Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 22. Ecos de Sangre y Confianza.

Las sombras de la tarde ya se alargaban cuando el aire en la casa volvió a cambiar. La tensión no era tan intensa como antes, pero aún se sentía como un susurro constante, una advertencia invisible que recorría los pasillos con cada paso.

Auren lo sentía en el pecho, como si sus sentidos le gritaran que algo aún no estaba del todo bien.

Y entonces, llegó la reunión.

La sala estaba silenciosa cuando el padre de Auren, un hombre de porte firme y mirada que parecía haber visto demasiado, se sentó frente a los padres de Leo. El padre de Leo era de hombros anchos, rostro curtido por los años y el peso del liderazgo de su manada. Su madre, de expresión tranquila pero intensa, sostenía una carpeta entre sus manos.

—Sabemos que aún hay presencias moviéndose cerca del límite de esta zona. No se han mostrado, pero están ahí. Espiando, midiendo. Esperando —dijo el padre de Leo.

El padre de Auren asintió lentamente, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Creemos que puede tratarse de uno de los clanes que huyó tras la caída de la antigua tregua. No han aceptado la paz… y podrían estar buscando venganza por lo que pasó hace años.

Auren estaba a un lado del salón, cerca de la puerta, escuchando en silencio. Leo estaba junto a él, y aunque no cruzaban palabras en ese instante, había una cercanía distinta. Una nueva familiaridad que se había asentado sin que lo notaran.

—Tenemos un plan —añadió la madre de Leo—. En unas semanas, si todo sale bien, cerraremos este perímetro. Con la colaboración de ambas familias, podemos protegernos y mantenerlos fuera.

Mientras tanto, en la planta de arriba, Lys y Luka estaban riendo frente a la consola, compartiendo un videojuego en pantalla dividida. La voz de Luka se alzaba emocionada:

—¡Te gané otra vez, Lys!

—¡No vale! ¡Usaste el truco del salto invisible! —protestó ella, tirándole un cojín.

—¡No es trampa si el juego lo permite! —rió Luka, agitando los dedos como si fueran mágicos.

—Mañana te haré perder —juró Lys, apretando los dientes con una sonrisa.

De regreso en el salón, la reunión avanzaba con datos, mapas y predicciones. Pero Auren no podía dejar de mirar a Leo, aunque fingía interés en el informe. Sentía su cercanía como si su cuerpo entero respondiera a él, no con hambre exactamente, sino con una necesidad diferente… una presencia que le atraía más allá del deseo de sangre.

Fue Leo quien rompió el silencio más tarde, cuando todos salieron a tomar aire y solo ellos dos se quedaron junto a la chimenea encendida.

—¿Sigues… luchando con eso? —preguntó Leo en voz baja.

Auren tardó un momento en responder. Sus ojos brillaban bajo la luz del fuego.

—Lo siento menos. Puedo controlarlo mejor cuando estoy contigo. Es como si algo en ti me calmara…

—¿Eso es bueno?

—Eso me da miedo —confesó Auren.

Leo se acercó apenas un poco más, sus hombros tocándose.

—No quiero que me tengas miedo.

—No te tengo miedo a ti. Me temo a mí mismo cuando estás cerca —dijo Auren, bajando la mirada.

Hubo un silencio breve. No incómodo. Solo denso. Denso de todo lo que no decían.

—Yo confío en ti, Auren —susurró Leo.

La habitación parecía demasiado pequeña de pronto.

Auren apretó los puños, pero no se apartó. No se fue.

—Gracias —dijo simplemente.

Más tarde, compartieron una cena en la mesa del comedor. Todos menos los padres, que aún debatían estrategias en la habitación contigua. Lys y Luka llenaban el espacio con risas, haciendo que el ambiente se sintiera un poco más normal, un poco más humano.

Leo ayudó a servir los platos, y Auren, por primera vez en semanas, aceptó sentarse al lado de él sin tensarse por completo. Las miradas se cruzaban, breves, eléctricas. Había palabras no dichas entre bocado y bocado. Había silencio, pero no uno incómodo. Uno expectante.

Esa noche, cuando se preparaban para dormir, Lys y Luka fueron los primeros en acostarse. Les costó un poco por la emoción, pero finalmente quedaron dormidos bajo las mantas, la consola apagada y las luces bajas.

En la habitación que compartían Auren y Leo, cada uno en su cama, la noche se volvió un susurro compartido.

—¿Crees que alguna vez esto será… normal? —preguntó Leo desde la oscuridad.

—No lo sé —respondió Auren, girado hacia la pared—. Pero por ahora, prefiero esto contigo… que estar solo.

Hubo un silencio. Luego un suspiro.

—A veces pienso que esto no debería pasar. Lo nuestro. Lo que sea que esto es —admitió Leo.

—Y sin embargo pasa —dijo Auren.

En algún lugar de la casa, una tabla crujió.

Auren cerró los ojos, pero el olor de Leo seguía ahí, quemándole la garganta. Y aun así, respiró hondo… y lo soportó. Por él.




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