Core: El ultimo latido

Capítulo IX — El Despertar de las Profundidades

(“Bajo cada ruina late un corazón que aún no ha aprendido a morir.”)

El viento del norte trajo olor a hierro y humedad.

La tierra, antes sólida, comenzó a agrietarse bajo sus pasos.

Durante días siguieron las señales: campos con polvo magnético, torres partidas como huesos, y un sonido que se repetía cada noche —un pulso bajo el suelo, constante, como si el planeta respirara por debajo de la corteza.

Kael lo sentía en el pecho, más fuerte cada vez.

Ya no era un eco del fragmento; era algo mayor, más profundo, una llamada.

Lyra lo notó también.

Su voz, antes firme, ahora era apenas un susurro cuando hablaba.

—Hay algo aquí, Kael. Lo siento en los huesos.

—No lo sientes tú —respondió él sin mirarla—. Es el Corazón. Está usando lo que eres para acercarse más.

El terreno comenzó a inclinarse, descendiendo en espiral hacia una grieta gigantesca.

Desde su borde se veía el interior: una ciudad sumergida en penumbra, mitad piedra, mitad máquina, con torres que parecían órganos petrificados y conductos que respiraban un vapor espeso.

Era como mirar dentro de un cuerpo dormido.

—¿Qué es esto? —preguntó Lyra.

Kael tardó en responder.

—El Núcleo Inferior de Zaerinth. Donde comenzó todo.

El descenso fue largo y silencioso.

Los ecos de sus pasos se mezclaban con el sonido del vapor escapando de las grietas.

A medida que bajaban, la temperatura aumentaba; el aire se volvió denso, casi líquido.

Las paredes brillaban con un resplandor ámbar, y a través de las grietas fluía una sustancia que parecía sangre metálica.

Lyra tocó una de las vetas; su piel ardió.

—Está viva —dijo, retirando la mano.

Kael no respondió. Solo observó cómo el flujo seguía el ritmo del fragmento en su pecho.

Llegaron a una gran antesala circular.

El techo estaba tan alto que se perdía en la oscuridad.

En el centro, un abismo.

Y sobre él, suspendido por cadenas de cobre y hueso, un corazón gigantesco hecho de engranajes y tendones, latiendo con un ritmo irregular.

Lyra se llevó la mano al rostro.

—Por los dioses…

Kael dio un paso al frente, con el rostro bañado en la luz ámbar.

—El Corazón no está muerto.

El aire vibró.

El suelo tembló bajo sus pies.

Y una voz —ya no dentro de su mente, sino en toda la cámara— habló.

“Conductores. El ciclo fue interrumpido. La carne dudó. La máquina esperó.”

Lyra retrocedió.

—Kael…

“La voluntad no muere. Solo cambia de forma.”

Kael cayó de rodillas. El fragmento en su pecho se desprendió y flotó hacia el corazón suspendido.

Una corriente de luz lo conectó al órgano colosal.

—¡Kael! —Lyra intentó acercarse, pero una fuerza invisible la lanzó hacia atrás.

El aire ardía.

El Corazón comenzó a latir con más fuerza, y cada latido sacudía el mundo entero.

Kael no veía con los ojos.

Estaba dentro.

Flotando en una oscuridad líquida, rodeado de voces.

Miles, millones de voces. Algunas lloraban, otras rezaban, otras simplemente seguían órdenes.

“No temas.”

“No hay muerte.”

“Eres parte del ciclo.”

Vio imágenes.

Zaerinth antes del colapso: los ingenieros levantando torres que se alimentaban de almas, los Brutalistas cosechando cuerpos para fundirlos con metal, Valtheria elevando templos para contener la luz.

Y en el centro de todo… el Corazón, creciendo.

Aprendiendo.

Imitando la vida.

“La carne es débil, pero el recuerdo es eterno.”

Kael gritó, pero su voz no sonó.

La conciencia del Corazón lo invadía.

Veía a través de sus ojos, recordaba guerras que nunca vivió, y sentía un dolor que no podía ser humano.

Lyra logró ponerse en pie.

El corazón latía con furia; trozos de piedra caían del techo.

A través del resplandor vio a Kael suspendido en el aire, envuelto en una espiral de energía.

Su rostro estaba en calma, pero sus ojos… sus ojos brillaban como fuego líquido.

—¡Kael! ¡Resiste! —gritó.

La voz del Corazón rugió como un trueno.

“El ciclo se completará. La unión es inevitable.”

Lyra alzó su lanza, con el fuego reflejado en la hoja.

—Entonces tendrán que unirse a la fuerza —murmuró.

Corrió hacia el abismo.

Clavó la lanza en una de las cadenas.

El metal estalló en chispas.

El Corazón rugió.

Una oleada de energía la arrojó contra la pared, pero la cadena se rompió.

El corazón colosal se inclinó, tambaleándose.

Kael cayó al suelo.

El fragmento regresó a su pecho, apagado, sin brillo.

El silencio volvió.

Lyra se acercó lentamente.

Kael respiraba.

Abrió los ojos, y por un momento ella creyó ver algo más mirándola a través de ellos: una conciencia que no era suya.

—¿Kael?

Él tardó en responder.

—Sí. —Su voz era baja, pero firme—. Soy yo… creo.

Lyra lo ayudó a incorporarse.

Detrás de ellos, el Corazón gigante latía débilmente, pero ya no rugía.

Solo suspiraba, como una bestia dormida.

Kael lo miró una última vez.

—No está destruido. Solo… espera.

Lyra asintió.

—Entonces sigamos antes de que despierte.

Subieron por el túnel, dejando atrás el pulso que lentamente volvía a crecer.

Cada paso resonaba como un eco lejano del latido.

Y mientras el aire frío volvía a abrazarlos, Kael comprendió que algo dentro de él ya había cambiado para siempre.

Porque el Corazón no lo había vencido… lo había elegido.




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