El segundo encuentro en casa de Deara se extendió mucho más de lo que habían planeado. Afuera el cielo comenzaba a oscurecer, y la luz anaranjada del atardecer se filtraba por la ventana del salón mientras los tres seguían trabajando sobre hojas y pantallas. El proyecto de biología había resultado ser más complejo de lo esperado, pero al menos Auren conocía lo suficiente como para avanzar sin demasiados tropiezos. Leo, por otro lado, se mostraba más relajado, haciendo preguntas cuando era necesario, y bromeando de vez en cuando, especialmente con Deara.
Auren intentaba mantenerse al margen. Observaba. Tomaba nota. Fingía concentración. Pero no podía evitar notar la forma en que Deara se reía con Leo, cómo sus miradas se alargaban más de lo que deberían. No eran celos. Era protección. Deara sabía la verdad sobre él, sabía lo que era, lo que había perdido. Ella era lo más cercano que tenía a una familia fuera de casa, y Leo era un desconocido con demasiado carisma para su propio bien.
—Esto me está matando —dijo Leo, pasando una hoja a Deara con una sonrisa torcida.
—Lo estás entendiendo bien —respondía ella, inclinándose un poco hacia él para mostrarle la pantalla de su portátil. El roce de sus brazos fue apenas perceptible, pero Auren sintió que el aire se espesaba.
—Igual me vendría bien alguien que me ayude a estudiar —dijo Leo, mirándola con una chispa en los ojos.
Deara se rió, un sonido suave que hizo que Auren apretara el bolígrafo entre los dedos hasta que casi se partiera.
—Podrías pedírselo a Auren —bromeó ella, girando la cabeza para mirarlo—. Es un genio.
Auren no respondió de inmediato. Levantó la vista, los ojos fijos en Leo por un segundo demasiado largo. Algo se agitó en su interior, algo oscuro y cálido al mismo tiempo. No era odio. Era confusión. Molestia. Tal vez incluso una advertencia instintiva.
—Tú estudia con quien quieras —dijo, finalmente, con voz baja.
Deara frunció un poco el ceño ante el tono cortante, pero no dijo nada. Leo solo alzó una ceja y siguió escribiendo.
Pasaron un par de horas más entre risas, explicaciones y silencio incómodo. Cuando por fin terminaron lo que podían avanzar ese día, Leo se levantó y tomó su chaqueta.
—Gracias por dejarme quedarme tanto, Deara. Tienes una casa genial.
—Puedes venir cuando quieras —respondía ella con una sonrisa más cálida de lo que Auren quería ver.
Leo salió primero. Auren se quedó unos minutos más, ayudando a Deara a ordenar los papeles.
—Él te gusta —dijo sin rodeos, sin mirarla directamente.
Deara parpadeó, sorprendida.
—¿Y eso qué importa?
—Importa si no es quien aparenta.
Ella se detuvo, giró el rostro y lo miró directamente.
—Auren, no todos son monstruos. Ni siquiera tú.
No respondió. Solo la ayudó a guardar el último cuaderno y se despidió con un leve gesto de cabeza. Al salir, la noche ya había caído por completo, cubriendo las calles de sombras cálidas y faroles intermitentes.
Caminar a casa le sirvió para calmarse, o al menos para pensar. Auren odiaba sentirse expuesto, vulnerable. Lo que Leo provocaba en él era algo que no sabía nombrar, y eso le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Cuando llegó a su casa, la oscuridad del interior le pareció un alivio. Lys ya dormía, su padre seguramente estaba leyendo en el estudio. Subió las escaleras y entró a su habitación, encendiendo solo la luz del escritorio. Se quitó la camiseta y dejó caer la mochila sobre la silla.
Del otro lado de la ventana, algo se movió.
Levantó la vista y frunció el ceño.
A través de la distancia, en la casa frente a la suya, una luz se encendía en una habitación exactamente en línea con la suya. Por la ventana abierta, sin cortinas, alcanzó a ver una figura alta, familiar, apoyada en el alféizar.
Leo.
Por un segundo se miraron, separados por la calle, por los cristales, pero no por el momento. Leo pareció quedarse congelado al notar que Auren estaba sin camiseta, la piel pálida brillando bajo la luz tenue de la habitación.
Auren no se movió. No se cubrió. Sostuvo la mirada.
Y luego, lentamente, corrió las cortinas, separándose de la ventana.
En la casa de enfrente, Leo seguía quieto, como si intentara entender algo que no encajaba del todo.
Vecinos. No lo había notado antes.
Auren se sentó en la cama, dejando que la oscuridad lo envolviera otra vez. Pero sabía que algo había cambiado. Ya no eran solo compañeros de clase ni aliados de proyecto.
Ahora podían verse desde sus refugios. Y eso lo complicaba todo.