Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 23. Sombras entre suspiros.

La noche había sido especialmente silenciosa. No era la calma tranquila que normalmente envolvía la casa, sino una quietud espesa, densa… como si el aire contuviera un secreto que aún no se había revelado. En cada rincón de la casa, el tiempo parecía haberse ralentizado, permitiendo que los suspiros del sueño resonaran más que de costumbre.

Leo dormía profundamente. Su respiración era acompasada, su cuerpo relajado entre las sábanas. La habitación estaba oscura, iluminada solo por el leve resplandor de la luna que se colaba a través de la cortina entreabierta. En la cama contigua, Auren también dormía… aunque su sueño era más ligero, más atento, como si su instinto aún velara incluso en descanso.

En la planta baja, un leve crujido rompió el silencio. Apenas audible, pero suficiente para alterar el equilibrio. Una sombra se deslizaba por la casa, silenciosa como una serpiente. La figura no era alta, pero sus movimientos eran precisos, firmes, y delataban un objetivo claro.

Arriba, Leo abrió los ojos de golpe.

No supo por qué, pero algo lo empujó a despertar. Un presentimiento. Una presión en el pecho que no le dejaba respirar con calma. Se sentó en la cama, frotándose los ojos, y giró hacia Auren, que aún dormía. Dudó. Pero ese presentimiento no desaparecía. Se puso de pie con cuidado y salió al pasillo.

La casa estaba en penumbras.

Mientras bajaba las escaleras, sintió que su corazón latía más rápido. Había algo en el aire. Una presencia. Algo peligroso. Cuando llegó al final del pasillo y dobló hacia la sala, lo vio. Una figura encapuchada rebuscando en un estante, como si conociera el lugar.

—¡Eh! —exclamó Leo, sin pensarlo.

La figura se giró de inmediato. En un parpadeo, ya estaba frente a él. Leo intentó defenderse, pero una navaja fina, casi invisible, rozó su pierna derecha. El ardor fue inmediato. Cayó al suelo, apretando la herida. El atacante lo miró por un segundo… y luego huyó, perdiéndose en la oscuridad sin emitir un solo sonido.

Auren abrió los ojos en cuanto escuchó el cuerpo de Leo golpear el suelo. Su oído entrenado captó la vibración precisa. Se levantó de un salto y bajó a toda velocidad, su corazón latiendo con fuerza.

Cuando llegó a la planta baja, encontró a Leo tendido en el pasillo.

—¡Leo! —gritó, arrodillándose a su lado—. ¿Qué pasó? ¡¿Qué pasó?!

—No sé… —jadeó Leo—. Alguien estaba dentro. Me cortó… y luego se fue…

Auren no esperó más. Lo cargó en brazos con facilidad, corriendo con él escaleras arriba hasta la habitación. Lo recostó sobre la cama, con cuidado, mientras inspeccionaba la herida. No era profunda, pero sangraba bastante.

Sin pensarlo, Auren buscó vendas y alcohol en el baño. Al volver, limpió la zona con cuidado, apretando los labios cada vez que Leo fruncía el ceño de dolor.

—Perdón… —murmuró Auren, apretando el vendaje.

Leo lo miró, pálido pero consciente.

—Estás temblando —murmuró.

Auren parpadeó, sin darse cuenta de que, efectivamente, lo hacía.

—¿Te dolió mucho?

—Lo suficiente. Pero tú pareces más afectado que yo —respondió con una pequeña sonrisa.

—Te vi sangrando —susurró Auren, bajando la mirada—. Y tuve que controlarme. Era demasiado…

Leo lo observó en silencio. Su respiración era lenta. No había miedo en sus ojos, solo una ternura silenciosa.

—Pero lo hiciste. Te controlaste.

Auren asintió.

—Porque eres tú.

Un silencio cayó sobre la habitación. Ambos se miraron. Las sombras de la habitación se fundieron con el calor del momento. Fue Leo quien se inclinó apenas, cerrando la distancia entre ambos.

El beso fue suave. No urgente. Un roce cálido, como una promesa no pronunciada. Un gesto silencioso que decía más que cualquier palabra.

Cuando se separaron, Leo mantuvo los ojos cerrados un segundo más, como si no quisiera soltarlo.

—¿Lo viste? —preguntó entonces, apenas un susurro.

Auren negó con la cabeza.

—No. Pero olía… a lobo. Pero no era como tú.

Leo asintió. Ambos sabían lo que eso significaba: el enemigo estaba aún más cerca de lo que pensaban.

Mientras abajo, en la habitación de los más pequeños, Lys y Luka seguían profundamente dormidos, el peligro rondaba. Pero por un momento, en ese cuarto silencioso, solo existía la cercanía, la herida y la certeza de que algo estaba cambiando entre ellos.




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