(A veces lo que más miedo da… es escuchar tu propia voz diciendo lo que nunca dirías.)
Lyra arrastró a Kael hasta una grieta estrecha entre las rocas, donde el viento no pudiera alcanzarlos.
No por frío.
El viento no estaba frío.
El viento susurraba sus pensamientos.
Y Lyra ya no sabía cuáles pensamientos eran suyos.
Apoyó a Kael contra la pared y lo observó con la respiración entrecortada.
Su pecho subía y bajaba con violencia, como si cada latido fuera una pelea.
El fragmento brillaba a través de la tela, pulsando con un ritmo que no pertenecía a ningún ser vivo.
Uno…
Dos…
Tres latidos.
Y luego un silencio interno, profundo, como si algo escuchara desde dentro de Kael.
Lyra tomó su lanza.
—Kael… —murmuró, temiendo la respuesta.
Sus ojos se abrieron.
Pero no parpadearon.
La luz ámbar se esparció por sus pupilas como tinta en agua.
Kael habló.
Pero su voz sonaba como dos voces superpuestas:
la suya… y otra más lenta, más grave, demasiado antigua para pertenecer a algo con forma humana.
—Lyra…
Ella sintió un tirón detrás del esternón.
Ese tono.
Ese susurro.
Ese intento de imitar emoción sin ser emoción.
—Kael, no eres tú —dijo ella, retrocediendo un paso—.
No voy a escucharte.
Kael sonrió.
Pero no era una sonrisa de él.
Era una mueca incompleta, como si la criatura dentro de él todavía estuviera aprendiendo cómo funcionan los músculos de un rostro humano.
—Pero tú quieres escucharme.
Lyra apretó la mandíbula, lista para usar la lanza si tenía que hacerlo.
—Suéltalo —ordenó—.
Déjalo ir.
La voz respondió:
—Él me abrió la puerta.
Lyra frunció el ceño.
—No lo hizo voluntariamente.
Kael inclinó la cabeza.
La luz ámbar parpadeó.
—La voluntad es una cadena débil.
Y ustedes… están cansados de arrastrarla.
Lyra sintió su corazón encogerse.
Porque el tono.
La forma.
La cadencia.
Era Kael… hablando con las certezas de algo que no debería saber tanto.
—No uses su voz —escupió ella.
Kael se inclinó hacia adelante, los ojos brillando como brasas.
—No uso su voz, Lyra.
Uso la tuya.
Lyra quedó inmóvil.
Un escalofrío la atravesó desde la nuca hasta los talones.
Kael… estaba hablando con la entonación exacta que ella usaba cuando intentaba ocultar miedo.
Cada palabra tenía la respiración de Lyra, las pausas de Lyra, incluso la manera en que Lyra contenía la emoción cuando estaba a punto de romperse.
Era… insoportable.
Ella retrocedió, tropezando con una roca.
—Déjalo —repitió, esta vez con un temblor en la voz—.
Déjalo ir.
Kael inclinó la cabeza como un animal curioso.
—¿Por qué?
¿Porque te importa?
¿O porque temes lo que dice… con tu propia voz?
Lyra sintió un golpe en el pecho.
Físico.
Como si esas mismas palabras le hubieran atravesado una costilla.
Abrió la boca para responder, pero Kael habló antes:
—“No quiero perderlo.”
Eso es lo que piensas.
Incluso si no lo dices.
Incluso si no lo aceptas.
Te importa, Lyra.
Lyra sintió un hilo de aire escapársele de los pulmones.
Como si algo la hubiera desnudado emocionalmente.
—No hables como yo —silbó entre dientes.
Kael inclinó el rostro, y la sonrisa volvió:
partida, torpe, demasiado humana para ser real… y demasiado falsa para ser coincidencia.
—No hablo como tú.
Hablo desde ti.
Lyra apretó la lanza.
—¿Qué quieres?
El pulso del fragmento se aceleró.
El aire se volvió más pesado.
Kael respondió con un susurro grave, ajeno:
—Dos corazones…
un latido.
Uno abre.
El otro… guía.
Lyra sintió un pánico que no había sentido desde la guerra.
Una sensación física, fría, que se instaló entre las costillas.
—No vas a usarlo —dijo ella, con la lanza firme.
Kael levantó la mirada.
Sus ojos brillaban.
—No puedo usar lo que ya es mío.
Lyra perdió el aliento.
—Kael no es tuyo.
El eco resonó como un trueno apagado:
—No todavía.
En ese instante, Kael convulsionó.
La luz ámbar parpadeó violentamente.
El cuerpo se arqueó como si estuviera recibiendo una descarga.
La respiración se cortó.
Lyra dejó caer la lanza y se lanzó hacia él, sosteniéndolo por los hombros.
—¡Kael! ¡Kael mírame! ¡MÍRAME!
Sus ojos temblaron.
Y la voz —la voz real, la suya, rota, humana, desesperada— logró atravesar la invasión por un segundo.
—Lyra… ayúdame…
No quiero… perderme…
Ella sintió el corazón desgarrarse.
—No te voy a perder —susurró, apretándolo contra el pecho—.
No voy a dejar que te tome.
Pero el fragmento respondió:
—Ya te eligió.
Lyra miró el resplandor en su pecho.
Y por primera vez comprendió que el horror que estaban enfrentando…
no solo quería destruir el mundo.
Quería unirlos.
De una forma que ninguno podría sobrevivir.
Y lo peor:
parte de Kael…
estaba empezando a ceder.