(El miedo no nace del vacío. Nace cuando el vacío te reconoce.)
No recordaban haber bajado por aquel corredor.
Kael y Lyra sabían dónde estaban —el borde del Núcleo Inferior, recién escapados del despertar del Corazón—, pero nada de lo que los rodeaba coincidía con el mapa mental que ambos llevaban consigo. El pasadizo era estrecho, demasiado estrecho, como si la piedra hubiera crecido mientras ellos dormían, forzándolos a caminar en fila, hombro contra pared, respirando el mismo aire caliente, casi sofocante.
La luz ámbar del fragmento había desaparecido, reemplazada por un pulso tenue, irregular, como si tuviera miedo de brillar demasiado.
Lyra rompió el silencio primero.
—No deberíamos estar aquí. Este túnel no existía… antes.
Kael tragó saliva.
“Antes”.
La palabra había perdido sentido.
—No te detengas —dijo él—. Si el Corazón cambió algo, tenemos que salir antes de que cambie más.
El eco de sus voces no regresó.
Eso fue lo que los aterrorizó primero.
Las paredes tragaban el sonido.
A medida que avanzaban, el aire empezó a llenarse de un olor metálico, húmedo, como sangre vieja mezclada con electricidad. Lyra tocó la pared y retiró la mano de inmediato: la piedra vibraba, muy suave, casi imperceptible… como un músculo conteniendo la respiración.
—Kael —susurró ella—, hay algo vivo aquí.
—No lo hay. No puede haberlo.
Pero un segundo después, lo escucharon.
Un murmullo.
No como voces humanas.
No como viento.
Sino como si miles de engranajes microscópicos susurraran entre sí dentro de la misma piedra.
Lyra apretó la lanza.
El sonido se detuvo al instante.
Como si la pared hubiera sentido el miedo.
Kael notó algo peor:
el túnel… se hacía más largo.
Cada paso parecía avanzar hacia un punto que retrocedía.
—No mires atrás —dijo él.
—¿Por qué?
—Porque creo que… el pasillo está intentando que volvamos.
Lyra tragó saliva.
No volvió la vista.
A los pocos minutos —¿o horas?— llegaron a una sala circular.
Era imposible que existiera allí: gigantesca, con columnas blancas y lisas como huesos, y una abertura en el techo por donde no entraba luz, sino una sombra densa que caía en cascadas silenciosas como tinta suspendida en agua.
Pero fue lo que había en el centro lo que les heló la sangre.
Un espejo.
No de vidrio.
De metal líquido.
Ondulante.
Vivo.
Una superficie que reflejaba, pero alterando todo lo que mostraba: Kael aparecía más delgado, con los ojos hundidos; Lyra, más pálida, con marcas negras subiendo por su cuello. Y detrás de ellos… no había nada en la realidad. Pero en el reflejo, sí.
Una figura.
Alta.
Sin rostro.
Hecha de sombras que parpadeaban como si la imagen respirara.
Lyra retrocedió.
Kael se quedó inmóvil.
—No te muevas —susurró él.
—Sí me estoy moviendo —dijo ella.
—No tú —Kael señaló el espejo, sin mirar—.
La cosa detrás de nosotros… se está moviendo.
Lyra no quiso mirar.
Pero lo hizo.
La figura levantó lentamente un brazo hecho de silencio vacío.
No apuntaba al espejo.
Apuntaba a Kael.
Y la superficie del metal líquido escribió una palabra, con letra temblorosa, como si alguien la arañara desde adentro:
KAEL.
Lyra sintió el corazón golpearle las costillas.
El pasillo había aprendido su nombre.
Ese “algo” dentro del espejo sabía quiénes eran.
Kael cayó de rodillas.
No porque la figura lo tocara, sino porque la voz del Corazón resonó desde el espejo, no desde el fragmento:
“No te vayas…
aún no te he terminado.”
Lyra lo sostuvo antes de que colapsara por completo.
—¡Levántate! —gritó ella—. No es real. ¡No puede ser real!
El metal respondió.
“Lo real…
es aquello que deseas olvidar.”
Las columnas comenzaron a latir, bombeando una sombra oscura que se extendió por el suelo como una marea viva.
Kael sintió que algo tiraba de él, no del cuerpo… sino de la mente.
Lyra lo arrastró hacia la entrada del pasillo.
El espejo tembló.
La figura dio un paso hacia adelante.
—¡Corre! —gritó Lyra.
No hacia atrás.
No hacia la sombra.
Hacia donde la oscuridad los quisiera o no, los estaba guiando.
El túnel se deformó mientras corrían:
las paredes respiraban, el suelo vibraba como un corazón acelerado, y las voces invisibles repetían los pensamientos más profundos de cada uno:
“No pudiste salvarlos.”
“Eres un error.”
“Te dejaron sola.”
“Él te va a fallar.”
“Ella te teme.”
“Nunca escaparás.”
Kael gritó para hacerlas callar.
Lyra lloraba sin darse cuenta.
El miedo ya no estaba en ellos: estaba alrededor, moldeándose con cada emoción que liberaban.
Y justo cuando parecía que las sombras los alcanzarían, el túnel terminó abruptamente.
Cayeron al exterior.
A un mundo abierto.
Respirable.
Pero no tranquilo.
El cielo estaba totalmente negro.
Sin estrellas.
Sin luna.
Sin nada.
Solo un latido.
Muy, muy lejano.
El Corazón ya sabía sus nombres.