Los días que siguieron al encuentro en casa de Deara fueron un torbellino. El silencio entre Auren y Leo era espeso, pero funcional. Había algo más importante que sus propios enredos emocionales: la seguridad de Deara y ahora, la de sus familias.
Fue el padre de Auren quien habló primero. Una noche, al volver de una reunión que parecía más una patrulla nocturna que otra cosa, lo llamó al estudio familiar.
—Necesitamos hablar. Ya mismo —dijo con su tono firme, ese que Auren conocía demasiado bien.
Auren se sentó frente a él, cruzando los brazos.
—¿Qué pasa?
—Los hombres lobo. Los vecinos —aclaró su padre—. Son aliados. O podrían serlo. Están tan expuestos como nosotros. Si ese extraño está acechando, es posible que sepa más de lo que aparenta. Y tú estás demasiado cerca del lobo mayor.
—Leo —dijo Auren en voz baja.
—Leo. —El padre asintió—. Esta noche, he hablado con su familia. Y hemos llegado a una decisión. Vamos a unirnos. Compartir vigilancia. Compartir protección. Bajo un mismo techo, al menos mientras todo se calma. Por seguridad.
Auren no dijo nada al principio. Solo pensó en Leo. En cómo lo había besado. En cómo ahora, tendrían que convivir.
Mientras tanto, Leo recibía una conversación similar. Su madre y su padre lo sentaron en la cocina, el olor del café llenando el ambiente.
—Hemos decidido unirnos con los vampiros del otro lado de la calle —dijo su madre, con calma medida—. Hay algo… oscuro en el ambiente. Y tú y tu hermano están en riesgo.
—¿Unirnos? —preguntó Leo, confundido.
—Compartiremos la casa de ellos. Al menos durante un tiempo. Tu hermano Luka irá también. Conoce bien a la niña vampira… la hermana de Auren.
Leo alzó una ceja.
—¿Desde cuándo son amigos?
—Desde el parque. Se han escrito por mensajes. Son niños, Leo. No ven límites como nosotros.
Leo asintió. Su pecho se sentía extraño. ¿Dormiría ahora en la misma casa que Auren?
La mudanza fue sencilla. Solo traer lo básico. Ropa, libros, lo esencial. Deara se mantuvo al margen de todo. Su familia no formaba parte de ninguna línea sobrenatural, así que aún estaban en su hogar. Auren pensó en eso más de una vez. Que quizá, si Deara no estuviera cerca de ellos, estaría más segura.
Pero no pudo decirlo.
La casa de la familia de Auren tenía espacio. La parte superior fue adaptada. Leo y su hermano Luka tomaron una de las habitaciones con dos camas. La hermana menor de Auren, Lys, se instaló feliz de tener cerca al hermano de Leo.
La primera noche, Auren y Leo compartieron habitación. Silencio. Cada uno en su cama. La luna entraba por la ventana como testigo muda.
—¿Sabes roncar? —preguntó Leo, desde el otro lado.
—No. ¿Tú?
—Tampoco.
Silencio de nuevo. Luego:
—¿Estás cómodo con esto? —preguntó Leo.
Auren giró la cabeza, mirando al techo.
—No. Pero no por ti.
—¿Entonces por qué?
Auren dudó. Luego respondió:
—Porque tengo miedo de acostumbrarme.
Leo tragó saliva.
—Yo también.
Al día siguiente, el ambiente fue algo más relajado. Luka y Lys corrían por la casa como si fueran hermanos de sangre. Los padres mantenían reuniones nocturnas para planear vigilancia, turnos de protección, rutas de escape si algo salía mal.
Y entre todo ese caos, Auren y Leo comenzaron a hablar más. De verdad. Sin máscaras. A veces sobre Deara, a veces sobre sí mismos. Nada era fácil. Pero nada volvía a ser tan tenso como antes.
Una noche, mientras escuchaban música con audífonos divididos en dos, Leo soltó:
—¿Crees que ese tipo raro nos está buscando a ti o a mí?
—O a los dos —respondió Auren.
—¿Y si va tras Deara?
—¿Crees que realmente irá a por ella? Yo no lo creo. Pero entonces, si va a por ella, no vamos a dejar que le pase nada.