(El silencio no siempre calla. A veces espera.)
El exterior no debería haber sido peor.
Pero lo era.
Kael y Lyra estaban de pie en un valle que antes había sido una cordillera nevada.
Las Montañas de Ergral, antaño blancas, ahora parecían gigantes carbonizados: grietas rojas recorrían sus laderas como venas abiertas, y de cada hendidura emergía vapor caliente, denso, con olor a metal corroído.
El cielo seguía completamente negro.
No era la noche.
No eran nubes.
Era como si algo hubiera absorbido la luz.
Lyra envolvió sus brazos en su propia capa.
Le temblaban las manos… pero no por frío.
—Kael —murmuró, con la voz desgarrada—. Ese espejo… esa cosa… dijo tu nombre.
Kael no respondió.
No podía.
Seguía sintiendo la voz dentro de su cráneo, como si su memoria vibrara.
Pero lo que más lo asustaba no era que el Corazón supiera su nombre.
Era que le había respondido como si lo conociera desde antes.
Desde hace mucho más que su propia vida.
«Aún no te he terminado.»
¿Terminado?
¿Desde cuándo había empezado?
No podía pensar en eso.
Siguieron caminando entre las rocas partidas.
Cada paso resonaba demasiado fuerte.
El eco no sonaba como un eco, sino como si alguien imitara sus pisadas un segundo después.
Una pisada invisible… ligeramente retrasada… copiando cada movimiento.
Lyra se detuvo de golpe.
—No somos nosotros —susurró—.
Escucha.
Kael lo escuchó:
pasos detrás de ellos.
Perfectamente sincronizados.
Pero cuando se giraban…
Nada.
Solo humo.
Solo grietas.
Solo oscuridad.
—¡Muéstrate! —gritó Lyra, levantando la lanza.
El eco respondió.
Pero no pisando.
Hablando.
La voz llegó desde todas partes.
Un susurro suave, amistoso, que imitaba el tono de Kael.
“Lyra…”
Ella retrocedió como si la hubieran quemado.
—Kael —dijo ella, temblando—. No fuiste tú. Dime que no fuiste tú.
Kael la miró, pálido.
—Yo no… habl—
La voz los interrumpió.
Ahora imitaba a Lyra.
“Kael… no sigas huyendo.”
Era perfecta.
La misma voz.
La misma respiración.
La misma emoción.
Y sin embargo…
no era humana.
Kael sintió el peso de la verdad hundirse en su pecho.
—Está aprendiendo de nosotros —susurró él—.
Imita lo que siente.
Lo que pensamos.
Lo que tememos.
Lyra apretó la mandíbula.
—Imitar no es lo mismo que ser.
Un escalofrío subió por la espalda de Kael.
—Si aprende suficiente… sí lo es.
El valle terminó en un precipicio enorme.
Más allá, solo se veía niebla.
Nieblas que no eran blancas, sino gris oscuro, casi verdosas, moviéndose como olas densas.
Pero al borde del abismo había algo extraño.
Una figura.
Sentada.
Inmóvil.
Humana.
Kael sintió el estómago caerle.
Era un soldado.
O lo que quedaba de uno.
La armadura estaba fusionada con la roca, la piel marcada por fracturas metálicas, como si el cuerpo hubiera intentado convertirse en parte de la montaña pero se hubiera quedado a medio camino.
Lyra se acercó.
Lentamente.
Con la lanza en alto.
—Está muerto —dijo en voz baja.
Kael negó con la cabeza.
—No del todo.
La figura respiraba.
Muy despacio.
Con un ritmo irregular, como un mecanismo roto intentando seguir funcionando.
De pronto, la cabeza del soldado giró hacia ellos con un crujido seco.
Los ojos estaban blancos.
No ciegos.
Vacíos.
Y habló.
Con una voz múltiple.
Como si varias personas hablaran a la vez a través de un mismo cuerpo.
“La guerra no terminó.”
“Las voces no se fueron.”
“El Corazón recuerda.”
“El Corazón nos despertará a todos.”
Lyra dio un paso atrás.
—Kael…
Esto no es un hombre.
Kael lo sabía.
No necesitaba decirlo.
“¿Quieres saber por qué respiras?”
“¿Quieres saber por qué huyes?”
Kael sintió la náusea subirle por la garganta.
El soldado estaba repitiendo sus pensamientos.
Exactamente como los pensaba.
Con sus mismas palabras.
Lyra lo agarró del brazo.
—Nos vamos.
Ahora.
Pero cuando retrocedieron, la figura extendió un brazo.
El hueso crujió.
La carne se desgarró.
El metal interno brilló.
“No vayan…”
“Él los está viendo.”
Kael sintió sus piernas fallar.
—¿Él… quién?
El soldado levantó la cabeza hacia el cielo completamente negro.
Y sonrió.
Una sonrisa rota, partida, con dientes que parecían astillas.
“El que vino antes del Corazón.”
“El que lo enseñó a latir.”
“El que despierta… cuando ustedes tienen miedo.”
Y entonces, detrás de la niebla, algo se movió.
Algo enorme.
Algo sin forma.
Algo que no caminaba, sino que deslizaba su existencia a través de la grieta del mundo.
Kael sintió que olvidaba cómo respirar.
Lyra lo jaló.
—Corre.
No dudaron.
Corrieron como nunca habían corrido.
El eco los persiguió imitando sus pasos, su respiración, sus gritos.
Y detrás de la niebla…
Algo los siguió.
Algo que no tenía nombre.
Algo que no debería haber despertado todavía.
Pero lo había hecho.
Y ahora los había visto.