Corazones Nocturnos

CAPÍTULO 27. El Susurro Bajo la Niebla.

La atmósfera en la casa parecía haberse vuelto más cálida desde la llegada de la bruja. No sólo por los encantamientos que protegían las puertas y ventanas, sino porque Leo y Auren se sentían, por primera vez, seguros en su propia piel, juntos. Compartían cada momento como si fuera valioso. Como si el tiempo les estuviera dando un breve respiro.

Esa noche, cuando todos se habían retirado, Lys y Luka ya dormían profundamente tras horas de juegos interminables y risas bajo mantas con dibujos de estrellas. Leo y Auren habían estado en su habitación en silencio, como si esperaran una señal invisible que no acababa de llegar.

Auren se apoyó en el marco de la ventana, mirando el cielo nocturno. Leo estaba sentado en su cama, con una camiseta suelta y el cabello ligeramente revuelto. Lo observó un momento, y se levantó para acercarse a él.

—Leo… —dijo Auren, en voz baja, casi un suspiro—. ¿Quieres dormir conmigo esta noche?

Leo levantó la mirada.

—Pensé que nunca lo dirías.

Sin decir más, ambos movieron las camas hasta juntarlas, disimulando con colchas y almohadas. Aunque sabían que sus padres podrían entrar en cualquier momento, también sabían que no podían seguir escondiéndose detrás de la distancia. No con lo que sentían tan presente.

Se acostaron uno frente al otro, con los rostros tan cerca que sentían el aliento del otro. Auren acarició con delicadeza la mejilla de Leo.

—Buenas noches… novio —murmuró.

Leo sonrió suavemente, acercándose hasta darle un beso suave, cálido y tierno, como una promesa sin palabras.

—Buenas noches.

Se abrazaron. Durmieron así, con los dedos entrelazados, los corazones latiendo al mismo ritmo.

A la mañana siguiente, mientras los chicos seguían durmiendo abrazados en la habitación, en la cocina ya hervía el agua para el té. La madre de Leo, bajó primero. Quería revisar algo en la sala. Mientras tomaba su taza, su mirada se desvió sin querer hacia una repisa donde descansaban algunas fotos enmarcadas. Una en particular le hizo detenerse.

Una mujer de cabello oscuro, sonrisa dulce y mirada profunda. El marco dorado estaba algo viejo, pero la imagen aún era clara. Sintió cómo el color se le escapaba del rostro.

Era ella. La madre de Auren.

El recuerdo volvió como un relámpago violento: los gritos, el bosque, las figuras transformadas con ojos rojos. Ella, junto a su esposo y los tíos, corriendo bajo la luna llena. Aquella mujer... la que luchó, la que murió.

Mireia retrocedió un paso, temblando. No podía respirar bien. Nadie debía saberlo. Si Auren, o su padre, se enteraban… estarían en peligro. Todos.

Se giró rápidamente, fingiendo que nada pasaba, justo cuando el padre de Auren entraba a la cocina.

—¿Todo bien? —preguntó con cortesía.

—Sí… solo recordaba cosas viejas —mintió con una sonrisa frágil.

Más tarde, la bruja volvió a la casa para una nueva reunión. Esta vez pidió que todos los adultos bajaran a la sala. Había algo que debía ser dicho.

—He sentido una presencia distinta —dijo la mujer mientras dibujaba círculos en el aire con los dedos—. Se acerca el momento. El equilibrio entre razas está alterado. Alguien espía, desde la oscuridad. No me han atacado aún porque no encuentran un punto débil… pero lo harán. No tardarán mucho.

El padre de Auren apretó los puños.

—¿Qué debemos hacer?

—Confiar —respondió ella—. Y mantener la unión. Esa es su mayor fuerza. La unión.

Lys y Luka, ajenos a los secretos y temores de los adultos, jugaban con una videoconsola portátil en el salón. Reían, chocaban sus manos en cada victoria y discutían qué personaje era el mejor. En sus mentes no había guerra, ni maldiciones. Solo juegos, dulces y la promesa de otro día de diversión.

—¡Lys, ganaste otra vez! ¡No vale! —reía Luka.

—¡Es que soy mejor! ¡Admite tu derrota, lobo flojo! —respondió ella, entre risas.

En su habitación, Leo y Auren aún no bajaban. Habían despertado temprano, pero se quedaron abrazados, hablando de todo y nada. Riendo bajo las sábanas, sin preocuparse por el mundo.

—Nunca pensé que pudiera sentir esto —confesó Auren, con los dedos enredados en el cabello de Leo.

—Yo tampoco —respondió Leo, apoyando su frente en la de él—. Pero ya no quiero estar sin ti. Nunca.

Y otra vez, se besaron. No por impulso. Sino porque sus almas ya sabían que ese beso era hogar.

Esa noche, cuando todos dormían, la bruja salió al jardín trasero. Miró al cielo, a la luna, y pronunció palabras antiguas. En la oscuridad, lejos, ojos brillaron entre los árboles. Los enemigos observaban, esperando.

—El equilibrio está en juego —susurró una voz que no era humana—. Y cuando se rompa… el corazón de uno será el precio.

La luna siguió brillando, ajena a lo que estaba por venir.




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