La madrugada era fría, y en el cuarto de Auren, el silencio era tan denso que se podía cortar. Había pasado toda la noche sin dormir, con las imágenes de los documentos en su cabeza: la foto de su madre… y los rostros inconfundibles de los padres de Leo.
Cuando amaneció, Leo se estiro y salió de su cama, sonriendo como siempre.
—Auren… ¿dormiste algo?
Auren no levantó la mirada. Sus dedos jugaban con el borde de la sábana, como si buscaran un escape.
—Leo… tengo que decirte algo.
La voz de Auren estaba quebrada, y eso fue suficiente para que Leo se sentara junto a él.
—Dime.
Auren tragó saliva, sintiendo que las palabras eran un peso imposible.
—Anoche... Yo encontré algo. Una foto... Vi a mi madre... Justo el día que murió. Y… tus padres estaban ahí.
Leo se quedó helado.
—¿Qué? Eso no puede ser…
—No te culpo a ti —interrumpió Auren, rápido, mirándolo a los ojos—. Sé que no tuviste nada que ver. Pero… no puedo mirar a tus padres ahora. No puedo fingir que no vi lo que vi.
Leo sintió un nudo en el estómago. Quiso defender a su familia, pero también sabía que Auren no diría algo así sin pruebas.
—Entonces… ¿me vas a evitar también?
—No a ti —susurró Auren—. Pero necesito tiempo.
Los días pasaron lentos. Auren apenas cruzaba miradas con los padres de Leo. Las comidas eran silenciosas. Lys y Luka seguían jugando como siempre, ajenos a la tensión que flotaba en cada rincón de la casa.
Leo intentaba acercarse, pasar tiempo con él, y aunque Auren respondía, había una barrera invisible que antes no estaba.
Una noche, el padre de Auren llamó a Leo a su despacho. Sobre la mesa, un vaso de whisky y varios papeles.
—Sé que te dijo Auren—dijo sin rodeos—. No me lo ha dicho nadie, pero lo sé.
Lo miró con un atisbo de miedo.
—No sé qué hacer para arreglarlo.
El hombre suspiró.
—Tampoco yo. Pero si dejamos que esto nos enfrente, los únicos que van a perder son ustedes dos.
Leo no respondió. El padre de Auren continuó:
—Voy a hablar con tus padres. No para exigir venganza… sino para encontrar un acuerdo. No tiene sentido que los hijos paguen por las decisiones de los adultos.
La reunión fue tensa. Los padres de Leo y el padre de Auren se sentaron frente a frente, sin la presencia de los chicos. Afuera, Auren miraba desde la ventana, sin querer escuchar.
Cuando terminó, el padre de Auren salió, con el rostro serio pero no enfadado.
—No olvidaré lo que hicieron —dijo con voz grave—. Pero por el bien de ustedes, voy a dejarlo atrás.
Se acercó a su hijo.
—Auren… puedes seguir con Leo. No dejaré que lo que pasó te lo arrebate.
Auren miró hacia la puerta, donde Leo lo observaba en silencio. Se acercó lentamente, y aunque la herida seguía ahí, lo abrazó con fuerza.
—Todavía me duele… pero no voy a dejarte.
Leo cerró los ojos, aliviado, y sintió que, aunque el pasado no podía cambiarse, al menos habían decidido caminar juntos hacia el futuro.