La tarde era tranquila, aunque cargada de una tensión silenciosa. El cielo estaba nublado y la casa de Auren parecía contener la respiración, como si supiera lo que estaba por ocurrir. Deara había llegado apenas unas horas antes, trayendo consigo una pequeña bolsa de ropa y una excusa rápida: su madre debía salir de la ciudad por unos días, y su padre estaba trabajando sin descanso.
—¿Puedo quedarme aquí mientras tanto? —había preguntado, con una sonrisa ensayada.
Auren, al verla llegar, no supo cómo reaccionar. Leo, por su parte, apenas cruzó miradas con ella. Lys y Luka fueron los primeros en recibirla con entusiasmo, y se la llevaron rápidamente a jugar en el piso superior, cerca del rincón de juegos improvisado que compartían.
Fue en ese rato, cuando los adultos estaban fuera y los mayores ocupados con cualquier cosa menos vigilarlos, que ocurrió lo inevitable. Nadie supo exactamente cómo ni cuál de los dos fue el que habló primero, pero uno de los niños, ya fuera Lys o Luka, mencionó algo. Algo sobre una noche. Algo sobre un beso.
Deara no dijo nada al momento. Solo sonrió, pero sus ojos ya no brillaban igual. Lo procesó en silencio, como hacía siempre. Mientras el sol comenzaba a esconderse y las luces de la casa se encendían una a una, su mirada se volvía cada vez más distante.
Cuando Auren bajó por un vaso de agua y la encontró en el pasillo, lo sintió. Ese cambio. Esa frialdad sutil, como si un escudo invisible se hubiese levantado entre ellos.
—¿Todo bien? —preguntó él, aún sin saber que lo sabía.
Ella asintió. Una mentira hábilmente disfrazada.
—Claro, todo perfecto.
Pero no lo estaba. Y lo que siguió esa noche, lo confirmó…
Los días se volvieron aún más largos dentro de la casa. Auren no sabía si era por la tensión que ahora flotaba en el aire, por la cercanía cada vez más incómoda con Leo, o por las miradas que Deara comenzaba a lanzar desde la otra esquina del salón cada vez que él hablaba.
Todo empezó ese día. Cuando ella fué a la casa de Auren para quedarse y para verlos. Auren había bajado a la cocina temprano, con intención de evitar a todos. Sin embargo, se encontró con Deara tomando un té en silencio, sentada frente a la ventana.
—Buenos días —dijo él, tenso, tomando una taza sin mirarla directamente.
Ella levantó la vista, con una expresión neutra que hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.
—Buenos días, Auren —respondió. Pero había algo más en su voz. Un filo oculto. Una calma demasiado medida.
No le dijo nada más. Pero tampoco hizo falta. Todo el día, Auren la sintió distante. Fría. Diferente. Incluso cuando Luka y Lys corrían por el pasillo, riendo como siempre, el ambiente no terminaba de recuperarse.
Fue Leo quien finalmente se lo confirmó. Lo encontró en el pasillo del segundo piso, con las manos en los bolsillos y el rostro tenso.
—Creo que Deara lo sabe —le dijo directamente.
Auren lo miró, como si lo que había temido se materializara de golpe.
—¿Cómo…? ¿Le dijiste algo?
Leo negó con la cabeza.
—No. Pero... creo que Luka nos vio.
Auren palideció. Luka. El hermano pequeño. Siempre caminando en silencio por los pasillos cuando no debía. Siempre curioso.
—¿Y si le contó a Lys? —murmuró Auren.
—Y Lys se lo dijo a Deara. —Leo asintió, completando el pensamiento.
El silencio se instaló entre ellos.
Esa noche, la tensión estalló. Estaban todos reunidos en la sala. Deara, Leo, Auren, Lys y Luka. Los padres aún no volvían; el Consejo los mantenía ocupados, ya que decidieron no llevar a los hijos mayores ese día por la seguridad. El miedo crecía sin decirlo en voz alta. Se sentían solos, atrapados en la casa, como si el mundo fuera demasiado peligroso fuera de esas paredes.
Deara se levantó sin decir nada del sofá y se dirigió a la cocina. Leo se movió para seguirla, pero Auren lo detuvo con una mirada.
—Déjala —le dijo—. Si lo sabe, necesita su espacio.
—Yo no quería que pasara. Fue... solo un momento. —Leo bajó la voz, mirándolo con culpa—. Pero tampoco me arrepiento.
Auren sintió que algo se removía en su pecho, pero no respondió.
Mientras tanto, en la cocina, Deara abrió el grifo y dejó correr el agua fría sobre sus manos. No sabía cómo procesar lo que sentía. Confusión. Dolor. Rabia. No exactamente celos, pero sí un profundo vacío.
¿Desde cuándo? ¿Por qué no le dijeron nada? ¿Por qué Leo la había besado si sentía algo por Auren? ¿Porqué le había pedido hacerse una pareja oficial si había alguien más?
Regresó a la sala y lo miró directamente a los ojos.
—¿Puedo hablar contigo, Auren? —preguntó.
Leo bajó la vista, sabiendo que esa conversación tenía que suceder.
Subieron a la habitación que Auren compartía con Leo. Lys y Luka estaban jugando en la planta baja, ajenos al drama de los adultos. Cuando Deara cerró la puerta detrás de ella, el silencio fue absoluto.
—¿Cuándo fue? —preguntó.
Auren tragó saliva.
—Cuando estábamos en tu casa, ahí comenzó todo... —se interrumpió—. Fue solo un momento. No lo planeamos.
Deara lo observó con una mezcla de decepción y compasión.
—¿Tú lo sientes por él?
Auren no supo qué responder. Su silencio fue suficiente.
Deara se sentó en la cama, mirándolo.
—Yo te conozco, Auren. Desde siempre. Y no estoy enfadada porque te guste. Estoy enfadada porque no confiaste en mí para decirme la verdad.
Él bajó la mirada.
—No sabía cómo.
Esa noche, la casa estaba más silenciosa que nunca. Los adultos aún no regresaban, y la sensación de encierro aumentaba. Lys y Luka dormían en la habitación contigua, ajenos al nuevo desequilibrio en el ambiente.
Leo y Auren terminaron otra vez en su habitación. Leo, en su cama, con los brazos tras la cabeza, mirando el techo.
—¿Ella te habló? —preguntó.
—Sí —respondió Auren.
—¿Y?
—Creo que le dolió más la mentira que el beso.