El sábado por la tarde trajo consigo un aire fresco y una promesa de tranquilidad. Leo, nervioso como pocas veces, terminaba de ajustar el cuello de su camisa frente al espejo. No era una cita formal, pero quería que Deara se sintiera especial. Había planeado todo: un paseo por el parque antiguo del centro, una parada en la heladería artesanal que tanto mencionó Auren sin querer… y después, sentarse en los escalones frente al pequeño escenario donde esa noche habría música en vivo.
Deara llegó con su usual mezcla de confianza suave y energía radiante. Llevaba un vestido claro, sencillo pero perfecto. Leo sintió que el mundo se apagaba alrededor por un instante.
—¿Lista? —preguntó él, ofreciéndole su brazo.
Ella asintió, con una sonrisa.
—Más que lista.
No muy lejos de allí, Auren caminaba por la zona con la intención de despejarse. No planeaba ir a ese parque. No planeaba absolutamente nada. Pero algo lo llevó ahí. Un recuerdo vago, una costumbre quizá. O un impulso que no supo identificar hasta que ya era tarde.
Fue el sonido de la risa de Deara lo que lo hizo detenerse. Luego, la voz de Leo. No los veía aún, pero su audición era demasiado aguda para ignorarlo. Se ocultó instintivamente tras el muro de piedra que rodeaba el jardín contiguo.
Ellos caminaban del otro lado, ajenos a la presencia de Auren. Leo le hablaba de libros, de películas. De cosas que sabía que a ella le gustaban. Auren lo notó. Se había tomado el tiempo de recordar cada detalle.
Y Deara reía. Genuinamente. Con esa risa que Auren conocía tan bien. Esa risa que, hasta hace poco, pensaba que solo le regalaba a él.
—¿Sabes qué me gusta de ti, Leo? —dijo Deara, deteniéndose un segundo para mirarlo—. No intentas impresionarme con tonterías. Eres tú, y ya está.
Leo sonrió con una timidez inesperada.
—Contigo no necesito fingir nada.
Fue entonces cuando se acercaron. Muy cerca. Y aunque Auren apartó la mirada antes de ver si se besaban o no, lo supo. Lo sintió. Y dolió. Más de lo que esperaba.
Horas más tarde, mientras la noche caía, Auren intentaba olvidar todo eso sumergido en un libro viejo en su habitación. Pero entonces llegó el mensaje de Deara:
"¿Puedes venir? Es importante. En casa. Ya."
Lo que no sabía era que Leo también había recibido el mismo mensaje.
Cuando Auren llegó, se encontró con Deara en la puerta, nerviosa.
—Gracias por venir. Pasa... Leo también está por llegar.
—¿Qué pasa? —preguntó Auren con cautela, sin mirarla directamente.
—Creo que alguien nos está siguiendo. Desde hace unos días... Hay un hombre extraño que vi cerca de mi ventana, y hoy lo vi afuera de la heladería. Leo también lo notó.
Auren frunció el ceño. Su instinto vampírico se activó al instante.
—¿Alguien... como nosotros?
Deara negó con la cabeza.
—No lo sé. Pero necesito que estén los dos. Me siento más segura así.
Leo llegó a los pocos minutos. Hubo un cruce de miradas entre él y Auren, cargado de silencios no dichos. Pero el tema de la amenaza ocupó toda la atención rápidamente.
Los tres se encerraron en el salón principal, revisando lo poco que sabían. Leo describió al hombre: alto, delgado, con un abrigo largo negro y ojos claros como hielo. Lo había visto también mirando hacia la casa de Auren una noche.
—¿Creen que tenga algo que ver con... lo que somos? —preguntó Leo, bajando la voz.
—No lo descarto —murmuró Auren, más serio que nunca.
Deara los miró a ambos. Sentía cómo la tensión se respiraba. No solo por el miedo, sino por todo lo no resuelto que colgaba entre los tres.
—No quiero que se odien —dijo de pronto—. No quiero que esto rompa lo que hay entre nosotros. Sea lo que sea...
Auren la miró entonces, directo a los ojos.
—No lo odio, Deara. —Pausó. Luego lo miró—. Pero no estoy seguro de poder seguir fingiendo que todo está bien.
Leo frunció el ceño.
—Yo tampoco.
El silencio que siguió no fue hostil. Fue sincero. Inestable, pero real.
Y en medio de esa tensión, del miedo, de las emociones contrariadas, los tres entendieron algo fundamental:
Fuera lo que fuera lo que venía… tendrían que enfrentarlo juntos.