Deara había llegado a la casa de Auren sin sospechar que en las próximas horas, algo dentro de ella se rompería. En sus cosas llevaba unos chocolates para compartir con Lys y Luka y una sonrisa más débil de lo usual. La puerta se abrió con un leve chirrido y la calidez del hogar la recibió con risas de los más pequeños.
Encontró a Lys y Luka sentados en el suelo, rodeados de juguetes, fichas de colores, y pedazos de rompecabezas sin terminar. La escena le pareció dulce, y por un instante, quiso olvidar todo. Pero entonces, en medio del juego, Luka se acercó a ella con la inocencia colgando de sus palabras.
—Lys me dijo que ayer vio a Leo besar a Auren cuando creían que nadie los veía —susurró como quien cuenta un secreto importante.
Deara se quedó en blanco. Sintió como si le hubieran sacado el aire del pecho. Miró a Lys, que jugaba con una muñeca como si nada, y luego de nuevo a Luka, que sonreía orgulloso de compartir su confidencia.
Luego luka habiendo dicho eso, se volvió a sentar, como si su revelación ya no importara.
Deara no respondió. Se levantó lentamente y caminó hacia la cocina, buscando aire. Apoyó las manos en la encimera. ¿Cómo había pasado? ¿Por qué no le dijeron nada?
Durante la tarde, intentó evitar a Auren y a Leo un poco. Cuando los cruzaba por el pasillo, fingía que estaba demasiado ocupada para saludar. Reía con los niños, pero por dentro algo dolía. Como una grieta que cada segundo se abría un poco más.
Cerca del atardecer, después de aquella otra charla, encontró a Auren en el jardín trasero, sentado en uno de los viejos bancos de piedra. Tenía los codos sobre las rodillas y la mirada perdida en el horizonte nublado. El aire olía a tierra húmeda.
Ella se acercó. Se sentó a su lado. Por un momento, ninguno de los dos habló.
—Hoy, Luka me dijo que Lys lo vió.
—Deara, yo no quise...
—No digas nada —lo interrumpió. Sus ojos estaban húmedos, pero aún no lloraba—. Solo… déjame hablar.
Auren asintió lentamente.
—Sé lo que hay entre ustedes. Lo supe incluso antes de que lo admitieran. No es solo el beso. Es cómo lo miras. Es cómo te quedas callado cuando él entra a la habitación. Lo noté… pero me negaba a aceptarlo.
—No planeé que pasara. Y Leo… él estaba contigo —murmuró Auren.
—Sí. Lo estaba. Pero eso no cambió lo que ocurrió, ¿verdad? —Deara se tragó el nudo en la garganta—. Así que, he tomado una decisión.
Finalmente, lo miró a los ojos. Y Auren sintió que esa mirada le dolía más que cualquier golpe.
—Voy a dejarlo. A Leo. No puedo competir con lo que ustedes tienen. No quiero hacerlo. No voy a ser la persona que estorba en medio de algo que se siente tan inevitable.
Auren la miró con una mezcla de admiración y tristeza.
—No mereces esto, Deara.
—No, no lo merezco —respondió ella, con una franqueza rota—. Pero tampoco merezco seguir fingiendo. Lo amo, sí. Pero no lo suficiente como para quedarme cuando claramente su corazón se inclina hacia otro lado. No puedo obligarlo a quedarse conmigo.
El silencio se instaló de nuevo. Solo el crujido de las ramas con el viento interrumpía la tristeza entre ellos.
Cuando volvió al interior de la casa, Luka y Lys seguían en el suelo, riendo y lanzándose almohadas pequeñas. Deara se agachó frente a ellos por un momento, fingiendo una sonrisa para no preocuparlos.
—¿Se están portando bien? —preguntó, acariciando el cabello de Lys.
—¡Sí! Luka dice que cuando sea más grande me va a enseñar a luchar como un lobo —dijo la pequeña, con orgullo.
Deara soltó una carcajada suave, auténtica por un segundo. Les besó las frentes y se puso de pie. Fue a buscar su mochila, y bajó las escaleras donde Auren ya esperaba con Leo a su lado. El ambiente entre ellos era denso, pero tranquilo.
Ella se acercó a Leo. Lo miró con suavidad.
—No digas nada, Leo. No quiero disculpas. Solo quiero que me prometas que serás honesto contigo mismo. Y con él.
Leo bajó la mirada. Estaba avergonzado.
—Lo siento, Deara. De verdad lo siento.
—Yo también. Pero eso no cambia nada.
Afuera, un coche esperaba. Su madre estaba en el asiento del conductor, impaciente. Deara se giró para verlos una última vez. Auren, de pie, con las manos apretadas. Leo, detrás, con los ojos brillosos.
—Cuídense —dijo ella, antes de salir por la puerta.
Y así se fue. Sin lágrimas en los ojos, pero con una herida que la acompañaría mucho tiempo.
El coche arrancó, alejándola de la casa que ya no sentía como un refugio.
Auren y Leo se quedaron en la puerta, viendo cómo el auto desaparecía al girar la esquina. No se dijeron nada.
No hacía falta. Todo lo que importaba había sido dicho.