Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 21. Bajo el mismo techo, bajo la misma amenaza.

La mañana siguiente al adiós de Deara amaneció con una mezcla de quietud incómoda y el eco sutil de un cambio inevitable.

El sol apenas había asomado entre las nubes cuando Auren abrió los ojos. La habitación estaba teñida de un gris suave, y en la cama del otro lado, Leo seguía dormido, boca abajo, con el rostro medio hundido en la almohada. Auren lo observó por unos segundos. Esa cercanía ya no era incómoda, pero era algo peligrosa. Especialmente para su corazón.

La escena le habría parecido normal, hasta íntima, si no fuera porque el recuerdo del dolor en los ojos de Deara aún pesaba sobre sus hombros. Pero ella había sido valiente, más que ellos. Les había cedido espacio. Les había dado libertad. Auren no sabía si merecían ese gesto.

Se levantó en silencio, poniéndose una sudadera oscura por encima de la camiseta blanca. Abajo, se escuchaban pasos suaves y el murmullo de voces infantiles.

—¡Luka, eso es trampa! ¡Te metiste en el portal antes de tiempo! —protestó Lys con un grito risueño.

—¡No es trampa si tú no te das cuenta! —replicó Luka, riendo. El sonido del videojuego aumentó por unos segundos.

Auren bajó las escaleras y se asomó al salón. Los dos niños estaban en el sofá, cada uno con un mando, completamente absortos. El televisor mostraba un mundo colorido de plataformas y criaturas saltarinas. Lys llevaba el control azul; Luka, el rojo. Discutían como si fueran viejos amigos.

—Ustedes dos hacen más ruido que una batalla real —comentó Auren desde el umbral.

—¡Auren! ¡Mira, mira! ¡Voy ganando! —gritó Lys, sin quitar la vista de la pantalla.

—Por ahora —replicó Luka con una sonrisa decidida.

Auren se permitió una sonrisa leve y se dirigió a la cocina. Justo al abrir la nevera, escuchó pasos fuertes desde la entrada. La puerta principal se abrió de golpe.

Era el padre de Auren, con los padres de Leo justo detrás.

—¡Papá! —Lys gritó emocionada y corrió a abrazarlo.

El padre de Auren, exhausto pero firme, se agachó para envolverla en sus brazos. Auren frunció el ceño al ver la expresión tensa de los adultos.

—Tenemos que hablar —dijo el padre, dirigiéndose tanto a Auren como a Leo, que bajaba las escaleras ahora en camiseta negra y pantalones de pijama.

Se reunieron todos en el salón, mientras Lys y Luka seguían jugando, ajenos al peso de las palabras que estaban a punto de ser dichas.

—El enemigo no se ha ido —comenzó la madre de Leo, cruzándose de brazos—. Sigue ahí fuera. Hemos identificado movimientos recientes. Está vigilando, esperando. Pero no atacará... aún.

—¿Entonces qué hacemos? —preguntó Auren con voz tensa.

—Esperamos y nos preparamos. No queremos que entren en pánico, pero si esta tregua se rompe, necesitaremos su ayuda —dijo el padre de Leo.

—¿Nuestra ayuda? ¿La de nosotros dos? —Leo frunció el ceño.

—Exacto. Ustedes dos... están conectados más de lo que entienden. La sangre lo sabe. Sus energías también. El equilibrio depende de ustedes —agregó el padre de Auren.

Leo y Auren intercambiaron una mirada silenciosa. Algo en sus pechos latía más fuerte.

Los días siguientes fueron tranquilos, al menos en apariencia. Lys y Luka pasaban horas jugando. Ahora no solo videojuegos, también juegos de cartas, escondite dentro de la casa, incluso organizaban funciones de títeres con mantas y calcetines.

—Luka, mi calcetín habla mejor que el tuyo —decía Lys con los brazos cruzados.

—Tu calcetín ni siquiera tiene ojos —respondía él, levantando uno decorado con botones torcidos.

Auren los observaba a veces desde el umbral de la puerta, en silencio. Era como ver una versión antigua de sí mismo y Deara cuando eran pequeños. Sonrió sin darse cuenta.

Una noche, después de cenar, Leo y Auren se quedaron en la sala mientras Lys y Luka subían a dormir.

—¿Tú crees que vamos a poder con esto? —preguntó Leo, sentado en el suelo, con la espalda contra el sofá.

—¿Con qué? ¿Convivir? ¿O no matarte cuando tengo sed? —dijo Auren en tono seco, aunque la chispa en sus ojos suavizó la frase.

Leo sonrió de lado.

—Ambas.

Auren se sentó junto a él, estirando las piernas frente a sí.

—No sé. Nunca imaginé que estaría aquí contigo. En esta casa. Compartiendo esto.

—Yo tampoco. A veces siento que... cuando te miro, como si te conociera de otra vida.

—O de una pesadilla —bromeó Auren.

Pero Leo no se rió. Lo miró con esos ojos marrones profundos que, por un momento, parecieron dorados.

—No sé qué fue eso que pasó entre nosotros, pero no quiero perderlo.

Auren tragó saliva.

—No quiero lastimarte. No solo por lo que soy… sino porque no sé manejar esto. Ni tú. Ni yo. Ni los dos.

Hubo un silencio largo. Luego, Leo apoyó la cabeza en el hombro de Auren. Solo fué un gesto. Uno real.

—¿Así está bien? —murmuró Leo.

Auren asintió, en silencio.

Pasaron así varios minutos. Cuando Leo se quedó dormido sin querer, Auren lo observó. Supo entonces que el miedo no siempre era enemigo del amor. A veces, era solo parte de él.

Al día siguiente, la alarma del enemigo volvió a sonar. No físicamente, sino a través de una llamada: alguien había sido visto rondando la propiedad.

—¿Tenemos que irnos? —preguntó Lys, abrazando a su oso.

—No, cariño. Solo debemos tener cuidado. No se separen —dijo el padre de Auren, con la voz firme.

Luka se acercó a ella.

—Ven, jugamos otra ronda de carreras. Esta vez te dejo ganar.

—¡No necesito que me dejes ganar! —respondió Lys, pero lo siguió igual, aliviada.

Esa tarde, mientras los adultos planeaban en la sala de reuniones, Auren y Leo estaban en la cocina. El ambiente era más denso. Pero también más íntimo. Compartieron una charla breve, algunas bromas. El roce de manos al pasarle una taza. Una mirada demasiado larga.

Al final del día, cuando el cielo se tornó violeta y Lys y Luka estaban dormidos, Auren y Leo volvieron a su habitación compartida.




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