ceja y respondió con naturalidad, aunque un destello divertido cruzó sus ojos.

—No. Si alguien te lo ha preguntado, mejor dile que sí. A ver qué pasa con esa reacción. ¿Quién te preguntó?

—Leo.

Auren se le quedó mirando fijo algo sorprendido.

Deara soltó una risita, agradecida por esa acción inesperada.

—Ah pues mejor sí, dile que sí.

Dijo con una sonrisa.

Lo que Deara no mencionó, pero siempre llevaba presente, era todo lo que sabía sobre Auren: que era un vampiro que bebía solo sangre de animales, que vivía con su padre y su hermana menor, y el secreto oscuro de la muerte de su madre a manos de lobos con ojos rojos. Ella lo sabía porque él se lo había confiado, y ese vínculo los hacía diferentes.

Además, Deara no podía negar que Leo había llamado su atención desde el primer día.
Había algo en él, en esa mezcla entre la fuerza y la dulzura contenida, que la hacía querer descubrirlo más allá de la superficie.

En cuanto terminó la clase, Leo la encontró en el pasillo y, sin rodeos, le preguntó:

—¿Tú crees que podría acercarme a Auren?, digo, ¡Como amigo!

Deara lo miró fijamente y, por primera vez, su sonrisa se volvió suave, casi vulnerable.

—Creo que Auren no está acostumbrado a que alguien quiera acercarse de verdad.

Leo sintió un calor inesperado en el pecho.

Llegó la tarde de la siguiente reunión en casa de Deara. Los tres se sentaron alrededor de la mesa, con libros, notas y computadoras por delante.

Mientras trabajaban, la conversación fluía más fácil, pero la tensión entre Auren y Leo seguía palpable.

Deara aprovechó un momento para comentar en voz baja:

—No se nota mucho que a Auren le guste alguien… pero cuando está cerca de ti, parece diferente.

Leo asintió, sin saber si eso era bueno o malo.

Auren, por su parte, evitaba mirarlos demasiado, concentrado en esconder cualquier signo de lo que sentía.

El proyecto aún estaba lejos de terminar, pero entre ellos ya se estaban escribiendo historias que ninguno sabía cómo terminarían.




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