Core: El ultimo latido

Capítulo I — El Valle de Engranajes Caídos

(“Cuando el vapor se mezcló con la sangre, él dejó de respirar.”)

El viento soplaba con un silbido metálico a través de las grietas del valle.
Las montañas de Ergral, antaño cubiertas por glaciares, ahora eran colinas de hierro oxidado y ruinas de guerra. De los viejos conductos del Imperio aún emergía vapor, como si la tierra exhalara su último aliento.

Kael Varrin caminaba entre los restos de un convoy destruido. Sus botas hundían la nieve ennegrecida mientras el eco de las explosiones aún vibraba entre los acantilados.
Había visto muchas batallas, pero pocas tan absurdas.
Un intercambio de fuego entre Valtheria y Zaerinth, dos facciones que decían luchar por el futuro mientras devoraban el presente.

Se detuvo junto a un cadáver cubierto con una manta térmica rasgada. Bajo el tejido brillaban los restos de un símbolo zaerinthiano: un engranaje incompleto, atravesado por un rayo. Su propio estandarte.

—Idiotas —murmuró—. Ni siquiera sabían qué transportaban.

El viento cambió de dirección. Entre el humo y el vapor, oyó un gemido.
Giró el rostro.
Entre los escombros de un vehículo valtheriano, una figura trataba de incorporarse.

La mujer llevaba una armadura rota, aún humeante. Su capa azul estaba quemada por el borde, y en su pecho relucía un emblema de bronce en forma de llama.
Kael reconoció el símbolo de inmediato: Valtheria, el Reino del Corazón Fundido.

—Perfecto —dijo con amargura—. Justo lo que me faltaba.

Se acercó con cautela, con la mano sobre su herramienta de defensa: un tubo de descarga eléctrica improvisado.
La mujer, aturdida, intentaba levantarse, pero su pierna sangraba bajo una pieza de metal.

—No te acerques —gruñó, apuntándole con un arma rota.
—Tranquila, soldado —replicó Kael—. Si quisiera matarte, ya lo habría hecho.

Ella apretó los dientes.
—Entonces sigue tu camino.

Kael suspiró.
—No puedo. El mío está bajo tu pierna.

Ella bajó la vista. Una de las piezas de su blindaje aplastaba una caja metálica grabada con runas de Zaerinth. Dentro, latía débilmente una luz anaranjada.

—Eso... —dijo Lyra con esfuerzo— no debería moverse así.

—Tampoco tú —respondió él, agachándose.

Trató de apartar la pieza, pero el suelo tembló. Un rugido sordo recorrió el valle, como si algo despertara en las profundidades. La nieve cayó de las rocas con un estruendo lejano.

Kael alzó la vista.
El aire se distorsionaba sobre ellos, y del subsuelo surgía un sonido rítmico, grave, casi orgánico.

Latidos.

Lyra lo sintió también.
—¿Qué es eso? —preguntó.

Kael no respondió. Sabía que ningún motor podía hacer eso. Ninguna máquina respiraba.
Solo una cosa en todo Elerion era capaz de latir con ese ritmo.

El Corazón de Engranajes.

La mujer trató de levantarse y cayó de nuevo. Kael se quitó el abrigo térmico y lo colocó bajo su cabeza.
Ella lo observó, desconfiada.

—No necesito tu compasión.
—No es compasión —dijo Kael—. Es supervivencia.

Mientras hablaban, el suelo volvió a estremecerse. El fragmento dentro de la caja se iluminó con un resplandor rojo. Kael lo sostuvo entre sus manos: su superficie vibraba como si tuviera pulso propio.

Lyra entrecerró los ojos.
—Esa energía… no es natural.
—Tampoco tú, si crees que seguir respirando es un error —dijo él con una media sonrisa.

Ella no contestó. Solo lo observó mientras el eco del latido se perdía entre las montañas.
Por un momento, el silencio pareció absoluto.
Solo quedaban ellos dos.

En un valle de muertos, dos enemigos respiraban el mismo vapor.
Y el mundo, debajo, comenzaba a despertar.




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