(Algunos silencios nunca fueron creados para ser escuchados.)
Corrieron hasta que las piernas les dejaron de obedecer.
Hasta que la luz —si es que había luz— se volvió una mancha gris ante sus ojos.
Hasta que el eco dejó de imitarlos.
Pero el silencio que quedó después… fue peor.
Kael cayó de rodillas sobre una planicie de roca lisa, pulida como si algo enorme hubiera pasado arrastrándose sobre ella miles de veces. Lyra se dejó caer contra un peñasco fracturado, respirando entre sollozos cortados, pero sin perder la lanza de la mano.
Ninguno de los dos se atrevía a hablar.
Porque ambos sabían que hablar era invitar a que algo respondiera.
El cielo seguía negro.
No un negro normal:
un negro tan profundo que parecía absorber el resto del mundo.
Lyra lo miró con los ojos entrecerrados, intentando distinguir alguna forma, alguna estrella, algún respiro de claridad.
Nada.
Solo vacío.
Un vacío que palpitaba.
—Kael… —murmuró—. ¿Qué fue eso que vimos en la niebla?
Kael no respondió inmediatamente.
Temblaba.
No de frío, sino de algo mucho más antiguo:
el instinto de una especie pequeña enfrentándose a algo que nunca estuvo hecha para comprender.
—No era parte del Corazón —dijo al fin, con un hilo de voz.
Lyra bajó lentamente la lanza.
—¿Entonces qué…?
Kael cerró los ojos.
—Algo que el Corazón… imitó.
Algo que vio cuando despertó por primera vez.
Algo que estaba dormido mucho antes de que Zaerinth existiera.
Lyra sintió que el estómago se le hundía.
—¿Estás diciendo que esa cosa… creó la idea del Corazón?
Kael negó con la cabeza.
—No. Peor.
Estoy diciendo que el Corazón la escuchó antes de ser Corazón.
Y la imitó.
Un escalofrío recorrió el aire.
Como si un viento gélido soplara desde debajo de la tierra misma.
El suelo vibró.
Muy suave.
Como un suspiro.
Lyra levantó la lanza.
—No es un temblor.
—Lo sé —dijo Kael, tragando saliva—.
Es su forma de… responder.
Ambos se quedaron inmóviles.
Porque el sonido que vino después no fue un rugido.
Ni un golpe.
Ni ninguna cosa que un animal pudiera producir.
Fue un latido.
Grave.
Profundo.
Un latido que parecía ocurrir a kilómetros bajo ellos, pero que aun así estremecía la roca, el aire y el propio pensamiento.
Lyra retrocedió un paso.
—Ese no es el Corazón —susurró.
Kael asintió.
—Ese latido es demasiado antiguo.
Demasiado… grande.
Otro latido.
Más fuerte.
Tan fuerte que pequeñas piedras comenzaron a vibrar en la superficie.
—Kael… —dijo Lyra, con la voz quebrada por primera vez desde que lo conoció—.
¿Dónde estamos?
Kael levantó la vista.
Y lo vio.
No directamente.
Sino en la forma en que el cielo se… arrugó.
Como si una sombra colosal, sin forma definida, se moviera detrás del negro absoluto.
—En el límite de lo que Zaerinth no debía excavar —dijo él casi en un susurro—.
En el borde del mundo.
En el lugar donde dejaron de construir porque escucharon algo que no sabían explicar.
La sombra detrás del cielo se movió otra vez.
No bajó hacia ellos.
Pero parecía mirarlos.
Lyra apretó la lanza.
—No nos puede ver —dijo ella, intentando convencerse a sí misma.
Kael no tuvo el valor de mentir.
—Lyra… esa cosa no nos ve con ojos.
Nos ve con… otra cosa.
Con lo que somos.
Con lo que tememos.
Un tercer latido.
Este no vibró la tierra.
Vibró sus huesos.
Y entonces, algo apareció entre la niebla lejana.
Un tentáculo.
No hecho de carne.
Ni de sombra.
Sino de realidad torcida:
como si una parte del mundo hubiera sido doblada, rota y reescrita por una mano invisible.
Lyra cayó hacia atrás.
Kael la tomó del brazo.
—¡No lo mires! —gritó él—. ¡No intentes entenderlo!
Pero ya era tarde.
La niebla se rasgó.
Y “aquello” habló.
No con palabras.
Con pensamientos que no eran pensamientos.
Con imágenes que no eran imágenes.
Con un mensaje tan simple que heló la sangre de ambos.
“El Corazón es un fragmento.
Ustedes son ecos.
Yo soy el primer latido.”
Lyra sintió que las rodillas se le quebraban.
Kael sintió que algo intentaba entrar en su mente, como una garra invisible buscando un recuerdo al que aferrarse.
Y el cielo…
El cielo se abrió.
Solo un instante.
Solo un parpadeo.
Pero lo suficiente para que ambos comprendieran que el Corazón de Engranajes no era el principio.
Era un derivado.
Una copia empobrecida.
Un intento de imitar a aquello que duerme bajo la existencia misma.
El Primer Latido.
El Verdadero.
El que no debería recordar…
pero ahora recordaba.
Kael y Lyra no corrieron.
Ni gritaron.
Ni siquiera respiraron.
Porque lo que vieron ese instante…
los vio de vuelta.
Y lo reconoció.
A ambos.
Porque cuando la grieta en la realidad se cerró, una frase quedó grabada en su mente.
Una frase que no provenía del Corazón.
Sino de aquello que lo precedió.
“Vuelvan.
Falta el último latido.”
Y el mundo entero pareció exhalar.