Core: El ultimo latido

Capítulo II — La Tregua del Frío

(“Entre el metal y la escarcha, dos almas ajenas encontraron un mismo silencio.”)

El amanecer llegó sin luz.
Solo un resplandor blanquecino se filtraba entre la neblina que cubría el valle. El humo de los restos valtherianos se mezclaba con el vapor de los conductos subterráneos. Parecía que el mundo entero respiraba un aire enfermo.

Kael llevaba horas buscando refugio. La mujer seguía herida, y cada paso suyo dejaba un rastro de sangre sobre la nieve negra. Aun así, se negaba a dejarse ayudar.

—Puedo caminar —insistió Lyra, cuando él intentó sostenerla.
—No parece —replicó Kael.
—No necesito tu juicio.
—No es juicio. Es física. Si sigues así, caerás y me tocará cargarte.

Ella apretó los dientes. El orgullo valtheriano era más pesado que cualquier armadura.

Avanzaron entre los restos de los convoyes calcinados hasta hallar una grieta en la pared de roca. Desde dentro se filtraba un débil resplandor azul: antiguos conductos térmicos del Imperio, aún activos.

Kael observó el interior.
—Una cueva con calor residual. No es un hogar, pero servirá.

Lyra se dejó caer junto a la entrada, agotada.
El ingeniero encendió su pequeño generador de chispa, un artefacto que zumbó antes de proyectar una llama azulada. La luz reveló las paredes cubiertas de escarcha y óxido.

Durante un largo rato, ninguno habló.
Solo el sonido del generador llenaba el silencio.

Lyra rompió el hielo con una voz más suave de lo esperado:
—Eres de Zaerinth. Lo noto por la forma en que miras las máquinas.

Kael asintió sin mirarla.
—Y tú de Valtheria. Lo noto por la forma en que miras a las personas.

Ella lo observó con los ojos entrecerrados.
—¿Y eso qué significa?
—Que esperas obediencia. Incluso de un desconocido.

—Y tú esperas traición —respondió ella.

Hubo un silencio largo, incómodo, casi hostil.
Después, Kael soltó una risa breve, sin alegría.
—Supongo que ambos tenemos razón.

El viento silbó entre los conductos. Lyra se estremeció. A pesar de su armadura, el frío la atravesaba. Kael la notó temblar y lanzó su abrigo térmico hacia ella.

—Póntelo.
—No lo necesito.
—Claro. Tampoco necesitabas ayuda para caminar.

Ella lo miró con desdén, pero terminó aceptándolo.
El abrigo aún conservaba calor, impregnado del olor a metal y aceite. Lyra lo abrazó sin admitirlo.

Kael reparó el brazalete del brazo de Lyra; la pieza estaba dañada por el impacto del combate.
Con cuidado, desconectó los cables y soldó los filamentos con una herramienta de chispa. La mujer lo observó en silencio. Había algo casi reverente en la forma en que él manipulaba los engranajes.

—¿Eras soldado? —preguntó ella.
—Ingeniero.
—Lo noté. No sabes cuándo callar.

Kael sonrió.
—Y tú eras capitana. Lo noté. No sabes cuándo escuchar.

Ella frunció el ceño, pero no replicó. El fuego azul reflejaba su rostro endurecido, y por un momento Kael pensó en lo absurda que era aquella situación: un desertor y una traidora, compartiendo refugio en medio del hielo.

El silencio volvió, más pesado, más íntimo.

Fuera, el viento aullaba. Dentro, solo el zumbido del generador y el sonido del metal expandiéndose por el calor.
Lyra intentó mantenerse despierta, pero el cansancio la venció.

Kael la observó un instante. A pesar del orgullo, había vulnerabilidad en su rostro dormido. Una cicatriz le cruzaba el cuello, apenas visible bajo la piel clara.
Se preguntó cuántas órdenes habría recibido para merecer esa marca.

El ingeniero se recostó contra la pared.
Antes de cerrar los ojos, el fragmento que llevaba en su bolso emitió un leve pulso de luz, como un corazón respirando entre los escombros.

Kael lo sostuvo entre los dedos.
—No empieces ahora —susurró.

El fragmento respondió con un parpadeo.
Lyra, medio dormida, murmuró:
—¿A quién le hablas?

—A un error —dijo Kael.

Ella no respondió. Ya estaba dormida.
El fuego proyectaba sus sombras en la pared, una junto a la otra. Dos figuras ajenas, unidas por el mismo frío.

Afuera, el viento cesó.
Y en algún lugar bajo la tierra, el Corazón volvió a latir.




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