
Jeje, estamos de regreso. He decidido dejar la nota al inicio, solo para recordarles que le den me gusta, comenten y si no es mucha molestia, también compartan con quienes creen que les gustaría leer mis historias.
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Al cabo de unos minutos regresé con dos vasos: tequila con un toque de gaseosa de toronja. Pero al volver a la piscina, lo encontré conversando con una joven en traje de baño. Me quedé a unos pasos, observando cómo interactuaban. Sebastián siempre había tenido ese magnetismo natural que atraía miradas, tanto como Ithiel; sin embargo, jamás lo había visto coquetear con alguien. Su distancia habitual había alimentado rumores: algunos aseguraban que no se interesaba en mujeres, que quizá su preferencia era otra. Yo nunca di crédito a esos comentarios. Me resultaba inconcebible. Viéndolo ahí, tan varonil, con ese porte casi principesco, me era imposible imaginarlo de otro modo.
Apartó la mirada y me miró a la distancia, entonces se despidió de la muchacha, y ella se marchó tras dejar su número de teléfono en su móvil.
Me acomodé en la tumbona junto a él y le tendí uno de los vasos, esperando que lo aceptara. Tomé un sorbo largo del mío, más para ocupar la boca que para iniciar conversación.
—Nunca te había visto beber —comentó finalmente, después de un silencio espeso en el que solo se escuchaba la mezcla de voces y risas perdidas bajo la música.
Levanté la mirada de mi vaso, arqueando una ceja, incrédula. No era cierto. Nunca había escondido mis tragos de nadie. Hacía apenas una hora había estado lanzándome chupitos como si quisiera olvidar el mundo, y de no haber estado tan decaída, seguramente ya estaría dando tumbos. Aunque, siendo franca, casi siempre que bebía, terminaba encerrada en alguna habitación con Ithiel.
—Entonces será que nunca coincidimos en las mismas fiestas —respondí con una sonrisa ladeada. Luego señalé con un gesto el vaso que él aún sostenía intacto—. ¿Y tú? ¿No vas a probarlo? Si soy sincera, jamás te he visto tocar una copa. ¿Le tienes miedo o qué? Anda, anímate... un trago no te hará ningún daño.
Sebastián desvió la mirada de mí al vaso, y contra todo pronóstico, lo llevó a sus labios. Vi cómo el líquido desaparecía lentamente en su boca, y no pude evitar arquear una ceja. Lo último que esperaba era que aceptara el reto; lo natural hubiera sido que lo rechazara con esa serenidad impecable tan propia de él. Pero lo hizo. Y sí, puede parecer un detalle insignificante, pero, ¡vamos! ¡Estamos hablando de Sebastián Ortega! El chico que cualquiera imaginaría trayendo flores cada mañana, escribiendo cartas interminables para recordarte cuánto te quiere y respeta, el tipo incapaz de romper siquiera el diminuto corazón de una iguana.
Su nuez se marcó con fuerza cuando tragó, y al dejar el vaso a un lado, se pasó una mano por el cabello, despeinándolo aún más. Luego, con esa seguridad inesperada, dejó escapar una sonrisa ladeada, coqueta, como si supiera perfectamente el efecto que estaba causando.
—Supongo que me estabas subestimando... ¿o me equivoco? —dijo con una sonrisa triunfante, orgulloso de haberme dejado sin palabras una vez más.
Pero no era el hecho en sí lo que me tenía muda, sino la forma en que lo había hecho: tan natural, tan despreocupado, con gestos que parecían sacados de una escena improvisada. Y ahí estaba yo, comparándome mentalmente con una niña embobada frente a su dulce favorito. ¿Qué clase de tonterías pasaban por mi cabeza?
Sacudí levemente la cabeza, intentando disimular el calor irracional que me subía a las mejillas, y apuré un largo trago de mi vaso para encubrirlo.
—Cualquiera lo haría —admití al fin, y luego, con una torpe risa, añadí—. Es decir... ¡no sé! No es solo que tengas pinta de buen chico... es que realmente lo eres.
Al terminar, noté cómo sus mejillas se teñían de un leve rubor. Nunca había visto a un hombre reaccionar así; había algo genuinamente tierno en su gesto, demasiado incluso. Y sin poder evitarlo, mi mente me traicionó: me imaginé a Ithiel escuchando un "te amo" y enrojeciendo de esa manera, en vez de molestarse, desviar la mirada o ignorarme como siempre hacía.
Un suspiro escapó de mis labios.
Sabía que jamás lograría ver ese brillo en Ithiel. Y aún menos, conseguir que cambiara.
Terminé mi bebida más rápido que el mismo Flash corriendo a salvar el mundo. El ardor del alcohol apenas me rozó la garganta antes de que ya estuviera pensando en el siguiente vaso. No era el licor lo que me quemaba por dentro, era el recuerdo constante de Ithiel, de su frialdad, de la manera en que me había dejado con el corazón en carne viva. Pensar en él y en la forma tan desinteresada en la que me había dejado plantada esa noche, me provocaba ganas de vaciar todo el maldito mini bar de la casa de Drake.
Me levanté tambaleando un poco, con la mirada fija en la mesa donde había más botellas esperándome, como si fueran las únicas aliadas dispuestas a calmar mi miseria. Esta vez, sin embargo, no fui sola. Sentí la presencia de Sebastián detrás de mí. No hizo ruido al seguirme, pero su sombra se alargó junto a la mía, y su silencio me confirmó que no estaba dispuesto a dejarme sola.
Cuando estiré la mano hacia la mesa, no para tomar una botella, sino una pequeña bolsita de polvo blanco que había visto entre las cosas, él se adelantó y me la arrebató con brusquedad.
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Editado: 26.10.2025