El aula estaba particularmente iluminada esa tarde. El sol se filtraba por las ventanas, tiñendo las mesas con una calidez engañosa. Para Auren, todo se sentía frío. Como si los rayos no pudieran atravesar la capa espesa de pensamientos que se le acumulaban sobre los hombros.
Leo se sentó a su lado sin decir nada al principio. Desde que terminaron el proyecto, solían compartir pupitre en algunas clases. Auren no se quejaba. Al menos, no en voz alta.
La profesora comenzó a hablar sobre literatura comparada, pero Auren no estaba escuchando. No realmente. Sentía una inquietud leve, como un peso bajo la piel. Y cuando Leo, sin querer, rozó su brazo al buscar algo en su mochila, todo se tensó.
Fue un roce mínimo, pero Auren se paralizó.
Un recuerdo lo atravesó sin permiso: los ojos de Leo, fijos en los suyos, el calor de su cuerpo tan cerca, los labios... ese beso inesperado, desconcertante. Lo había escondido en lo más profundo, cubierto de negaciones, pero ahí estaba de nuevo, palpitando como una herida mal cerrada.
—Auren —dijo Leo en voz baja, sacándolo de su trance.
Auren parpadeó, volviendo al presente.
—¿Qué?
Leo se encogió de hombros, como si intentara quitarle peso a sus palabras.
—Estaba pensando... Quiero invitar a Deara a salir. No como amigos. Como pareja. Pero no sé bien qué le gusta. Pensé que tal vez tú podrías decirme.
Auren lo miró fijamente, como si no entendiera las palabras. Como si le hubieran hablado en otro idioma.
—Tú...
Leo esperó. Auren tragó saliva. Había algo en su pecho, como un agujero lento, un vacío.
Recordó a Deara abrazando a Leo. Recordó a Leo sonriendo diferente cuando ella lo miraba. Y también recordó sus propios labios contra los de Leo, un beso que no había buscado, pero que ahora lo seguía como una sombra.
—Le gusta la música tranquila. Las cosas simples. Le gusta el atardecer en el parque que está cerca de la biblioteca... y los detalles lindos. —Su voz era monótona. Quieta.
Leo asintió, como si grabara todo.
—Gracias, eso ayuda mucho.
Auren asintió sin mirarlo. Y durante el resto de la clase, no dijo una sola palabra.
El receso llegó, y Auren salió del aula antes de que Leo pudiera decir algo más. Se apoyó contra la pared del pasillo, cerrando los ojos, respirando lento.
Sentía algo raro. Doloroso, pero no como el que conocía. No como el que había sentido cuando vio morir a su madre. Era distinto. Era... silencioso. Como una grieta.
Lo había visto venir. En la forma en que Leo la miraba. En la forma en que Deara reía con él. Y, a pesar de todo, seguía esperando otra cosa.
Quizá, solo quizá, había esperado que ese beso significara algo más.
Pero no lo hizo.
No para él.
Durante el resto del día, Auren fue distinto. Se volvió más callado. Más distante. En clase de Ciencias, cuando Deara le preguntó algo sobre el experimento, solo asintió con la cabeza. No la miró a los ojos. Ella frunció el ceño, pero no dijo nada.
En la clase final, Leo se sentó al otro lado del aula. Auren no lo buscó con la mirada. No necesitaba hacerlo. Podía sentirlo ahí, a unos cuantos metros. Y era suficiente para que algo en su interior se mantuviera temblando.
Al volver a casa esa noche, ni siquiera miró hacia la ventana del otro lado de la calle.
Sabía que Leo podía estar allí, tal vez pensando en su próxima cita. Tal vez imaginando el momento justo para tomar la mano de Deara.
Auren se tumbó en su cama, mirando el techo, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió vacío de verdad.
No era odio. No era tristeza.
Era solo ausencia.
Como si una parte de él hubiese estado esperando una historia distinta... y ahora tuviera que conformarse con el silencio.