Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 18. Fricciones y Verdades.

La casa estaba silenciosa esa noche, como si el mundo entero se hubiese quedado sin voz. El cielo permanecía cubierto por nubes que se desplazaban lentas, ocultando la luna y proyectando sombras largas en cada rincón. Después de la tensa situación del día anterior, Leo y Auren apenas habían intercambiado palabras. Pero el ambiente entre ellos ya no era el mismo. Había algo que no se podía deshacer, un vínculo que se había formado a la fuerza, entre peligro, instinto… y algo más.

—¿Quieres ver esa película o no? —preguntó Leo, apoyado contra la puerta de la habitación. Tenía una manta colgada del hombro y dos latas de refresco en las manos.

Auren alzó una ceja desde su cama.

—¿De verdad quieres verla o solo es una excusa para quedarte conmigo?

Leo sonrió con un gesto ladeado.

—¿Y si es ambas?

Auren no respondió, pero se levantó y se sentó en el suelo, justo delante de la pequeña televisión que habían improvisado con el portátil. Leo se sentó a su lado, dejando la manta entre ambos. La película comenzó, pero ninguno de los dos prestó atención desde el inicio.

Al principio, sus cuerpos estaban separados, pero a medida que el metraje avanzaba y la tensión entre ellos se hacía más palpable, las distancias comenzaron a acortarse. Primero los hombros. Luego, las rodillas.

Leo se movió ligeramente y sus dedos rozaron los de Auren sobre la manta.

Auren no se apartó.

Leo lo miró de reojo.

—¿Sabes que tú temperatura ha aumentado? —preguntó de forma provocadora.

—La tuya también. Pero tú eres el que tiene temperatura normal, no yo —respondió Auren, con una media sonrisa.

—No me refería a eso.

Auren soltó una risa muy suave, que apenas se escuchó por encima del audio de la película.

El roce de sus manos fue creciendo, volviéndose intencional. Auren giró la cabeza, y sus miradas se cruzaron. Esta vez no había un peligro cerca, ni sangre, ni heridas. Solo el silencio de la noche y el calor de la manta que ahora los cubría a ambos.

—¿Vas a besarme otra vez? —preguntó Leo, en voz baja.

—¿Y si tú quieres hacerlo primero? —replicó Auren, con los ojos brillando en el reflejo de la pantalla.

Y entonces, como si las palabras ya no tuvieran sentido, Leo se inclinó hacia él. No fue un beso impulsivo. Fue lento. Cargado de intención. De dudas. Sus labios se rozaron, primero apenas tocándose, y luego fundiéndose con más firmeza.

Auren sintió el pulso de Leo acelerarse al contacto. El beso se volvió más profundo, más demandante. Leo llevó una mano al rostro de Auren, acariciando su mandíbula con los dedos mientras su otra mano se aferraba a la manta.

Cuando se separaron, apenas a unos centímetros, Auren respiraba agitado.

—Esto es… estúpido —dijo, aunque no sonaba convencido.

—¿Entonces por qué se siente tan bien? —preguntó Leo, rozando con la nariz la mejilla de Auren.

Auren no respondió. Solo cerró los ojos.

Y con un suspiro sabía lo que habían hecho.

—Pero sabes que esto está mal. ¿Qué será de Deara?

—Ella ahora mismo no está en mi mente. Tú sí.

Más tarde esa misma noche, mientras Lys y Luka dormían y los padres seguían ausentes, Leo y Auren estaban acostados en sus respectivas camas. El ambiente estaba cargado. No de tensión, sino de algo parecido a la electricidad estática, como si el aire entre ellos estuviera vivo.

—¿Y ahora qué? —preguntó Leo en la oscuridad.

—No lo sé —respondió Auren desde el otro lado de la habitación.

Silencio.

—¿Sientes algo por Deara? —preguntó Auren de pronto, su voz apenas un susurro.

Leo tardó en responder.

—Sí… pero también siento algo por ti. Es confuso. Es como si todo lo que creía que quería no tuviera sentido cuando estás cerca.

Auren tragó saliva.

—¿Y entonces?

—Entonces no quiero perder a ninguno de los dos —dijo Leo con honestidad.

—Vas a tener que elegir —respondió Auren—. Pero no esta noche.

A la mañana siguiente, los padres de Deara la llevaron a la casa de Auren. Los tres adolescentes se reunieron en el salón. Lys y Luka estaban entretenidos con un juego de mesa. Deara se sentó junto a Leo, notando cierta incomodidad en él.

—¿Todo bien? —le preguntó.

Leo asintió, pero evitó su mirada.

Auren entró en la sala con un libro en las manos, pero se detuvo al verlos sentados juntos. No dijo nada. Simplemente se fue a sentar junto a la ventana, como siempre hacía. La distancia volvía a crecer.

Entonces, como si el universo tuviera ganas de complicar más las cosas, llegó la noticia que alteró el equilibrio: una carta enviada desde la sede del Consejo de Protección, una organización antigua que monitoreaba criaturas sobrenaturales en el país.

Era oficial: estaban siendo vigilados.

Y tenían que asistir a una audiencia para demostrar que la tregua entre las familias no representaba un riesgo. Todos los miembros importantes, incluidos los hijos mayores, debían estar presentes.

—Eso nos obliga a estar más unidos que nunca —dijo el padre de Auren.

—Y más sinceros que nunca —añadió el de Leo.

Deara levantó la vista, alerta.

—¿Qué significa eso?

Nadie respondió. Pero todos sabían que las verdades estaban cada vez más cerca de la superficie.

Esa noche, en la oscuridad compartida de su habitación, Leo y Auren volvieron a quedarse despiertos mucho más allá de lo razonable.

—¿Te arrepientes de lo que pasó anoche? —preguntó Leo, mirando el techo.

Auren lo pensó durante unos segundos.

—No. Me da miedo, pero no me arrepiento.

Leo sonrió en la oscuridad.

—Entonces quizás… no estemos tan perdidos como pensamos.

Auren giró la cabeza para mirarlo.

—Quizás no. Pero algo se acerca, Leo. Algo que no vamos a poder ignorar mucho tiempo.

Y con esa advertencia, el silencio volvió a cubrir la habitación. Pero ya no era el silencio del vacío, sino el de algo que está creciendo… como una tormenta antes del trueno.




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