Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 24. Lo Que Me Estás Haciendo.

El desayuno había sido rápido y silencioso, pero la comida de aquel mediodía reunió a todos alrededor de la mesa, menos a los pequeños. Lys y Luka estaban en la habitación jugando con la videoconsola, riendo y chillando, como si nada malo estuviera ocurriendo fuera de esas paredes. Auren, Leo, los padres de Leo y el padre de Auren estaban reunidos, cada uno con su plato de comida, aunque la tensión colgaba en el aire como una cortina densa que apenas se podía ignorar.

Leo bajó las escaleras apoyándose ligeramente en la barandilla. La herida en su pierna, aunque vendada, seguía doliendo, pero él no se quejaba. Auren lo miró desde la silla, sin perderlo de vista, como si su sola presencia ayudara a sostenerlo. Leo ocupó el asiento a su lado, y Auren casi contuvo el aliento.

—¿Que te ocurrió? ¿Estás bien? —preguntó el padre de Leo algo preocupado mientras servía un poco más de agua.

—Sí —respondió Leo, con una voz más firme de lo que esperaba. Dejó el tenedor y levantó la mirada hacia todos—. Anoche… alguien entró a la casa.

Todos dejaron los cubiertos.

—¿Qué? —soltó el padre de Auren con un tono que oscilaba entre la sorpresa y el miedo contenido.

—Me desperté, sentí algo después solo salí del cuarto y lo vi. No sé cómo describirlo, era como una figura encapuchada. Me atacó. Alcanzó a herirme en la pierna.

—¿Cómo entraste en contacto con él? —preguntó la madre de Leo.

—Ni siquiera lo escuchamos —intervino el padre de Auren, frunciendo el ceño—. ¿Cómo fue que nadie lo sintió?

—Yo sí lo escuché —interrumpió Auren, bajando la mirada a su plato—. Apenas lo sentí, pero… cuando salí, ya lo había atacado. Lo llevé de nuevo al cuarto. Había sangre.

—¿Y no viste al intruso? —preguntó la madre de Leo.

—No. Se fue demasiado rápido. Era veloz. No podía olerlo bien… pero no era humano. Tampoco parecía un licántropo. Ni un vampiro. Era otra cosa.

Román se levantó de la mesa, se acercó a una repisa y tomó una carpeta que había traído cuando llegó. La abrió con cuidado, deslizando algunas hojas hasta dejar una sobre la mesa.

—Esto es lo que temíamos. Ya no se esconden. Están tanteando el terreno —dijo.

—¿Creen que vengan más veces? —preguntó Auren, la mandíbula tensa.

—No lo sé. Pero sí estoy seguro de que esta casa está marcada —añadió el padre de Auren—. Desde que ambas familias están aquí, somos un blanco fácil. Pero también estamos juntos, y eso los pone nerviosos.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Leo.

—Vamos a proteger esta casa —respondió el padre de Leo—. Vamos a sellar con magia de protección cada esquina. También vamos a rotar guardias nocturnas. No más vulnerabilidades.

Los adultos comenzaron a hablar entre ellos, mientras Auren y Leo intercambiaban miradas. Auren, silencioso, no probó bocado durante lo que quedó de la comida. Su mente viajaba entre lo que había pasado y lo que sentía ahora. Estaba perdiendo el control. No de sus colmillos. No de su sed. Sino de su corazón.

Horas después, Lys y Luka seguían en la sala, tirados sobre unas mantas jugando con la videoconsola. Discutían sobre quién había ganado la última carrera, entre risas y codazos amistosos. Su mundo era ajeno al de los mayores, a los secretos y heridas que la noche anterior había dejado.

En el piso superior, Auren miraba por la ventana, el atardecer tiñendo su rostro con un brillo anaranjado. Leo entró al cuarto sin que él lo notara.

—¿Estás bien? —preguntó Leo, rompiendo el silencio entre ellos.

Auren se giró, y por un segundo solo lo miró. Leo aún cojeaba, y eso le dolía más de lo que podía admitir. Dio un paso hacia él, luego otro, y luego simplemente se detuvo frente a él, sin decir palabra. Leo alzó la mano para tocarle el brazo, pero Auren se lo sostuvo antes.

—No hagas eso —murmuró Auren, en voz baja, casi dolida.

—¿El qué?

—Acercarte tanto. No sé qué me pasa contigo.

Leo no dijo nada. Solo lo miró.

—No puedo estar lejos de ti, Leo. Es como si fueras un imán. Como si tus besos fueran mágicos —Auren bajó la mirada, con los ojos entrecerrados—. ¿Qué me estás haciendo?

Y antes de que Leo respondiera, Auren lo besó. No fue agresivo. Fue un beso dulce, sincero, lleno de confusión. Leo no se resistió. Se quedó ahí, con los labios entrelazados con los de él, como si por un instante se le olvidara el mundo, la pierna herida, las sombras al acecho.

Auren se apartó un poco, pero no rompió el contacto visual.

—No entiendo lo que siento. Pero no puedo fingir que no está. No contigo.

Leo asintió suavemente, su voz casi en un susurro:

—Yo tampoco entiendo nada. Pero no me alejaré, Auren. Ya no.

Esa noche, Lys y Luka se quedaron dormidos en el sofá, abrazados entre cojines y consolas. La madre de Leo y Luka los cubrió con una manta mientras los adultos, nuevamente reunidos en la cocina, continuaban trazando planes, esquemas, y mapas antiguos con símbolos mágicos.

Desde las sombras, algo observaba.

Unos ojos pálidos como la ceniza, observaban desde más allá del bosque.

La noche no había terminado.




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