Core: El ultimo latido

Capítulo III — Sombras de Vapor

(“En las ruinas donde el metal aún respira, los recuerdos no mueren: se oxidan.”)

El sol nunca llegaba por completo al valle.
Las nubes grises flotaban tan bajas que parecían cortinas suspendidas sobre el mundo, atrapando la neblina y el humo en una danza sin fin.
Kael caminaba al frente, con el generador térmico a la espalda, abriendo paso entre montículos de chatarra helada. Lyra lo seguía a pocos pasos, su respiración marcada por el dolor en la pierna.

Llevaban tres días juntos, aunque el tiempo parecía haberse disuelto entre los ecos del viento.
Cada jornada era igual: buscar refugio, buscar comida, no morir congelados.
Habían aprendido a no discutir, no porque se entendieran, sino porque el silencio era más útil que las palabras.

Aun así, algo había cambiado.
Lyra ya no lo miraba como a un enemigo, y Kael ya no la veía como una amenaza.
El hielo entre ambos comenzaba a resquebrajarse.

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Al caer la tarde, divisaron una torre en la distancia. Se erguía sobre un risco, cubierta de raíces metálicas y vapor. Parecía un dedo oxidado apuntando al cielo.

—Una estación de control térmico —dijo Kael, entrecerrando los ojos—. De la era imperial, por el diseño de las válvulas.
—¿Funciona?
—Probablemente no. Pero si conserva energía residual, podríamos pasar la noche sin morir congelados.

El ascenso fue lento. El terreno estaba cubierto de escombros antiguos: engranajes del tamaño de ruedas, fragmentos de metal fundido, huesos.
Lyra se detuvo un momento, observando una calavera incrustada en acero.

—¿Esto eran soldados o máquinas? —preguntó.
Kael bajó la mirada.
—A veces era difícil distinguirlos.

El interior de la torre olía a aceite seco y polvo.
Kael activó una lámpara térmica. La luz reveló los muros cubiertos de runas técnicas: fórmulas grabadas a fuego, cálculos de resonancia y símbolos de advertencia.

—¿Qué lugar es este? —murmuró Lyra.
—Un taller de control de flujo... aunque parece más antiguo. Tal vez incluso pre-Zaerinth.

Mientras avanzaban, el eco de sus pasos se multiplicaba en los corredores.
De repente, un sonido metálico resonó desde las alturas, como un golpe lejano.
Lyra instintivamente llevó la mano al arma.

—No estamos solos —susurró.
—Tal vez el sistema aún tenga vida —respondió Kael, calmado.

Subieron por una escalera espiral que crujía con cada paso. Al llegar al nivel superior, encontraron una sala circular. En el centro, una esfera suspendida sobre un pedestal proyectaba un tenue resplandor.
Era un núcleo de memoria.

Kael se acercó lentamente.
El dispositivo tembló al detectar movimiento. Una voz antigua, distorsionada, emergió del aire:

“Proyecto Núcleo Vivo… fase experimental completada.
Las pruebas de consciencia mecánica exceden las expectativas.
El Corazón responde. El Corazón recuerda.”

El silencio que siguió fue abrumador.
Lyra miró a Kael.
—¿“Consciencia mecánica”?
—No puede ser… —susurró él—. El Corazón fue destruido siglos atrás.

Kael tocó la superficie del núcleo. La esfera reaccionó, mostrando imágenes fugaces: ciudades flotantes, ejércitos de vapor, y una figura humana conectada a una máquina gigante por cables incandescentes.
La imagen desapareció.

El ingeniero se apartó, pálido.
—Esto… no es un taller. Es un centro de observación del Corazón.

Lyra dio un paso atrás.
—¿Qué significa eso?
—Que lo que late bajo el valle no es un mito. Es real. Y despierta.

El viento golpeó las rendijas de la torre.
Por un momento, el sonido pareció una respiración.

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Pasaron la noche en el nivel inferior, junto a una caldera inactiva que aún desprendía calor. Kael anotaba en su cuaderno de ingeniería los símbolos que había visto; Lyra lo observaba desde un rincón, limpiando su arma.

—Hablas con las máquinas como si te escucharan —dijo ella.
—A veces lo hacen.
—Eso suena a locura.
—Entonces el mundo está lleno de locos que respiran gracias a la locura.

Ella sonrió apenas, cansada.
El fuego parpadeó en su rostro.
Kael la miró un instante más de lo prudente. Había dureza en sus ojos, sí, pero también una tristeza antigua.

—No me mires así —dijo Lyra sin levantar la cabeza.
—¿Así cómo?
—Como si quisieras entenderme. Nadie lo ha hecho en años.
—Entonces será una pérdida de tiempo —replicó él.
—Probablemente.

El silencio los envolvió. Afuera, la tormenta comenzó a golpear la torre, y el sonido del viento se mezcló con el crujir de las vigas.
Lyra se acomodó más cerca del calor. Kael siguió escribiendo hasta que su mano tembló del cansancio.

Antes de dormir, Lyra habló casi en un susurro:
—¿Por qué sigues buscando? Si odias tanto lo que el mundo se ha convertido, ¿por qué no dejas que se acabe?

Kael guardó su cuaderno y respondió sin mirarla:
—Porque alguien tiene que recordar cómo empezó. Si nadie lo hace, el Corazón volverá a latir por las razones equivocadas.

Ella no contestó. Solo cerró los ojos, y por primera vez desde que se conocieron, durmió sin miedo.

Kael permaneció despierto un tiempo más, observando el núcleo apagado.
En la penumbra, juró oír un murmullo que no venía del viento:

“Conductor… el ciclo aún no termina.”

Su respiración se detuvo.
La torre vibró una vez más.

Y muy lejos, bajo la tierra, el Corazón de Engranajes emitió un latido que nadie debía escuchar.




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