Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 25. Protección, Recuerdos y Conexiones.

La mañana amaneció tranquila, pero el aire estaba cargado de tensión apenas perceptible. El cielo dejaba pasar algunas ráfagas suaves de luz. La familia entera se movía con pasos contenidos, como si supieran que ese día no sería como los demás. Después del ataque furtivo a Leo durante la noche anterior, los adultos habían decidido tomar una medida urgente.

En la cocina, el aroma del pan tostado, el café y la mantequilla inundaba el ambiente. Lys y Luka reían suavemente en la sala, organizando una torre de bloques de colores. Auren, aún en pijama, se encontraba junto a la ventana del comedor, observando el jardín con la mente en blanco. Leo entró a la cocina con una leve cojera, aunque intentaba disimularla. Auren giró la cabeza hacia él y lo recibió con una leve sonrisa.

—¿Dormiste algo? —preguntó Auren.

Leo negó con la cabeza, y Auren bajó la mirada. Había algo en sus ojos que hablaba de cansancio, de preocupación.

—Vas a tener que aprender a no salir solo en medio de la noche —bromeó Auren con suavidad, intentando aliviar la tensión.

—¿Y perderme el placer de que vengas a salvarme otra vez? Ni pensarlo —respondió Leo, sonriendo de lado.

Más tarde, los padres se reunieron en el salón principal. La puerta se abrió con un crujido suave, y una figura envuelta en una túnica oscura con bordados en plata cruzó el umbral. La bruja invitada, una mujer mayor de cabello blanco recogido en una trenza, se presentó como Elenea.

—Estoy aquí para proteger esta casa —anunció con una voz pausada y firme— y a quienes la habitan.

Realizó un ritual en silencio, colocando pequeños recipientes de cerámica con hierbas, sal y ceniza en cada esquina de la casa. Murmuraba en una lengua antigua mientras pasaba su mano sobre los muros. Lys y Luka la observaban desde una esquina, fascinados por la escena.

—¿Qué es lo que haces, señora? —preguntó Luka con curiosidad.

—Creo un escudo —le respondió Elenea sin dejar de moverse—. Uno que puede resistir incluso el deseo más oscuro.

Auren sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La mención del deseo le hizo recordar la noche anterior, el beso, el calor de las manos de Leo sobre su piel herida, y aquella pregunta: "¿Qué me estás haciendo?".

Esa tarde, mientras los niños dormían la siesta, Auren subió al ático. Entre las cajas polvorientas, encontró un álbum antiguo. Se sentó en el suelo de madera, abriéndolo con cuidado. Fotografías de su madre, sonriendo, abrazándolo de pequeño, posando con su padre bajo un roble que ya no existía en el jardín.

Leo lo encontró allí, en silencio. Se sentó a su lado sin decir nada y miró las fotos.

—¿Es ella? —preguntó.

Auren asintió con lentitud.

—Era fuerte, muy fuerte —dijo, pasando el dedo sobre el cristal—. Murió protegiéndome... Los lobos la mataron, y yo me quedé con esta rabia...

Leo no dijo nada. Solo le puso una mano en el hombro. No hacía falta hablar.

—Nunca quise volver a confiar en nadie —susurró Auren—. Y ahora... estás tú. Y todo se siente como si fuera a romperme.

Leo lo miró con una mezcla de ternura y vulnerabilidad.

—A mí también me asusta lo que siento, pero no quiero dejar de sentirlo.

Esa noche, después de cenar, la bruja volvió a la sala y les indicó que apagaran todas las luces. El ritual de cierre requería oscuridad, y silencio.

—Ahora, sostengan esto —les dijo a Leo y Auren, entregándoles una pequeña piedra negra envuelta en tela roja.

—¿Qué es esto? —preguntó Leo.

—Un vínculo —respondió Elenea—. Si lo sostienen juntos, sabrán con certeza si su conexión es real... o una ilusión nacida del miedo y el deseo.

Ambos se miraron. Sin decir nada, entrelazaron sus dedos sobre la piedra. Al instante, una suave luz azul brotó del objeto, envolviéndolos. Todo desapareció a su alrededor. Era como estar suspendidos en una neblina cálida.

Las imágenes comenzaron a rodearlos: momentos pasados, risas, los ojos del otro brillando en plena noche, el beso compartido junto a la cama. Auren sintió una presión en el pecho.

—Leo... esto es real —susurró—. Es amor. Yo... no puedo estar lejos de ti.

Leo no contestó. Solo lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos.

Muy lejos de allí, en un bosque denso, tres figuras envueltas en sombras se encontraban junto a una hoguera. Uno de ellos hablaba:

—Los escudos de protección están activos, pero no serán eternos.

—Lo sabemos. Solo necesitamos que el miedo se apodere de ellos. La sangre de ambos clanes sigue corriendo por esas casas. La grieta se abrirá.

—Y cuando lo haga... no habrá tregua que valga.

Las sombras se desvanecieron entre la bruma del bosque, dejando tras de sí un silencio cargado de presagio.

Auren y Leo regresaron al salón donde Lys y Luka habían preparado un fuerte de cojines. Ambos reían, ajenos al mundo adulto.

Auren les revolvió el cabello con cariño. Leo se sentó junto a ellos y, por primera vez desde que todo comenzó, se permitió reír también.

—¿Y si dormimos todos en la sala esta noche? —preguntó Lys con entusiasmo.

—Eso suena como una gran idea —dijo Leo, mirando a Auren, que asintió con una leve sonrisa.

Mientras los niños construían nuevas paredes de cojines y la noche envolvía la casa con su escudo místico, Auren se permitió una sensación que hacía mucho no sentía: esperanza.




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