Corazones Tempestuosos +18

0.1 El aire ocultando la verdad

El aire ocultando la verdad

Madrid, España
08 DE MARZO DEL 2019

Me miré en el espejo y me di cuenta que la persona que me veía a través de ese reflejo no era nadie que reconociera en absoluto. Solía amar llevar el cabello suelto, pero el tiempo lo cambió todo, incluso a mí. Ahora llevaba una trenza al estilo Katniss Everdeen que, según él, hacia que mis ojos destacaran más.

Sonreí, pero la sonrisa pareció sintética, poco natural.

Yo no era real y por lo tanto, mis sonrisas tampoco, pero esto es lo que me había tocado ser, lo que decidí que debía ser.

Mentalmente me pregunté si me veía hermosa como solía hacerlo todos los días, desde hace casi tres años. Y quería creer que era así. No había cambiado tanto para ser todo lo contrario a una muchacha hermosa. Me había esforzado en mi imagen, a pesar de que yo estaba conforme conmigo misma en aquel entonces, pero comencé a esperar que sus ojos me apreciaran más; quería que no se arrepintiera de estar conmigo, así que seguía sus consejos como una rutina diaria para verme bien. Y siempre usaba la ropa que él aprobaba o me maquillaba como el quería.

Complacerlo se volvió en una constante, una necesidad para evitar perderlo. Le encontré el gusto a complacerlo, a darle todo lo que él quería. Dejé de reprochar y exigir cosas que sabía que no podía tener de él, así que me aferré a él de la única manera que podía: Complaciendolo.

Coloqué la trenza a un costado de mi hombro sin dejar de verme al espejo. Mis pestañas eran largas como un manto que cubría mis parpados, tenía pómulos ligeramente marcados, y mis labios medianamente rellenos, los cuales había maquillado con ese labial que a mi novio le encantaba que utilizara: un rojo pasión, como la sangre más vibrante y al mismo tiempo oscura.

Busqué mi móvil en la cómoda y abrí la cámara frontal para tomar una foto de mí y subirla a Instagram.

Sonreí mostrando mis dientes y capturando la belleza de mi rostro. No era vanidosa, nunca lo fui, pero desde que lo conocí a él había comenzado a mostrarme en Instagram como si fuera una necesidad y no un trabajo como pasatiempo. Y si no ha quedado claro, pues todo esto era por él. Cambié todo lo que era porque quería desesperadamente que me apreciara más que solo por mi cuerpo, aunque fuera totalmente absurdo y tonto.

Subí el post con la leyenda "Aquí vamos de nuevo", haciendo referencia a que era un día más yendo a la universidad, y entonces, alcé de nuevo la vista hacia el espejo, viendo más allá de mi reflejo. La única persona que se había dado cuenta de mi cambio, era la misma a la que le decía que seguía siendo tal y como antes, pero yo no me podía engañar a mí misma. Sabía que lo que veía no era a la misma Cory Shane de antes, en realidad, era el intento de alguien que nunca fui ni quise ser.

Un par de lágrimas amenazaban con derramarse, pero fui rápida y las evité antes de que fuera demasiado tarde. Tomé mi bolso y eché mi móvil en en éste para poder salir de mi habitación y no hacerlo esperar más.

En la planta baja, justo en la puerta de cristal polarizado y madera, estaba él. Lucía irresistible, demasiado inalcanzable. Su cabello rubio, brillante y entre dorado y blanco, estaba perfectamente peinado hacia atrás. Iba vestido con unos jeans negros, y un abrigo de cashmere que cubría su camisa de cuello alto. Todo era absolutamente negro, a excepción de la cadena que colgaba sobre su cuello y el reloj de oro que brillaba en su muñeca derecha.

—Te ves preciosa. —Me había dicho con su voz ronca y galante.

Estiró su mano pálida, grande y varonil hasta mi mejilla. Surcó una sonrisa de labios cerrados y acercó estos a mi frente en un gesto que a plena vista parecía ser tierno.

—Gracias.

Sus ojos azules eran tan penetrantes que cada vez que me veían, estremecían cada parte de mi cuerpo. Pero era inevitable no ensanchar una sonrisa boba ante su gesto.

Estar con él era como vivir en una burbuja de cristal. En cualquier momento se podía caer y romper en mil pedazos, por eso debía tratarlo con delicadeza, para evitar que sus espinas, punzantes e hirientes, me hicieran daño. Y era ilógico, porque tener que ser alguien más, actuar de un modo para no perderlo dolía tanto como saber que él no era amor. Ithiel Hale era todo menos amor. Con él podía tener pasión, lujuria, adrenalina, pero nunca un sentimiento que se asemejara al amor. Ithiel era el tipo de hombre que no se dejaba llevar por sentimientos intensos como los que yo sentía por él, pero podía apreciarme y hacerme sentir la mujer más maravillosa y suertuda por estar a su lado, casi como su igual.

Ithiel no lo sabía, pero solía preguntarme demasiadas veces por qué se había fijado en mí. No era el tipo de chica que seguramente solía gustarle antes de que me conociera, tampoco era coqueta ni perversa. En realidad, era todo lo contrario. Amaba las películas de romance y los libros con finales felices, y a veces solía soñar con una vida de esas. Anhelaba el amor, la felicidad, la lealtad y la honestidad, no solo porque había fantaseado con eso desde mi adolescencia, sino porqué crecí en una familia que me enseñó a ver lo mejor del mundo, a pesar de que a veces pudiese ser cruel, pero nunca nada me había hecho falta, ni amor, ni felicidad, ni afecto. Lo tuve todo, hasta que Ithiel llegó a mi vida.

Cuando era una niña de doce años soñaba con mi cuento de hadas perfecto, dónde tuviera un príncipe azul que llegara a mi rescate, que me protegiera del peligro que amenazara con dañarme y que me diera su chaqueta para cubrirme del frío. Quería a un hombre en mi vida que se preocupara por mi bienestar y felicidad, pero lo que encontré fue algo distinto a lo que una vez quise y talvez llegué a tener.

No culpo al destino del rumbo que tomaron mis anhelos, tampoco de haberme fijado en un hombre que lo único que quería de mí era mi cuerpo y lo que podría brindarle en una cama, porque sabía mejor que nadie, que la única culpable de esto, era yo misma.




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