El amanecer pintaba de tonos dorados la calle vacía. Las cajas se amontonaban en la acera, y el aire tenía ese olor a nuevo que mezcla cartón, madera y promesas.
Leo, con una camiseta desgastada y el cabello revuelto, se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Listo para empezar de cero? —preguntó con una sonrisa que escondía algo de nervios.
Auren lo miró, sosteniendo una caja con los pocos recuerdos que le quedaban de su madre. La acarició antes de entrar.
—No es empezar de cero, es empezar junto a tí.
El departamento no era grande, pero tenía una ventana enorme que daba a la ciudad, y un pequeño balcón donde, según Leo, iban a pasar las noches de verano. La primera en entrar fue Lys, corriendo con Luka detrás, riendo y señalando las cajas.
—¡Vamos a ayudarles! —dijo ella, sin pedir permiso.
—O a desordenar todo —bromeó Leo.
El padre de Auren se acercó, observando cómo acomodaban los muebles. Tenía esa expresión orgullosa y nostálgica de alguien que sabe que su hijo está construyendo un hogar.
—Cuídense —les dijo, firme—. Y cuiden esto que tienen.
Leo y Auren intercambiaron una mirada cómplice. Sabían que esto no era solo el departamento… sino el amor que había sobrevivido a secretos, peligros y heridas.
Cuando la última caja estuvo en su lugar, se quedaron solos. La luz de la tarde bañaba el salón, la ciudad comenzaba a encender sus luces. Leo se acercó despacio, como si no quisiera romper el momento.
—¿Recuerdas la primera vez que caminamos juntos de noche? —preguntó.
Auren sonrió.
—Pensé que eras insoportable.
—Y ahora… —Leo levantó una ceja.
—Y ahora eres insoportable, pero mío. —Auren lo tomó de la mano.
Se sentaron en el suelo, apoyados contra la pared, mirando la ventana. La ciudad afuera parecía moverse más despacio, como si también quisiera darles un respiro.
Auren acarició la mano de Leo.
—Después de todo lo que pasó, pensé que nunca íbamos a llegar aquí.
—Yo también —dijo Leo—. Pero siempre supe que quería terminar a tu lado.
Hubo un silencio cómodo, de esos que no necesitan palabras. Afuera, un coche pasó, y Lys y Luka gritaron desde la calle, despidiéndose con exagerados ademanes.
Esa noche, ya en su cama nueva, Auren apagó la luz.
—¿Sabes? —murmuró—. Este lugar ya se siente como hogar.
Leo sonrió en la oscuridad.
—Es porque lo estamos llenando de nosotros.
Y así, entre susurros y promesas, el ruido del pasado comenzó a desvanecerse, dejando solo lo que importaba: dos corazones que, contra todo pronóstico, habían encontrado el mismo latido.