Corazones Tempestuosos +18

08. La fiesta de Drake Finshker I

Dos años.

Setecientos ochenta y dos días desde la última vez que nos vimos, desde aquella tarde gris en la que decidimos terminar. Dos años que, para muchos, pueden parecer apenas un suspiro… pero que, para otros, como yo, se sienten como una vida entera.

Él seguía teniendo el mismo nombre, los mismos ojos y esa forma de moverse que siempre lo distinguió de los demás: un porte elegante y una naturalidad encantadora y amable que lo hacían destacar en cualquier lugar. Era, en esencia y carácter, el príncipe que toda princesa merecería… pero también, de alguna manera, ya no era el mismo.

Aunque algunos digan que la gente no cambia, la verdad es que dos años bastan para que una persona se transforme por completo. No solo por fuera, sino también por dentro. Josh Gavilliard ya no llevaba camisetas holgadas ni jeans gastados; ahora vestía un traje gris marengo perfectamente entallado, camisa blanca impecable y corbata oscura. El cambio era tan evidente que parecía sacado de una revista. Sin embargo, cuando lo miré a los ojos, la calidez que recordaba seguía allí, intacta, brillando igual que la última vez que tuve el privilegio de verla.

Tragué saliva, rogándole en silencio a mi corazón que dejara de latir como un tambor desbocado. No tenía derecho a sentirme ridículamente emocionada de verlo, no ahora, no cuando otro hombre —Ithiel— ocupaba oficialmente ese lugar en mi vida. Y sin embargo… ahí estaba, frente a mí, despertando recuerdos que creía haber archivado para siempre.

—Joshua —pronuncié su nombre despacio, como si así pudiera procesar mejor que de verdad estaba allí.

Sus labios se curvaron en una sonrisa, de esas que no enseñan los dientes, pero sí logran que en las comisuras aparezcan esas líneas que conocía tan bien. Y sus ojos… sus ojos brillaban como si, en ese instante, estuviera genuinamente feliz de verme.

—Hola, Sunshine —respondió.

El apodo me atravesó como una corriente eléctrica. Años sin escucharlo y aun así, me derritió el corazón. Era como si su voz hubiera viajado en el tiempo intacta, trayendo consigo todos los días y noches que compartimos.

—¿Qu-qué te trae por aquí? —pregunté, todavía incrédula.

Patty, que estaba junto a la puerta, me miró con preocupación. Yo, por mi parte, apenas podía ordenar mis pensamientos.

—Niña, ¿por qué no pasan al despacho de tu padre? —sugirió mi nana, con ese tono que usaba cuando intuía que lo que se iba a decir no debía escucharlo nadie más.

Una parte de mí quiso negarse. Ithiel llegaría en cualquier momento y la idea de estar sola con Josh me parecía peligrosa… pero la otra parte de mí asintió casi sin pensar.

Josh no necesitó indicaciones. Conocía mi casa como si fuera suya; había pasado demasiadas horas aquí como para olvidar el camino. Caminamos en silencio por el pasillo, y tuve la extraña sensación de que éramos dos completos desconocidos que se conocían demasiado bien.

—No entiendo qué haces aquí —dije finalmente, rompiendo el silencio. Mi voz sonó más dura de lo que pretendía. La verdad era que estaba nerviosa, y no solo porque Ithiel podía llegar en cualquier momento.

Abrí la puerta del despacho y le hice un gesto para que entrara.

—Primero las damas —respondió con una sonrisa traviesa.

Sabía que, si no pasaba yo antes, él se quedaría parado ahí hasta convencerme, así que cedí y crucé el umbral. El despacho estaba cálido, demasiado cálido; la calefacción estaba tan alta que sentí un impulso irracional de quitarme la chaqueta. No lo hice. No pensaba darle ni un centímetro más de control sobre la situación.

—No me has respondido —insistí, girándome para mirarlo.

Josh cerró la puerta, se recargó con un hombro contra el marco y me observó como si intentara memorizar cada detalle de mi rostro.

—He terminado con la universidad —dijo finalmente—. Mis padres no están felices, pero… seguí tu consejo, Sunshine: no persigas un sueño que no es tuyo, persigue lo que te hace sentir vivo. ¿Lo recuerdas?

Recordaba cada palabra. Aquella noche en que se lo dije, él estaba al borde de ceder a la presión de sus padres, que querían que estudiara medicina como su padre, Pascal. Pero Josh… Josh siempre había soñado con cantar, con estar en un escenario, con tener una banda o ser solista. Sus padres lo habían amenazado con quitarle su apoyo si no seguía la “tradición familiar”.

—Lo recuerdo… —murmuré, más para mí que para él.

—Siempre quise cantar, Sunshine. No como un pasatiempo, sino de verdad. Formar parte de algo grande. Y cuando me fui… intenté olvidarlo, pero no pude.

Su voz tenía un tono que no escuchaba desde hacía mucho: decidido, seguro.

—Entonces… ¿dejaste todo por la música? —pregunté, todavía incrédula.

—No exactamente. —Dio un paso hacia mí, lo suficiente para que el aire pareciera más espeso—. Me inscribí en Hudsson, en los cursos de estudios de música y canto.

Lo miré, boquiabierta.

—¿En Hudsson? —repetí, cada una de mis extremidades más tensas que antes.




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