(El cuerpo recuerda lo que la mente intentó olvidar.)
El mundo volvió a ser silencioso.
Demasiado silencioso.
Kael se llevó las manos a los oídos.
No para bloquear un sonido, sino para comprobar si aún estaban allí.
Después de lo que habían visto —de lo que los había visto—, el silencio no parecía un descanso.
Era una advertencia.
Lyra caminaba unos pasos adelante, intentando mantener la respiración bajo control.
No lo lograba.
Cada inhalación le sabía a hierro y polvo.
Cada exhalación sonaba como si algo más respirara con ella.
—No deberíamos detenernos —dijo con la voz entrecortada.
Kael asintió, pero no avanzó.
Porque dentro de su pecho…
había un latido que no era suyo.
El fragmento.
Su fragmento.
Había despertado.
Lyra lo notó de inmediato: vio la sombra de su pulso vibrar bajo la ropa de Kael, como si el metal en su interior quisiera atravesar la piel.
—Kael —susurró, tensa—. Mírame.
Él levantó la vista.
Sus pupilas estaban dilatadas.
Sus ojos temblaban.
—Lyra… creo que está intentando hablarme.
Ella retrocedió un paso.
Pero no por miedo a Kael, sino al tono con el que lo dijo:
una mezcla de fascinación y terror, como si parte de él quisiera escuchar.
—No le respondas —dijo ella, firme—.
Sea lo que sea, no es el Corazón.
No completamente.
Kael apretó los dientes.
Un dolor punzante le atravesó la espalda.
—No puedo… elegir.
El fragmento latió.
Y el mundo cambió.
No físicamente.
No con sombras ni niebla.
El cambio fue sensación, como si la gravedad se volviera más pesada alrededor de Kael, hundiéndolo, arrastrándolo hacia algún recuerdo que no era suyo.
Lyra lo sujetó antes de que cayera de rodillas.
—¡Resiste! —le gritó—. ¡Kael, dame tu mano!
Él la tomó.
Y se quedó helado.
Porque en el instante en que sus dedos tocaron los de ella, Lyra escuchó su propio pensamiento, nítido, como si alguien lo dijera en voz alta desde dentro de su cráneo:
“No la sueltes.”
Lyra soltó su mano de inmediato, horrorizada.
—Eso… no salió de tu boca —jadeó.
Kael se sujetó el pecho.
—Lo sé.
Ya no necesito hablar para que lo escuches.
No soy yo.
Es el fragmento.
Otro latido.
Más fuerte.
Lyra sintió que un zumbido llenaba el aire —no un sonido, sino una vibración profunda, como si la tierra estuviera intentando sincronizarse con el pulso dentro de Kael.
Él empezó a temblar.
—Lyra… creo que quiere entrar.
A mi mente.
Ella lo sostuvo por los hombros.
—No lo permitas.
—No puedo detenerlo —dijo Kael con la voz quebrada—.
Está usando mis recuerdos.
Mis miedos.
Mis dudas.
Lyra quedó en silencio.
Porque ahora ella también escuchaba cosas que no habían sido dichas.
“¿Por qué sigues con él?”
“Te va a fallar.”
“Siempre lo hacen.”
“Como aquel día.”
Lyra apretó los puños.
Esas palabras… no eran inventadas.
Venían de una herida antigua.
Una que había enterrado a la fuerza.
—¡Basta! —rugió, sacudiendo la cabeza—. ¡NO ES REAL!
El eco respondió.
Con su propia voz.
“Sí lo es.”
Lyra quedó paralizada.
—Kael…
Él alzó la mirada, horrorizado.
—No soy yo.
Te lo juro.
No soy yo.
Lyra respiró profundo, temblando.
—Entonces eso significa que…
el fragmento puede usar nuestras memorias.
Nuestros miedos.
Nuestros sentimientos.
Kael cerró los ojos.
—Está copiando todo.
Está aprendiendo de nosotros…
desde adentro.
De repente, el cielo emitió un parpadeo.
No luz.
Sombra.
Una sombra más profunda, que cayó sobre ellos como un destello negativo, dejando una imagen en sus retinas.
Un rostro.
Oscuro, imposible, hecho de líneas fracturadas.
Un rostro que no existía en ninguna criatura viva.
Kael gritó.
Lyra se llevó ambas manos a la cabeza.
Porque aquella imagen llevaba consigo un mensaje.
Un pensamiento tan frío como un cuchillo.
“Latimos juntos.”
El fragmento dentro de Kael respondió con un pulso violento que lo dobló de dolor.
Lyra lo sujetó.
—¡Kael! ¡Kael mírame!
Él abrió los ojos.
Pero no eran sus ojos.
O mejor dicho, no solo eran sus ojos.
Una luz ámbar ardía detrás de sus pupilas.
Un reflejo que no provenía del exterior.
—Lyra… —susurró él, con una voz que parecía suya y otra superpuesta—
creo que… me está usando.
Ella se estremeció.
—¿Para qué?
Kael respiró.
Su voz tembló.
—Para abrirse paso.
Desde adentro.
Para volver a latir completo.
Lyra dio un paso atrás.
Por primera vez en toda la historia, tuvo miedo de él.
Pero solo por un segundo.
Porque Kael cayó al suelo, inconsciente, y el fragmento dentro de su pecho brilló como un corazón recién animado.
Un latido.
Dos.
Tres.
Lyra lo sostuvo.
Y entonces lo escuchó.
Una voz.
Desde dentro de Kael.
Desde dentro del fragmento.
Desde dentro de ella misma.
“El último latido…
necesita dos corazones.”
Lyra quedó petrificada.
Y entendió algo:
Esto ya no era solamente sobre el Corazón.
Ni sobre el Primer Latido.
Era sobre ellos.
Sobre Kael.
Sobre ella.
Porque el miedo no estaba afuera.
No estaba en la niebla.
No estaba en las sombras del cielo.
El miedo estaba entrando.
En ellos.
En su vínculo.
En su destino.
Y había comenzado a respirar.